2.

1124 Words
La mirada de desaprobación de Huerta no le causa nada esta vez, después de todo se ha salido con la suya, llegar tarde por ahora no le priva de rendir el examen, sin embargo, piensa en la posibilidad de que Huerta pueda sabotearle y reprobarla. Con eso en la cabeza, Mariane frunce la frente al darse cuenta, pero no va a sucumbir ante la posibilidad. ―¡Va! No debería ser tan paranoica, que no le agrade a Huerta no quiere decir que me vaya a reprobar porque sí. Una hora más tarde, cuando termina de llenar las cinco hojas de la prueba, se acerca al escritorio de Huerta, donde este corrige los exámenes de los que terminaron mucho antes que ella. Marianne se da cuenta que la ignora intencionalmente. ―Le pido disculpas, no volveré a llegar tarde. ―Señorita, si terminó la prueba puede retirarse ―Huerta es tajante con ella y Marianne se queda resentida, da media vuelta y se marcha, sintiéndose un poco decepcionada por la frialdad con la que le ha respondido a pesar de sus buenas intenciones. Mientras va por sus pertenencias, se da cuenta de que es jueves, y como es costumbre, Sam, su novio la espera para comer en El Palace. Se apresura y coge todas sus pertenencias, a tropezones deja atrás la universidad. Sam es su novio de toda la vida y el Palace, para ella es un lugar importante, porque es el restaurante donde él, le ha declarado su amor la primera vez, pero de eso ya ha pasado unos cinco años, y ahora las cosas han cambiado bastante. Sam ya no vive en la casa del lado, ni siquiera vive en la misma ciudad en la que crecieron juntos, aun así y a pesar de la distancia siguen siendo novios y se aman. Eso es lo que ella cree. ―El amor lo puede todo ―se repite para convencerse por dentro, mientras se dirige a la cita a toda prisa. Se arrepiente por no recordarlo a tiempo, al menos se habría vestido para la ocasión, pero ahora lleva puesto unos jeans con aperturas que insinuaban y un top blanco y holgado, no estaría tan mal si al menos se hubiera encargado de su pelo rebelde, pero no, ahora lo llevaba suelto y despeinado, todo un desastre. Y no, no se ha bañado. Cuando entra por fin al Palace, Sam ya le aguarda en la mesa de siempre, viste de manera formal, camisa blanca, corbata roja y traje n***o, como los que usa su padre. Marianne ve en la mesa un paquete de chocolates, de los que a ella le gusta y un ramo de rosas rojas. San tiene un buen semblante, se ve relajado y contento. Cuando se ven, una mecha de pasión se enciende en ellos. Sam se incorpora para recibirla. ―¡Hermosa como siempre! Y se besan. ¡Al fin juntos! Piensa ella, mientras tienen los labios pegados a los suyos, derritiéndose de amor por él. Al principio, cuando Sam tuvo que mudarse, Marianne sufría tanto, le extrañaba, era imposible la vida sin él, incluso había pensado seriamente en irse a vivir con él, pero sus padres no se lo permitirían, el mismo Sam pensaba que lo mejor para los dos era eso, terminar la universidad y establecerse profesionalmente y sólo después se casarían. Ya tenían los planes hechos y aunque fuera lo mejor para ambos, era demasiado duro para ella vivir lejos de él. ―Amor de lejos es amor de tres, o cuatro, según la ocasión ―objetó aquella vez, pero al final simplemente se resignó a tenerlo al menos una vez a la semana, y bien pudo ser peor si Sam no fuera brillante, como para sacarse el tiempo necesario para estar con ella, por ese tipo de cosas ella lo amaba demasiado, sin embargo le costaba verlo irse, siempre de esa forma tan apresurada, sentía que su corazón se iba a detener del dolor que le causaba su partida. No entendía cómo diablos era que Sam podía sobrellevarlo de esa forma tan relajada, pero lo que no sabía era que lo hacía por ella, uno de los dos debía ser fuerte y Marianne podría ser todo, pero no era fuerte ante los ojos de todos. Sufría demasiado y eso era evidente para cualquiera, por eso, después de hacer el amor, Sam siempre le repetía lo mucho que la amaba, acariciaba sus mejillas, como para aplacar su dolor y en respuesta, sus hermosos ojos marrones oscuros brillaban de amor por él. Luego de su breve encuentro, era duro para ella volver a la realidad, a su rutina sin Sam, a su vida hueca por su ausencia, sin un sentido, pero siempre buscaba algo qué distraerse para ya no sentir su ausencia y cuando nada resultaba y sucumbía a la soledad, los días se volvían terribles para ella. Es así que empezó a llamarle constantemente todas las noches, hasta que un día se enteró por Vera, la hermana de Sam, que ahora era su ex amiga, que Sam había bajado de promedio, casualmente desde que ella le hacía llamadas largas a media noche. Desde entonces con resignación tuvo que dejar de hacerlo, entonces salía de fiesta con sus amigas, había llegado a probar hierba, pero eso no era para ella y no era lo suficientemente tonta como para caer en el vicio, mientras que sus amigas la hacían a un lado cuando se negaba a consumir con ellas. Marianne decidió que dedicarse por completo a sus estudios, era la manera más sabia y sensata de pasar el rato. Pero sus padres esperaban mucho más de ella, ellos no se conformaban con que saque buenas calificaciones, debía ser la mejor en todo, pero ella que nunca fue tan buena como lo era Sam, con mucho esfuerzo comenzó a destacarse, unos meses más y conseguiría ser la alumna número dos en derecho. En su reciente cumpleaños, Mario, su papá le agasajó comprándole su divino y costoso carro. Marianne tenía la vida que toda chica soñaba tener, tenía una familia estable y adinerada, tenía un novio atractivo que la amaba y además era bonita, no existía nada que no pudiera tener, ¿Qué más podía exigirle a la vida? Lo cierto era que en su corazón albergaba un enorme vacío, un hueco oscuro y muy frío, que ella luchaba constantemente por ignorar, a veces pensar o estar con Sam le era suficiente, pero cuando el efecto pasaba, solo le quedaba ese gran vacío que le obligaba de manera desesperada a buscaba con qué distraer su mente, y todo aquello le hacía sentir que ella no se merecía nada de lo que tenía, se avergonzaba de sí misma, era una perdedora.
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