3.

1235 Words
Al día siguiente, también sale tarde, pero al menos, menos tarde que de costumbre, pero este día tiene una promesa que cumplir, aun así conduce como si las avenidas fueran pistas de carreras exclusivas para ella, por eso, cuando lo ve en medio de la autopista, a unos cuantos metros, pisa con toda su fuerza el freno, y reza para que no ocurra una terrible desgracia. Nerviosa y con la boca abierta y la garganta seca por el susto, ve que su carro se detuvo a centímetros de la persona. Aquella persona, quizás por el shock, permanece inmóvil, y no se ha movido un sólo centímetro para salvar su vida. Sin pensarlo más, Marianne baja del carro sin importarle el embotellamiento que está provocando, ni el ruido de las bocinas, ni los insultos logran detenerla. Se va acercando para saber qué le ocurre a esa persona, por qué no se mueve. ―¿Pero qué diablos hace? ―es lo único que se le ocurre decir, pero entonces lo reconoce, lleva la misma ropa, la misma mugre encima, es el extraño de hace unos días, el que dice llamarse Greg. ―¿Tu, otra vez? ―le dice él, tranquilo, como si lo que está pasando al rededor no existiera. ―¡No sé qué te sucede pero tienes que hacerte a un lado! –suelta ella, completamente alterada como para controlarse y aun así no obtiene ninguna respuesta, cree que quizás Greg está en shock y, aunque le asusta la situación, decide acercarse, tomarle del brazo y sacarle del peligro. ―¿Ahora lo sabes? ―Greg murmura, tiene los ojos muertos, parece que se encuentra en un estado delirante, y eso la mantiene alerta, quizás deba llamar a la policía. ―¿Saber qué? ―pregunta, asustada y con los ojos bien abiertos. ―Estabas destinada a venir aquí. ―De hecho, me dirijo a la universidad, pero a este paso ya no importa… ―aclara ella, impaciente y al mismo tiempo comienza a buscar con la mirada su auto viejo que le vio conducir días antes― ¿Tienes cómo salir de aquí? –en realidad, está más preocupada por la hora, pero esta vez el extraño tampoco contesta―. Lo digo porque no creo que sea buena idea quedarse ahí solo en medio de la nada ―su tono es impaciente, nervioso, después de volver a consultar el reloj por tercera vez. ―No estoy solo. Estoy contigo. Pero Marianne le ignora. Seguro es efecto de alguna droga. ―Si quieres puedo llevar a la parada del metro… ―propone impaciente, como para deshacerse de él de una buena vez, pero él no parece escuchar nada. ―Es la tercera vez que sucede… ahora te tocó ayudarme… ¿no crees que sean demasiadas casualidades? Tonterías, lo que pasa es que estás bien fumado, tío, Marianne contesta por dentro, pero ni siquiera se lo va considerar, es absurdo. Solamente puede imaginarse la cara con desprecio de Huerta, quien la odia. Ahora tendrá más razones para reprobarme. Con el extraño en su coche conduce en silencio y con cautela, piensa que tiene de una vez por todas conducir como la gente decente. Estaciona a pasos de la parada. ―Bien, baja ―le dice ella. Pero nota que el extraño sufre de algún malestar físico, su cuerpo suda en exceso, a pesar de estar en pleno otoño, se ve demasiado débil como para caminar, pero a ella le importa más deshacerse de su compañía y comienza a sospechar que no conseguirá hacerle bajar de su coche. ―Llegaré tarde a la universidad ―dice como para que él, se dé cuenta y baje de una buena vez, y el extraño, el que aquella vez le dijo que se llama Greg, sin decir nada lo hace. Desciende con dificultad. Marianne advierte en su mirada que algo ocurre dentro de su cabeza. ―Bueno, ten cuidado ―se despide ella y arranca para poner el fin a esa extraña situación. A pesar de eso, comienza a sentirse mal consigo misma, siente remordimiento. Debí tratarle mejor, debí llevarle al hospital, no se veía bien, al menos debí habérselo sugerido, no actué del todo bien, pero… ¿Cómo hacerlo con todo lo ocurrido? Marianne se queda un poco agobiada, no entiende lo que acababa de pasar con el extraño, pero estaba considerando que lo mejor para todos es que se olvide de conducir al menos por un buen tiempo. Una hora más tarde llega a la universidad y para sumar a su mala suerte, se cruza en los pasillos con Huerta, que como ya era de esperar, le lanza una mirada reprochadora, haciéndole bajar la mirada. ―¿Que te pasó? Hoy te pasaste... ―le dice su amiga Carla que camina unos pasos más atrás. —La verdad es que me están pasando cosas raras —Marianne, le confiesa algo perpleja. ―¿Hablas en serio? ¿Cómo qué? ―pregunta su amiga con verdadero interés. ―Me topé con el mismo tipo por segunda vez... ―No me digas que andas poniéndole los cuernos a Sam... ―¡No! nada de eso. Olvídalo, supongo que debo controlarme al conducir ―suspira con pesadez y se arrepiente por intentar confiar en ella. Carla, que no se da cuenta sigue hablando. ―La verdad es que te he visto correr y.… ―pone cara de preocupación exagerada, pero a Marianne no le importa. ―Me gusta correr ―le dice, afirmando que lo hace por gusto. Carla comprende que no es tema abierto de discusión y decide cambiar de tema. ―¿Cuando me acompañas al Torem? ―Hem, no lo sé, hay muchos trabajos que aún no he terminado… ―contesta indecisa, sabe muy bien lo que significa ir al Torem. El Torem es un boliche de mala muerte famoso para los universitarios que no piensan en gastar mucho en bebidas y vicios, el Torem es además un lugar donde se puede comprar desde hierbas, anfetaminas, viagra o pastillas tranquilizantes pero su gran fama se debe a que era el único lugar donde ciertas chicas se ofrecen como esclavas a cambio de dinero. Aunque Marianne, nunca ha presenciado una venta, es sabido que cualquier chica por voluntad propia y por curiosidad, se ponía un precio y por veinticuatro horas le pertenecería al comprador o compradora, sólo había una regla explícita que cumplir, nunca se comparte a la esclava. En sus días locos de novata, cuando aún no podía vivir sin Sam, estuvo a punto de entrar en ese juego, pero se contagió de gripe y tuvo que quedarse en casa un par de semanas, en los que sus amigos de parranda le habían dejado atrás en el olvido. ―Mejor así― se dijo al finalizar el año, porque del grupo aquél, era la única que había conseguido aprobar el año. Ahora de ese grupo, la única que le dirige la palabra es Carla, quien, gracias a la influencia de su padre ha aprobado el año, ahora en el camino correcto, asiste con regularidad a clases, incluso llega mucho más temprano que ella. Pero Marianne no está del todo segura de querer pisar devuelta el Torem, aunque le viene bien salir de vez en cuando, así que no lo duda más y acepta encontrarse a la media noche.
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