Al terminar la melodía, que éstas dos almas; una terrenal y la otra espiritual, bailaban y disfrutaban, mientras recordaban, esos años mozos, en los que fueron felices, en los que se entregaron de lleno, en los que lucharon contra todo y contra todos, por su sentir, el cual, no les era permitido por banalidades, como lo eran las clases sociales y las creencias religiosas, en aquellos tiempos. Ellos, apostaron a su amor, aunque sus familias, no estuvieron de acuerdo, se enamoraron de verdad, con el alma, con el corazón desnudo, con cada centímetro de ser y de piel, siendo éste amor, tan fuerte, que, ha pasado el tiempo y se mantiene intacto, como si los días fueran solo de viento y papel, tan real, como las cartas que se escribían a escondidas, en el noviciado, como los versos que se dejaban colgados, detrás de la palmera de la playa, cercana a aquel boulevard, donde sus miradas se encontraron por primera vez, donde cupido lanzó su flecha y, ésta tomó posesión de sus corazones; un amor de boleros, danzados a la luz de la luna y las estrellas, un amor a la antigua, con serenatas, flores y la convicción de una vida entera juntos como amigos y como amantes, para siempre, sin tiempos, sin horarios ni calendarios.
- Gracias, amor de mi alma, por haber venido a compartir conmigo, éste momento tan mágico e inolvidable. Le dice la Señora Migdalia a su esposo, a quien siente aún, abrazado a su regazo.
- Me han dado permiso, de cruzar el portal de luz y venir a ti, pero no me puedo quedar mucho rato, por mucho que así lo quisiera. Le responde, el Señor Francisco, mientras le acaricia la mejilla derecha, dulcemente.
De repente, Agatha, ya se siente preparada, para recibir al espíritu del Señor Francisco, en su cuerpo, habiendo realizado un ritual de protección, con antelación, por lo que, se acerca a él y en un susurro, se lo hace saber, de ésta manera, la Señora Migdalia, podría verlo una vez más. Él, tomaría su cuerpo prestado, por unos minutos, Agatha; sería él, para abrazarla nuevamente, como lo hacía cada nuevo amanecer y antes de orar a Dios y dar gracias, todas las noches, al dormir.
- Señora Migdalia, recuerde que debe permanecer con los ojos cerrados, hasta que yo se lo indique.
- Sí, Agatha, lo que tú digas. mi Pancho, ¿sigue aquí?
- Sí, él sigue aquí. En unos minutos, cuando yo le toque el hombro izquierdo, podrá abrir los ojos.
- Pero, ¿él se va a ir, ya?, aún no hemos hablado, no le he podido preguntar si...
Agatha, la interrumpe y le dice:
- Aún él, no se irá. Todavía, tiene unos minutos más de permiso celestial. Sólo que le va a dar una sorpresa, la cual, estará preparada, cuando yo le toque el hombro, ¿está bien?
- Esta bien, Agatha. No te vayas, Pancho, tengo muchas cosas para contarte y también, para preguntarte.
De pronto, Agatha, cierra los ojos, respira profundo, y le hace una seña al Señor Francisco, para que sepa que ya está preparada para recibirlo, por lo que, va entrando en su cuerpo o materia, despacio, muy despacio. Agatha, entra en un leve trance, pues el espíritu, que la está poseyendo en ese instante, es un ser de luz, un alma de luz blanca, que ha venido de la dimensión celestial con permiso del Ser Supremo y su Divinidad.
- Señor Francisco, ¿se siente bien? Pregunta Agatha.
- Sí, Agatha, lo estoy y tú, ¿te sientes bien?
- Algo mareada, pero, se me pasará en un momento. Aproveche el tiempo, que es corto.
La Señora Migdalia, escucha la conversación que tienen Agatha y su esposo, lo que la deja desconcertada e intrigada, pues, ¿por qué se preguntarían, como se sienten? De pronto, siente que Agatha, le toca el hombro derecho, mientras le susurra al oído que ya puede abrir los ojos, al hacerlo, la Señora Migdalia, no puede creer, lo que sus ojos están viendo, era su esposo, ahí, arrodillado frente a ella, de carne y hueso, respirando su mismo aire, pisando el mismo suelo blanco, oliendo las mismas margaritas que llovían del techo, sin explicación alguna.
- Pancho, mi Pancho amado, eres tú. Le decía entre sollozos, mientras lo tocaba, sin creerlo aún.
- Si, mi Elinita, mi lucecita de mar, soy yo. Le decía el Señor Francisco, mientras le abrazaba a su pecho, con todo el amor del mundo espiritual.
Ambos, se abrazaron con tal fuerza, que las margaritas siguieron lloviendo entre pétalos, entendiendo que su amor, sobrepasa los límites de la realidad y de lo terrenal. Aprovecharon el tiempo, conversando de varias cosas, de sus hijos, de sus nietos, de las plantas que extrañaban los cuidados de él, cada nuevo sol, de las noches en las que echaba de menos, su compañía, a lo que él le decía, que seguía allí con ella, que, aunque se hubiese ido, solo ha sido por un instante no más, que el seguirá allí, latente, junto a ella, mientras lo mantenga vivo en su corazón. Se dijeron muchas cosas, se contestaron muchas preguntas, que, habían quedado colgando en el hilo de la luna de sus pensamientos, se abrazaron una vez más, se llenaron las manos de besos y caricias, los oídos, de susurros y melodías que alguna vez, se dedicaron, ambos, hicieron de ese momento, un instante mágico y hermoso, para no olvidarlo jamás. Hasta que llegó el momento, en el que debían separarse, ya él debía volver, pues, una luz traslúcida, se presentó en el lugar y supo, que debía partir.
- Mi lucecita, es hora de irme, han venido por mí.
- No, Pancho, no te vayas ahora, quédate, solo unos minutos más.
- Es hora, mi lucecita de mar. Mantenme siempre en tus pensamientos, no me llores más, háblame, te contestaré desde tu corazón, te dejo mi calor por si te enfrías, si te hace falta el aire y mis caricias, dejaré una nube celeste y una lluvia de pétalos cayendo en tu espalda, aunque ya no te tenga a mi lado y te encuentres lejos, de la dimensión en la que ahora vivo, bastará con que me beses en soledad, esa será mi forma de amarte, hasta que llegues a mi encuentro, en la eternidad. ¡Te amo, amor de todas mis vidas!
- Pancho, mi Pancho querido, abrázame una vez más. Te amo y cada día, te amaré más.
Este, la abrazó con todas las fuerzas posibles, le repitió cuánto la amaba y que la esperaría, allá, en la Dimensión de Luz, para nunca más, volverse a separar. Entre lágrimas, se despidieron y se separaron. En el justo instante, en que el espíritu, abandona el cuerpo de Agatha, y, ésta a su vez, queda un poco debilitada pero consciente, éste, le dice:
- Gracias, “Gathica”, por permitirme abrazar de nuevo a mi amada lucecita de mar.
Agatha, mientras va saliendo del trance, asiente, pero le pregunta:
- ¿Gathica?, ¿por qué me llama así?, el único que me llamaba así era mi bisabuelo, aunque no lo recuerde porque estaba muy bebé, él, me conoció, de hecho, mi madre, me ha dicho que me decía así; “Gathica”.
- Es cierto, Gema, tu madre, me dijo el día de mi partida, que siempre, toda la vida, te haría recordar, que yo te llamaba así, porque era el nombre de un hada fuerte y valiente, que existía en el manantial de agua clara, de la Tierra de la Eterna Juventud.
- No comprendo, ¿a qué viene todo esto?, ¿Qué tiene que ver con esta parte de mi vida?, o ¿Quién ha bajado, aparte del señor Francisco a ésta sesión espiritual?
- Nadie más ha bajado, Gathica, solo Francisco. Lo que pasa es que, su alma tiene muchos siglos, y yo, tu bisabuelo, soy parte de esas almas, vivo en él, como él vivió en mí, en aquel entonces. Y digo vivo, aunque ya no esté en éste mundo, porque sigo formando parte de él, a través de ti, quizás esto parezca un poco complejo de entender, pero solo he venido ante tu presencia, para hacerte saber, que, en los próximos días, no estarás sola, en esa batalla a la que te enfrentarás junto a las luces, por nosotros y el regreso de las hadas a la Tierra de la Eterna Juventud y a la belleza inmaterial de sus bosques, estaré allí, apoyándote; apoyándolas a todas las Guerreras de Luz. De ser necesario, también formaré parte del ejército, para acabar de una vez por todas, con las fuerzas malignas.
- Es decir, que usted, ¿también viene siendo parte del mundo de las hadas?, ¿Es un descendiente más de ellas?
- Sí, Gathica, y, por ende, tú, también lo eres.
- Abuelito, mi querido abuelito, nunca pensé que te encontraría, que volvería a verte, a escucharte, no te recuerdo, pero, sé que efectivamente, eres tú. Pues, al momento, en que el señor Francisco, entró e hizo posesión de mi cuerpo como materia, sentí, una conexión profunda, algo sumamente inexplicable. Ahora lo entiendo, era por nuestra unión familiar.
Agatha, queda sorprendida por lo que está escuchando y por lo que está viendo, jamás se imaginó que su bisabuelo, se manifestara así y muchos menos, ahí, en una consulta, con una cliente. Pensándolo bien, lo que no esperaba era que, el alma de algún familiar directo, tuviera que ver con otra persona, totalmente desconocida para ella.
- Le agradezco, su intención de ayudarnos. La verdad, será una guerra, muy fuerte contra las entidades del mal y nuestro ejército, aunque tenemos de sobra; valentía, somos pocos, nunca está demás, recibir ayuda de seres de luz.
- Sabía que no habría problema, ya Danu, me había dicho, que tendría luz verde, pero, quería que estuvieras al tanto y de alguna manera, obtener, tu aprobación, por ser una de las más fuertes guerreras del ejército de luz.
- Pues ya la tienes.
Había llegado el momento de la despedida, y, por ende, la partida de éstas dos almas hacia la dimensión de la luz. La Señora Migdalia, anonadada por todas las experiencias vividas, esa misma mañana, estaba muy agradecida con Agatha y no paraba de sonreírle; ésta, dio por finalizada la sesión espiritual, cerrando el aro de luz y orando porque las almas que las visitaron, se mantengan iluminadas para siempre, siendo esa la manera, de encontrar sus caminos hacia la cúspide de la Dimensión donde ahora hacían vida, eterna, en éste caso.
El lugar, quedó con un aroma exquisito, que se expandió por toda la habitación de consulta y el resto de la tienda. De igual forma, estaba lleno de paz, irradiaba tranquilidad y por el tragaluz, entraban los rayos del sol, inundando todo el espacio.
Agatha y la Señora Migdalia, se fundieron en un fuerte y cálido abrazo, mientras ésta, le agradecía por haberle permitido reencontrarse con su amado Pancho, una vez más, luego de tanto tiempo, separados.
- Gracias, también a usted, señora Migdalia, si no hubiera sido por su esposo, el señor Francisco, mi bisabuelo, no habría llegado a mí.
- Todo tiene una razón y un por qué.
- Es así, Señora Migdalia.
Finalmente, luego de haber levantado la sesión espiritual y de haberse dado las gracias, por éstos encuentros espirituales inesperados, Agatha, le ofreció un café a la Señora Migdalia; invitación que aceptó, encantada.
Pasaron varios minutos, disfrutando del café y la conversa post-consulta, antes de despedirse, pues aún, faltaban varios clientes por atender, con unas lecturas del Tarot y de la mano y una limpieza espiritual.
De repente, recuerda que tiene el móvil, en silencio, pues cada vez que tiene consultas, le quita el volumen para obtener una mayor concentración, de repente comienza a sonar y al darse cuenta tiene más de 200 mensajes, entre sus amigas, algunas clientes, algunos grupos en los que participa de diversas tendencias actuales en temas del ocultismo y talleres de cristales de cuarzo on line, entre otros, pero el más importante que visualiza, entre todos los demás, es el de Ignacio, recordado como “El Caballero de Los Versos”, quien le escribe lo siguiente:
- “Pasa el tiempo
pasan los segundos
y aun así tu recuerdo persiste
se mantiene
se queda
incrustado en el alma y el corazón
tarugado en la ausencia de tenerte
escondida en el baúl de alguna noche pasada
guardada como una reliquia
en una bolsita violeta de gamuza
con la esperanza de volverte a ver
algún día en una tarde de colores
aunque no estás
sino en mis pensamientos
y en el lado izquierdo de mi corazón
donde te has quedado prendida
como brisa que balancea
la ropa de las cuerdas de las azoteas
como las notas de un jazz
en el bar-café donde vi tu aura por vez primera
cómo me gustaría que estuvieras
para abrazarte como en mis sueños
como cuando lo imaginaba.
Estás en algún verso amarillo
o en una rima de azules degradados
en el cielo de mi mente
en la copa de los árboles en primavera
en la mirada de la luna algún anochecer
y en el rojo naranja que viste el crepúsculo
de mi hermoso Londres.
Estás aquí sin ti, pero conmigo
¿dónde creíste que estabas?
si te fuiste, pero te quedaste
hilvanada
en el reloj de mis recuerdos”.
Atentamente, tu admirador ya no tan secreto.
¿Te parece, si nos vemos ésta tarde, a eso de las cinco, a las orillas del Río Támesis?
Agatha, sonríe cómplice y le contesta:
- Hola Ignacio, claro que sí, nos vemos ahí a la hora pautada.
- De acuerdo, preciosa, estoy impaciente por verte.
- También yo. Nos vemos en unas horas. Hasta entonces.