Marcel.
Tomo el desayuno como siempre, en la terraza de mi magnifica casa en la colina, la brisa fresca me acaricia el rosto, el olor a bosque inunda mis fosas nasales y me llena de bienestar y alegría. Son los momentos de paz que disfruto, a veces pienso que ser invidente ayuda también a que consiga mucha de esa paz, la gente se lo piensa dos veces antes de molestarme, la gente normal, claro, eso no aplica a Alexis.
Me ha dejado seis mensajes de voz en menos de media hora, en todos cuenta con detalle cada anillo que vio, me provoca decirle que me da muy igual y que elija el que le dé la gana, pero debo fingir ser cortés y amable con ella al menos hasta que nos casemos, así que le respondo que cualquier cosa que elija, la pagaré igual.
Ella me da un poco de lástima, no tiene metas en la vida más allá de casarse, por la forma melosa como se comunica conmigo sospecho que es falta de cariño y que solo quiere llamar mi atención, la atención de alguien, no es mi culpa que sea tan poco querida por sus padres, y ella no es tan inocente, es fría y calculadora, interesada, se debe estar haciendo en la mente la idea de quedarse con mi fortuna, de apoderarse de lo mío, de ser una gran señora.
Ansío con desespero el día que la arruiné, que la acabe y le diga en su cara que siempre supe lo falsa que era. Hasta intentaría de nuevo recuperar mi vista solo para ver su expresión, y la de su padre.
Soy rico, sí, poderoso también, pero cuando me case con Alexis, tendré además influencia en el gobierno, su padre se postulará para presidente, yo pagaré su campaña, él estará en el ojo de la prensa nacional, su vida será escudriñada y será cuando yo ejecute mi mejor papel.
—Señor, la señorita Alexis está aquí—anunció Raúl.
—¿Qué? ¿Estás seguro?
—Sí, señor.
—Pero si yo no la invité.
Me revuelvo incomodo en mi silla, me molesta esa intromisión, seguro vino a darle un repaso a la casa, asegurarse de lo bien que luce la casa de la que será dueña.
—Raúl, no te separes de mí. Me contarás como siempre todo.
—Claro señor.
Bajo para recibirla, su perfume con olor a vainilla me llega aún en las escaleras, la escucho reír y aplaudir cuando alcanzo el último escalón. Debe pensar que soy su mascota.
—Marcel buenos días, ya elegí el anillo, podemos ir por el ahora mismo—dijo soltando risas tontas.
Suspiro, agradezco no poder verla.
—Tengo una agenda complicada ¿Crees que puedes aparecerte a mi puerta y arrastrarme a tus frívolas compras cualquier día?—pregunté tenso, intentaba no ser grosero, no quería revelarle mi verdadero carácter antes de tiempo.
—Ay que delicado, me dijiste que…
—Sé lo que dije, no me necesitas para comprarlo, dile al joyero cual te gusta y ya está, él llamará a mi asistente quien lo pagará.
—Es una buena ocasión para que nos fotografíen comprando anillo…
—Habrá una boda, no hace falta hacer show ahora—digo sin poder controlarme, Raúl aclara su garganta dejándome saber que me estoy pasando de la raya.
—¿Te molesto?—pregunta con tono falso.
—No, lo siento, es que debo estar temprano en un lugar, me retrasas—miento.
Ríe.
—Ah, lo siento, es que se me olvidaba que me casaré con un hombre ocupado, de negocios, importante—suspira, ya aprenderé esas cosas, no te preocupes, no seré una molestia.
Sonreí hacia su sombra. Escucho y siento sus pasos acercándose, se inclina sobre mí, su perfume me cuenta sobre cada paso que dará, me besa en la mejilla con intensidad, como una niña inocente.
—Gracias por entender—digo más calmado.
—Lo siento yo. Todo será bueno cuando nos casemos, ya verás—ríe—, me voy. Me gusta más cuando te hago reír.
Sale por fin, regreso a mi habitación, después de alistarme me subo al auto con Raúl. Vamos a la compañía como todos los días.
—¿ Y bien?—pregunto.
—Infantil, lo miraba con gesto infantil, cuando la regañó casi hizo un puchero como si fuera a llorar, juraría que sus ojos se humedecieron.
Reí.
—Sí, es una niña tonta, se la da de mujer independiente que negocia su libertad, su matrimonio, su autonomía, no es más que una descerebrada.
—Sí, parecía una chiquilla emocionada por el anillo, quizás debió ir señor, ella tiene razón, la prensa será buena.
—Es poco el tiempo que soporto con ella, limitémoslo a lo necesario, después tendré que soportarla por una temporada, debo aprovechar mi libertad ahora.
—Entiendo señor.
Llego a la compañía y como cada día me reúno con alguno de los gerentes de cada área, me dan detalles de cada operación, reviso todo en un computador especial que he hecho instalar en mi oficina, puedo reunirme con más de cien personas en dos horas, sin moverme de lugar.
—¿Se puede?—pregunta Gonzalo Pérez, mi abogado.
—Pasa Gonzalo. Te esperaba.
—Listos los papeles. En braille.
—Gracias. Los repasaré ahora. ¿Todo en orden?
—Todo en orden, puedes casarte cuando gustes. ¿Seguro que de quieres hacer esto?
—Nunca estuve tan seguro en mi vida. He esperado por esto desde hace muchos años Gonzalo. Estoy tan cerca.
Suspira.
—La chica es muy joven.
—Y estúpida, es perfecto. Sé que no estás de acuerdo Gonzalo, pero debo hacerlo o mi alma no tendrá paz.
—¿Y ellos no sospechan?
Me carcajeé.
—¿Estás loco? Si fuera por ellos estaríamos casados ya. La chica hasta ofreció meterse en mi cama, ella dice que fue su idea pero sé que fue su padre quien le dijo que me dijera eso. Son tan patéticos.
—El gobernador fue un hombre de humildes comienzos, se hizo rico y poderoso, aún se arrastra como serpiente cuando debe hacerlo porque no perdió la costumbre—dijo Gonzalo.
—Y está enseñando bien a la hija.
—A veces pienso que si se merece todo lo malo que la gente le desea, pero su hija Marcel…
—Gracias Gonzalo, leeré los papeles y te dejaré saber cualquier cosa. Excelente servicio. Adiós—dije.
Chasqueó la lengua y se fue cerrando con fuerza la puerta tras de sí. Me esperaba una cena o fiesta de compromisos pronto. Debía prepararme.