Dos meses habían pasado desde que Gina y Gerald comenzaron a intentar tener un hijo, desde que ella dejo los anticonceptivos, ambos estaban convencidos de que un bebé consolidaría aún más su matrimonio. Pero la realidad, como tantas veces, no se ajustó a sus planes. Las pruebas de ovulación caseras mostraban resultados erráticos, y cada periodo que llegaba era un pequeño duelo que Gina vivía en silencio. Agobiada por la falta de respuestas, acudió al ginecólogo. Tras varios estudios y análisis hormonales, el diagnóstico fue claro: ovulación irregular. Nada imposible de manejar, aseguró el médico, pero sí requería tratamiento. Gina tendría que someterse a un protocolo de estimulación ovárica con inyecciones hormonales. Gerald también tendría que seguir ciertas indicaciones. Él lo aceptó co

