Capítulo 1
—Ben… —comenzó con dificultad, como si esas palabras le pesaran tanto como a él—. Lo siento mucho, pero Felicia no lo logró.
El mundo de Ben se desmoronó en un instante. No hubo gritos, no hubo lágrimas inmediatas. Dicen que cuando estás a punto de morir, tu vida pasa en tu mente en 5 segundos. ¿Pero y si muere el amor de tu vida?, No es eso morir un poco también.
No pregunto nada, no se movió por un casi un minuto, su mente hizo un repaso de todos los acontecimientos del dia, desde primera hora de la mañana.
—¿Tienes la lista? —preguntó Felicia, sosteniéndose el vientre con una mano mientras revolvía con la otra el contenido de la maleta color lavanda.
—La tengo... —dijo Ben, agitando una hoja arrugada con gesto solemne—. Punto uno: tu cargador de celular. Punto dos: los snacks que juraste no necesitar pero que terminaremos comiendo. Punto tres...
—¿De verdad crees que ya es hora? —preguntó ella, con una mezcla de emoción e incertidumbre.
—No lo sé. Pero quiero que estemos listos. Por si acaso. Por si nuestra Emma decide que hoy es el día.
Emma. Su nombre sabía a esperanza.
Había sido un camino largo. Años de pruebas, lágrimas, medicamentos. Felicia se había sometido a tratamientos hormonales que la dejaban agotada y con náuseas durante semanas. Pero nunca dejó de sonreírle. Nunca dejó de creer.
Habían pasado seis años desde que se conocieron en Italia. Se cruzaron por accidente en un mercado de antigüedades. Literalmente. Ella tropezó con él. Él derramó su café sobre una mesa del siglo XVIII. Lo demás fue historia.
Felicia se llevó la mano al vientre.
—Oh… esta fue un poco más fuerte.
Ben la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Fuerte tipo “vamos ya” o fuerte tipo “espera que termine de empacar la crema de pezones”?
—Fuerte tipo... vamos, pero sin correr. Estoy bien. Solo… creo que Emma también está emocionada.
Ben ya tenía las llaves en la mano.
—Entonces vamos a conocer a nuestra niña.
**
El hospital estaba tranquilo. Les asignaron una habitación privada con vista al jardín. Mientras las enfermeras tomaban signos y hacían preguntas, Ben decoraba la cabecera con las pequeñas fotos que había impreso la noche anterior: la ecografía en 3D, la imagen de Felicia sosteniendo un par de zapatitos.
—No puedes decir que no vine preparado —dijo él, colocando una tira de luces LED junto a la cuna portátil.
Felicia lo miró desde la cama, con los ojos brillantes.
—Ben...Estoy lista. Para todo. Para ser mamá. Para no dormir. Para las noches difíciles y los días hermosos. Pero sobre todo... para ver tu cara cuando la veas por primera vez.
Él se acercó, tomándole la mano.
—Entonces, prepárate para enamorarte por segunda vez.
Felicia se acomodaba en la cama y una enfermera joven, de rostro amable, les sonrió mientras revisaba el monitor fetal.
—Todo se ve bien —dijo—. Emma está tranquila, su corazoncito fuerte. Me llamo Sandra. Voy a estar con ustedes durante el turno de la mañana. ¿Primer bebé, verdad?
Felicia asintió con una mezcla de nervios y ternura.
—¿Se me nota?
—Se les nota —respondió Sandra, guiñándole un ojo—. No se preocupen, van a hacerlo muy bien. La doctora Collins pasará en unos minutos. Pero si tienen alguna pregunta, estoy aquí.
Ben levantó una ceja.
—¿Cuántas veces puedo preguntar si ya va a nacer antes de que me echen?
—Dos veces por hora. A la tercera, le damos un chupón para que se calme.
Felicia soltó una carcajada.
Poco después, entró la doctora Collins. Tras una revisión breve, les dio la noticia con calma.
—Estás dilatando apenas dos centímetros, Felicia. Las contracciones son suaves aún, así que tienen dos opciones: pueden quedarse aquí en observación o volver a casa y regresar cuando el dolor sea más constante, cada cinco minutos aproximadamente.
Felicia miró a Ben. Él le devolvió una sonrisa paciente.
—Quiero quedarme. Solo de pensar en subir y bajar otra vez al auto...
Collins asintió.
—Perfecto. Les traerán una pelota de parto y pueden caminar por el pasillo si lo deseas.
Pasaron casi doce horas y todo avanzaba con lentitud. Felicia se veia desesperada asi que Ben le puso un video que recibio de sus amigos para animarla.
“Aquí los mejores tíos reportándose”, decía April entre risas. Jason añadía: “Y esperando noticias como si fuéramos tíos primerizos. ¡Vamos, Emma! Ya estamos listos para consentirte.” "Queremos conocerte Emma" se escucharon las voces de los niños
Felicia no pudo evitar reírse.
—¿Tú crees que nos cambie la vida completamente?
—Estoy seguro —respondió él sin pensarlo, y sin saber hasta que punto—. Y no me importa. Quiero que me la cambie. Quiero vivir cada caos, cada madrugada en vela. Quiero aprender a hacer moñitos. Quiero todo.
Felicia se rió otra vez.
—Moñitos, ¿eh?
—Y trenzas. Ya vi tres tutoriales.
Una enfermera entró a interrumpir el momento con amabilidad. Revisó el monitor, tomó nota y salió sin mucho ruido.
Pero minutos después, la doctora Collins volvió. Esta vez, con un rostro más concentrado.
—Todo va muy bien —empezó, mirando los datos en la tableta—. Solo quiero monitorear algo. Tienes la presión un poco más alta que antes, Felicia. Nada alarmante, pero quiero actuar antes de que suba más.
—¿Es por el estrés? —preguntó ella, de inmediato algo preocupada.
—Puede ser por múltiples razones. Lo importante es que vamos a darte un medicamento leve y seguiremos observando. Si no responde en las próximas dos horas, podríamos considerar inducir un poco más temprano.
Ben frunció el ceño. No dijo nada, pero su mano se posó sobre el vientre de Felicia como si pudiera proteger a ambas con solo tocar.
—¿Hay algún riesgo para Emma? —preguntó él, al fin.
—Por ahora, ninguno. Su ritmo cardíaco es estable y todo se ve bien. Solo queremos asegurarnos de que tu cuerpo no esté haciendo demasiado esfuerzo, Felicia. Vamos a cuidarlas a las dos.
La doctora les sonrió, y algo en su voz —esa mezcla de experiencia y humanidad— calmó un poco la tensión en el aire.
Pero las cosas no mejoraron.
El reloj marcaba las 3:17 a. m.
Las luces tenues del hospital apenas disimulaban el cansancio que pesaba en los párpados de Felicia. Llevaba casi dieciocho horas de trabajo de parto, y su cuerpo comenzaba a ceder ante el dolor. Sudaba, respiraba entrecortadamente y se aferraba con fuerza a la mano de Ben cada vez que una contracción la sacudía.
—¡Dios mio...! —gimió con los ojos cerrados, el rostro contraído en una mueca de dolor—. ¡Basta... no puedo más!
Ben, sentado a su lado, sintió que el alma se le partía en dos.
—Sí puedes, amor... lo estás haciendo increíble. Ya falta menos...
Felicia sacudió la cabeza, desesperada.
—Me duele... me está quemando por dentro. No es normal, Ben. Esto no es normal...
Ben miró a la doctora Collins, que en ese momento revisaba los monitores y ajustaba la dosis del medicamento para controlar la presión arterial. La tensión de Felicia había subido durante la última hora, y aunque los latidos de Emma aún se mantenían estables, algo en el ambiente se había tornado inquietante.
—Doctora... —murmuró Ben, sin soltar la mano de su esposa—. ¿Está todo bien?
Collins lo miró con cautela, como si pesara cada palabra antes de pronunciarla.
—La dilatación está estancada en ocho centímetros. Su presión no baja como esperábamos y las contracciones son muy fuertes. Debemos considerar una cesárea pronto si no hay avance en la próxima hora.
Ben sintió que el estómago se le revolvía, pero antes de hablar, Felicia levantó la cabeza, como si hubiese escuchado la palabra en sueños.
—No... ¡no, por favor! No quiero una cesárea... ¡Quiero parir a nuestra hija yo misma!
—Felicia... —empezó la doctora.
—No. —La voz de Ben fue firme. Su mirada se cruzó con la de Collins, como un escudo—. No todavía. Solo un poco más. Por favor.
La doctora asintió con suavidad.
—Les doy una hora más. Pero necesito que estén preparados. La prioridad será siempre la vida de ambas.
Si lo hubiera sabido.