Volver a casa después de la luna de miel no fue tan mágico como Gina esperaba. Aunque al llegar Gerald la sorprendió con flores y una cena especial, no tardaron en aparecer las señales de tensión. El recuerdo de la discusión en Egipto por la llamada de Ben y Emma seguía rondando en la mente de ambos, como una herida mal cerrada. Gina trataba de convencerse de que todo estaba bien. Habían tenido una luna de miel maravillosa en muchos sentidos. Gerald era detallista, dedicado, y en apariencia todo seguía igual. Pero no lo estaba. Gerald se volvió más posesivo, más celoso. Comentaba de manera sarcástica cuando veía que ella se arreglaba mucho para salir, o preguntaba con insistencia con quién hablaba cuando revisaba el teléfono. Gina comenzaba a caminar de puntillas, cuidando sus palabras,

