Gina se quedó sentada en el borde de la cama, en silencio. El sol de la mañana se filtraba perezosamente por las cortinas, iluminando el desastre de ropa sobre la alfombra. Con manos temblorosas, se quitó el camisón y se puso frente al espejo. La vista le revolvió el estómago: los hematomas en sus muslos tenían formas desiguales, como manchas negras sobre su piel clara. Cerró los ojos y recordó el momento en que Gerald la había sujetado con violencia, la forma en que sus besos se volvieron una imposición, no una caricia.
Sintiendo náuseas, se vistió con movimientos mecánicos. Intentó no pensar. Pero las voces en su cabeza eran implacables. "Fue una noche tensa, había bebido... estabas cerca de Ben... lo provocaste". La culpa era un veneno lento que se mezclaba con la tristeza. Otra voz, m
