Ben sostenía el celular mientras observaba cómo Emma reía con la pantalla, agitando su manita para saludar a Gina. La niña estaba en su mundo, feliz con solo verla, pero él no podía dejar de notar lo apagada que se veía Gina. Había algo en sus ojos, en la forma en que sonreía sin que su rostro lo acompañara. Había aprendido a reconocer esas máscaras. Cuando Emma salió corriendo fuera de la toma, Ben se atrevió. —¿Estás bien? —preguntó en voz baja, como si el volumen pudiera traspasar distancias y secretos. —Sí, claro —respondió Gina con una sonrisa rápida—. Solo ha sido una semana pesada. Ben dudó. Su garganta se cerró un instante antes de atreverse de nuevo. —¿Eres feliz allá? ¿En Iowa, con… todo esto? Gina titubeó. El corazón le latía con fuerza. Quería gritar que no. Que extrañaba

