Gina llegó al apartamento de Ben cargando dos bolsas: una con ingredientes para preparar la cena y otra con pañales, toallitas, un biberón nuevo y un body adorable con un dinosaurio azul. Era parte de su rutina ya. Tres veces por semana, se presentaba en la puerta sin anunciarse, con la excusa de que había traído comida o trabajo para revisar. No porque él se lo pidiera, claro, sino porque ella sabía que de otro modo él seguiría encerrado en su cueva de duelo, solo con su hija y su dolor.
La casa ya no era un caos absoluto como aquel primer día. Ben había comenzado a acostumbrarse a las exigencias del hogar y la paternidad. A veces Gina se burlaba de él diciendo que ya era todo un "señor de hogar", algo que lo hacía rodar los ojos con fastidio fingido. Pero en el fondo, a ambos les gustab
