All you had to do was stay

1205 Words
Trabajar aquí me era exasperante en la mayor parte del tiempo, me abrumaba muchas cosas pero trabajar con Paula llenaba mis expectativas. Era un lugar donde la gente se olvidaba de sí misma, donde los tragos eran baratos y la música siempre sonaba un poco más fuerte de lo soportable. Yo trabajaba ahí porque no había otra opción, porque necesitaba sobrevivir, aunque cada día sentía que me consumía un poco más. Esa noche, algo se quebró en la rutina. La puerta se abrió y el aire cambió. Como una corriente helada que recorrió el lugar. Yo lo sentí antes de verlo: Seth. Le hacía honor a su nombre. Entró con paso seguro, como si ya lo esperaran, y en cierto modo así era. Varias mesas se enderezaron apenas lo vieron. Nadie lo saludó en voz alta, pero los gestos nerviosos lo decían todo: el respeto no se pedía, se imponía. Se sentó en una esquina de la barra, la más oscura, la que daba hacia la salida. No venía solo: tres hombres lo acompañaban, trajeados de forma torpe, con esa apariencia de querer disimular lo que eran. —Un whisky. El mejor que tengas —me pidió sin mirarme a los ojos. Idiota. No fue una orden ruda, pero tampoco una simple petición. Era como si sus palabras fueran leyes no escritas. —Claro—, dije con tono forzoso—, Lo que digas mandón—, mencioné para mis adentros. Serví la bebida con las manos tensas, evitando mirarlo demasiado. Sin embargo, él sí me miró después examinando mis pasos. Esa mirada me atravesó, con calma, con intensidad, como si supiera exactamente qué pensamientos luchaban en mi cabeza. —Gracias, Blair —dijo, recordando mi nombre, cosa que no debería haber hecho y que, sin embargo, me estremeció. Me alejé rápido, fingiendo atender a otro cliente, pero en realidad observaba de reojo. —Es interesante, ¿No lo crees?—, Danna me tomó de la cintura—. Aunque no deberías de verlo. —No lo hago—, resoplé con cansancio. —Sí claro—, Gabo me pasó unos vasos—, Danna, solo míralo, es tan guapo—, imitó mi voz con burla. —¿Y viste sus ojos? Son preciosos—, le siguió. —Idiotas. Pronto la mesa de Seth se llenó de murmullos. Papeles doblados, un sobre deslizándose por debajo, vasos de whisky que se llenaban sin parar. Nadie más en el bar se atrevía a mirar directamente, pero yo lo veía todo. Eran negocios. Negocios sucios. Lo confirmé cuando Paula, una amiga, se inclinó hacia mí. —¿Ves eso? —murmuró, fingiendo ordenar copas. —Lo veo —respondí, inquieta. —Entonces aprende: cuando él hace un trato, no existe nadie más en el cuarto. Nadie quiere ser parte… ni testigo. Me mordí el labio, pero seguí mirando. Los acompañantes de Seth asentían a cada palabra que él decía. Era el centro, la fuerza. No alzaba la voz, no golpeaba la mesa, no necesitaba imponerse. Con solo hablar, tenía a los demás encogidos. Hasta que pasó. Uno de los hombres, un tipo con el cuello tatuado y el demonio en los ojos, me miró de reojo. No fue un vistazo rápido: fue una mirada larga, cargada de descaro, recorriéndome de arriba abajo como si me desnudara con los ojos.Sentí la piel erizarse. Quise apartarme, pero antes de que pudiera moverme, Seth también lo notó. La conversación en su mesa se cortó en seco. Seth apoyó lentamente el vaso en la barra y giró apenas la cabeza hacia el hombre. Esa calma previa al desastre me paralizó. —¿Te gusta lo que ves? —preguntó con una frialdad que congeló el aire. El tipo balbuceó, nervioso. —Yo… yo solo… Ahí todo lo que imponía aquel hombre terminó. No terminó la frase. Seth se levantó, sin prisa, y en un segundo le estampó la cara contra la mesa. El golpe resonó como un trueno. Los demás clientes guardaron silencio absoluto. Yo solté la botella que estaba limpiando, el corazón latiéndome en la garganta. Y aquellos cristales haciendo estruendo en el piso me trajeron de nuevo a la realidad. El hombre trató de incorporarse, sangrando de la nariz, pero Seth no se detuvo. Lo tomó del cuello de la camisa y lo empujó contra la pared, con una fuerza brutal. —No vuelvas a mirar lo que no es tuyo —gruñó, golpeándolo una vez más, esta vez en el estómago. El tipo cayó al suelo, doblado, jadeando como un animal herido. Nadie se movió. Nadie se atrevió a intervenir. Yo estaba helada, pero no podía apartar los ojos de él. La rabia en sus movimientos, la precisión con la que castigaba. No era un ataque descontrolado: era una demostración. Un aviso para todos. Cuando terminó, se acomodó la chaqueta como si nada hubiera pasado, volvió a su asiento y levantó de nuevo su vaso. —Sigamos. Los hombres en su mesa se apresuraron a retomar el trato, pareciendo que para ellos era algo normal. Yo seguí inmóvil, con la respiración agitada. Paula se acercó despacio, casi sin mover los labios. —¿Ya entiendes? Ese no es un hombre, Blair. Es un lobo entre perros. Pero lo peor era que, a pesar del miedo que me dominaba, una parte de mí ardía con algo más. Atracción. Fascinación. Yo era una tremenda bruta. Esa violencia que todos temían, a mí me había marcado. Y lo sabía: estaba condenada. Esa noche, cuando cerramos el bar, lo vi de nuevo. Seth salió el último, con su grupo detrás. Pero antes de cruzar la puerta, me buscó con la mirada. Esa mirada fría, penetrante… y distinta. No había pedido disculpas, ni explicaciones. Pero yo entendí el mensaje: el golpe no había sido solo un castigo, había sido una forma de decirme que sabía perfectamente de mi existencia. Así era. En casa, en mi balcón, todavía lo sentía en la piel. Y cuando levanté la vista, lo vi en el suyo, con un cigarro en la mano. Pero esta vez, no era solo humo lo que nos unía. Era el peligro. Y me atraía como nunca. Sentí mi celular vibrar, aparte la mirada de golpe para encontrarme con un mensaje de Caín. Caín: Podríamos ver películas hoy, ¿Te parece? Son los gritos de el enojo de Elise. Supongo que dentro de mi nacía la duda. ¿por qué ella desde aquel día del bar estaba más distante? ¿molesta? Siempre le habría caído en gracia el hecho de lo mucho que me gustaba Seth. Levante la mirada. ¿podría ser que acaso estuviera cometiendo el mismo error que Derek? Recordaba perfectamente todo lo que sucedió, habría huido de inmediato y para él yo habría muerto. Eso parecía ser, así como para mis padres que no podían pasar de página por lo que pasó. Quizá yo tampoco. Quizá hay personas que fingen tener el valor de enfrentar a los demonios y otras que dejan que aquellos les consuman el alma de la manera más irreal posible. Quizá, por ello fingía que no sabía el peligro que irradiaba Seth, el corderito más lindo del año, era un lobo.
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