Introducción
(Puedes ignorar la introducción y pasar al prólogo)
»Si tenerte no fuera un sueño, no estaría viviendo la pesadilla que causa tu ausencia«
Si No Fuera Un Sueño—
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—No te estoy preguntado si quieres o no comer, maldita sea —golpeó la mesa.
Temblé en mi lugar, esa forma en la me hablaba, tan llena de braveza y hostilidad ya estaba poniendome más nerviosa. Jamás me había tratado bien, podía llegar a este decibel de dureza sin importarle lo muevo que eso podía repercutir en mí. Para mal, siempre era para mal, y yo tenía que hacerme a la idea de que los días posteriores seguiría siendo lo mismo. Me dolía su trato, para que mentir, era terrible tener que soportar tantas dagas, e increíblemente ahí seguía yo esperando la estocada final que un día llegaría. Por ahora, me mantendría firme, iba a resistir hasta el último minuto.
Nadie merecía vivir lo que yo, a ninguna persona en el mundo le deseaba esta vida de mierda.
Contuve el llanto.
“No debes ser débil, no debes ser débil Emireth”.
—Lo siento, pero es que en verdad no puedo más, me ha hecho comer demasiado.
—¿Demasiado? Mi bebé debe estar sano y fuerte cuando nazca, no quiero un niño desnutrido por tu culpa —escupió apretando con rudeza mi barbilla.
Gemí.
—No me haga daño por favor.
—Entonces no me lleves la contraria —dijo sin más y se fue cerrando de un portazo.
Sostuve la cuchara temblorosa, iba a colapsar si metía otro bocado en mi sistema.
Rebeka llegó para cambiar el cobertor y dejar en mi armario la ropa recién lavada.
—La señora se ha ido, ya sabes a las tontas tertulias con sus amigas. Si no quieres comer, solo dámela y me la llevaré.
—Soy una tonta.
—No digas eso, eres una niña encantadora y nadie ha sabido valorarlo, salvo el joven Maximiliano.
—Pues Max también me ha dejado, se ha ido y ni siquiera se despidió.
—Porque seguro Marie dijo algo, como siempre. Mira, te he traído unas cuantas camisas de Max.
Me sonrojé. ¿Quería que me pusiera su ropa?
—No, yo…
—No te niegues —me guiñó un ojo y aspiró una de esas —. Huele muy bien, eh.
—Si Marie me ve con una camisa de su hijo me va a matar.
—Puedes usarlas cuando duermas, así crees que estás con él.
—Lo extraño mucho —rompí en el llanto.
Ella me consoló, me dio un beso en la frente y se fue con el resto de la comida.
Comencé a girar el brazalete en mi mano y recordé cuando Max me lo obsequió. Ya habían pasado casi cuatro años desde ese día.
Lo ví caminar hacia mí, con la manos ocultas detrás de la espalda.
—Max, has regresado ¡Si! ¡Si! ¿me has traído un dulce?
Negó con la cabeza, borré la sonrisa.
—Algo mucho mejor y te va a gusta mucho, pequeña.
—¡Que no soy pequeña! Y ¿qué me has traído, entonces? —quise saber con las manos puestas en la cintura.
—Cierra los ojos —pidió achicando la mirada debido a los rayos del sol que le daba justo en el rostro.
Su lindo rostro, sus lindos ojos…
Tuve que obedecer.
Lo sentí acercarse y tomó mis manos en las que lentamente depositó algún objeto.
—Puedes abrirlos, mi ángel.
Y lo hice.
Me sorprendí al ver en mis palmas un hermoso brazalete que tiene un corazón con el grabado de: “Eres mi ángel”.
Eres mi ángel…
Mi ángel…
Ángel…