Una decisión difícil
El malestar la despertó antes del alba. No fueron las náuseas habituales, ese conocido rito matutino que había aprendido a manejar con galletas saladas y respiraciones profundas.
Esto era diferente. Un calambre agudo, bajo y persistente, le atenazó el vientre, robándole el aliento y llenándola de un pánico helado que superaba con creces cualquier miedo anterior.
Se acurrucó en la cama, con una mano instintivamente protectora sobre su abdomen, susurrando al silencio de la habitación.
—No, por favor, ahora no. Todo está bien. Estamos bien.
Se quedó inmóvil durante casi una hora, rastreando cada sensación, cada punzada, hasta que el dolor amainó, convirtiéndose en una molestia sorda, un recordatorio ominoso de la fragilidad de la vida que llevaba dentro.
