Medio Arcoíris
Los días que siguieron al “milagro” de Lionel estuvieron teñidos de una felicidad secreta y una urgencia renovada.
La caída en la cama, que había culminado en una noche de pasión desbordante, no había sido un tropiezo, sino un umbral.
Habían cruzado una frontera, y al otro lado, el mundo se sentía más nítido, más vibrante. La guerra contra Santiago seguía en pie, pero ahora, cada paso que daban estaba impulsado por un propósito más profundo, más personal.
El amanecer los encontró entrelazados, sus cuerpos aún al calor de la intimidad compartida.
Emilia despertó primero, acurrucada contra el costado de Lionel, sintiendo el ritmo constante de su corazón bajo su oído.
Levantó la cabeza y lo observó dormir, su rostro relajado en el abandono del sueño, una mano descansando suavemente sobre su cintura.
No pudo evitar sonreír. Había visto a Lionel como un hombre de negocios implacable, luego como una figura frágil y desolada, y anoche, lo había visto transformarse en un amante apasionado, un hombre fuerte que había regresado de la oscuridad.
Se movió un poco, y Lionel gimió suavemente, sus ojos grises abriéndose lentamente. Una sonrisa lenta y somnolienta se extendió por su rostro al verla.
—Buenos días —murmuró, su voz grave y rasposa por el sueño y la emoción de la noche anterior.
Acarició su espalda con ternura.
—Buenos días —respondió Emilia, su voz apenas un susurro. La vergüenza comenzaba a colarse.Pero la mirada de adoración en los ojos de Lionel la disipó rápidamente.
—¿Estás bien? —preguntó él, su pulgar rozando su mejilla. Había una preocupación genuina en su tono.
Emilia asintió, sintiéndose un poco tonta por la pregunta. —¿Y tú? Tus piernas… ¿Te duelen?
Lionel suspiró, un sonido de alivio. —Cansadas, pero no adoloridas como antes. Es una fatiga diferente. Una que puedo soportar.
Se quedaron en silencio un momento, solo el sonido de sus respiraciones llenaba la habitación.
Emilia sintió el calor de su cuerpo contra el suyo, la textura de su piel, el aroma que se había vuelto tan familiar y reconfortante.
Era una intimidad tan profunda que le quitaba el aliento.
—Tenemos que hablar —dijo Lionel de repente, su tono más serio. Emilia se tensó al escucharlo.
¿Se arrepentía? Eso era lo que quería decirle?
Él debió sentir su nerviosismo, porque la apretó más contra él.
—No es lo que piensas Emilia. Te amo. Pero necesitamos un plan. Para enfrentar a Santiago... y para lo nuestro.
Se levantaron de la cama con una tímida torpeza entre ellos, mientras se vestían, la piel aún sensible por el contacto los mantenía unidos a través de las miradas furtivas.
El aire de la habitación parecía cargado con las palabras no dichas y los deseos latentes.
Una vez vestidos, Lionel la guió de la mano de regreso a la cama y se sentaron, uno frente al otro. Él tomó sus manos entre las suyas, sus pulgares acariciando sus nudillos.
—Lo de Santiago es una prioridad. Lo que descubriste con Susana es la pieza que faltaba. Necesito que me ayudes a atar cabos sueltos, a reunir todas las pruebas de manera irrefutable.
Ya no es solo dinero, Emilia, es traición. Es manipulación. Mi secretaría ha estado conmigo por muchos años, pero, debido a mi ausencia en la empresa, Santiago se aprovechó de eso.
Emilia asintió, la adrenalina de la noche anterior volviendo a ella bajo las caricias de sus manos.
— La dirección IP, la tarjeta de crédito personal de Santiago para un dominio a nombre de Susana... Es una conexión clara. Ella obviamente es su amante.
— Pero necesitamos más que solo eso. Transacciones, correos electrónicos, algo que los vincule directamente en el desvío de fondos.
—Exacto. Y necesito que sigamos trabajando aquí, en mi habitación. Laura no puede enterarse. No aún.
La mención de Laura trajo una punzada de incomodidad. El secreto que compartían ahora era doble. El de la investigación y el de su incipiente relación.
—Está bien – respondió Emilia.
Lionel le sonrió, una sonrisa de complicidad que hizo que el corazón de Emilia se acelerara.
—Y luego está... esto. —Su mirada recorrió su rostro, deteniéndose en sus labios.
Emilia sintió un rubor ascender por su cuello.
—Lionel... yo...
—No te disculpes, Emilia. —Su voz era suave, pero firme—. Anoche fue... fue la noche más importante de mi vida. No me arrepiento de nada. Y no quiero que tú tampoco lo hagas.
—No me arrepiento —dijo Emilia, encontrando su mirada. La honestidad en sus ojos grises era desarmante.
—Me alegro. Porque quiero más. Mucho más, Emilia —Apretó sus manos—. Quiero ser cuidadoso. Contigo. Con nosotros. Lo que siento por ti... es algo que nunca esperé volver a sentir. Y no quiero arriesgarlo. Ni tampoco quiero ponerte en peligro por la investigación.
Emilia asintió. —Yo siento lo mismo. Esto... es tan nuevo y…
—Lo sé. Y me siento más vivo que nunca. Tú me hiciste sentir vivo, Emilia. Y desear volver a caminar.
—¿Cómo lo hiciste, Lionel? ¿Cómo pudiste ponerte de pie? —preguntó Emilia, la curiosidad superando la vergüenza.
— Cuando pensé que te irías y que podría perderte…Sentí la necesidad de mostrarte que no estaba roto.
— Y cuando te acercaste a mí... fue como si tus manos me dieran la fuerza para sostenerme. La verdad Emilia, es que tu amor me dio la fuerza para volver a soñar.
Emilia sintió un nudo en la garganta. —¿Y ahora? ¿Podrás volver a hacerlo?
Lionel suspiró. —Lo he intentado muchas veces, ha sido duro y muy doloroso. Pero contigo aquí, con tu apoyo... puedo volver a caminar.
— Pero otro es otro secreto que guardaremos juntos.
Con un beso, Emilia respondió a la petición de Lionel . Era su cómplice, y ahora, algo más que eso.
Los días se transformaron en una rutina secreta y sagrada. Cada mañana, Emilia entraba a la habitación de Lionel, esperándola, en su silla de ruedas.
Al verla entrar se apoyaba en el escritorio, con los músculos tensos y el sudor perlado en la frente.
—Lo estoy logrando, mi amor, lo estoy logrando —decía con una sonrisa.
Emilia se acercaba a él, le tomaba las manos y lo ayudaba a enderezarse, guiándolo en cada movimiento. Al principio, era una lucha agotadora.
Sus piernas temblaban incontrolablemente, y sus expresiones faciales revelaban el inmenso dolor que sentía.
Pero con cada día, la lucha se hacía menos ardua. Lionel se aferraba a ella, su peso apoyándose suavemente en sus brazos, su respiración agitada contra su oído.
Ella se deleitaba en la cercanía, en la sensación de sus músculos tensos bajo sus manos, en el aroma a sándalo y sudor que lo envolvía.
—Un paso más, Lionel —murmuraba ella, animándolo. Y él lo hacía, un pequeño avance, un tembloroso control sobre su propio cuerpo.
Estos momentos se convirtieron en el anhelo más profundo de Emilia. Eran su burbuja, su espacio íntimo donde la vulnerabilidad se unía a la fortaleza.
Había una conexión innegable entre ellos, forjada en la lucha compartida y el conocimiento tácito de lo que había sucedido entre ellos.
Después de los ejercicios matutinos, se sumergían en la investigación. La habitación de Lionel se había transformado en un cuartel general secreto.
Mapas mentales, organigramas de empresas fantasmas y cronogramas de transacciones sospechosas cubrían las paredes, todo lo que pudieran esconder rápidamente si Laura o alguien más entraba.
Trabajaban codo a codo, sus cabezas casi tocándose mientras examinaban documentos digitales, susurrando estrategias y hallazgos.
La búsqueda de pruebas contra Santiago y Susana era meticulosa. Emilia, con su agudeza digital, rastreaba cada migaja de pan.
Con cada archivo que desenterraba, la imagen de la traición se hacía más clara
—Lo tengo, Lionel —dijo Emilia, la voz temblorosa por la ira y el asombro. Le mostró unos correos.
Lionel leyó el contenido, su rostro se endureció con cada palabra. Sus nudillos se pusieron blancos al agarrar el ratón.
—Son monstruos —murmuró, su voz apenas audible. Emilia sintió el escalofrío en su propia piel. La traición era más profunda de lo que imaginaban.
—Esto lo cambia todo. Esto es intento de asesinato —dijo Emilia, sus ojos fijos en los de él.
Él asintió. —Ahora sabemos que mi "accidente" no fue un simple accidente. Esto es criminal. Y estos correos son la prueba irrefutable.
La curiosidad de Laura un dia estuvo a punto de descubrirlos, pero Lionel, con una calma forzada, dijo: —Estoy trabajando en algo muy importante, Emilia me estaba ayudando.
Emilia sintió el rubor subir por sus mejillas. —Sí, estaba ayudándolo con unos documentos.
Laura no se convenció del todo, pero se encogió de hombros y se marchó.
Después de que Laura se fue, Lionel cerró la puerta de su habitación. Miró a Emilia, con una sonrisa divertida en sus labios.
—Estuvo cerca —dijo.
—Demasiado cerca —respondió ella, riendo suavemente. La adrenalina de ser casi descubiertos se mezclaba con la emoción de su secreto.
Lionel la acercó a él y la besó con intensidad.
— Esta noche quiero que te quedes a dormir conmigo.
Las noches para los dos eran un lienzo para sus deseos, la tensión acumulada se disipaba en la cama al amarse.
Lionel, gracias a los ejercicios diarios, era cada vez más capaz de moverse. Su cuerpo, que antes era una prisión, ahora era un instrumento de placer.
La intimidad con Emilia era profunda, llena de una entrega total. Era una conversación sin palabras, una expresión de amor que superaba el dolor y la incertidumbre.
Era un descanso para su alma.
Una noche, mientras yacían entrelazados después de hacer el amor, Emilia trazó la línea de su mandíbula con un dedo.
—Nunca pensé que volvería a sentirme así —susurró ella.
Lionel la miró, sus ojos brillando en la penumbra. —Yo tampoco. Creí que mi vida había terminado. Que el amor era un lujo que ya no me pertenecía.
—Pero te pertenece —dijo Emilia, acunando su rostro entre sus manos.
—Gracias a ti —respondió él, besando sus palmas. —Me has dado más de lo que jamás imaginé.
Lionel la abrazó más fuerte, como si temiera que el sueño pudiera robarle este momento.Él besó su cabello para luego acunarla en su pecho.
—Después de asegurarnos de que Santiago y Susana paguen por lo que hicieron…
Lionel la miró con una intensidad que le cortó la respiración. —Después de eso... quiero que te cases conmigo.
Emilia sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas picaban en sus ojos. —Lionel...
—No tienes que decir nada ahora. Solo piénsalo. Pero quiero que sepas que eres mi hogar ahora. Y quiero construir uno contigo.
La idea de un futuro con él, libre de la sombra de Santiago, sus amenazas y de la silla de ruedas, era abrumadora y hermosa.
Pero ella no estaba tan segura de que al enterarse Laura, la hija de Lionel estuviera de acuerdo con su unión.
Amar a un hombre como Lionel Márquez no era tarea fácil. Una vez volviera a caminar y retomara su lugar como el CEO temido y respetado…
Tal vez, su amor por él ya no tendría el valor que tenía ahora.
Ese temor no se apartaba de su cabeza. Emilia no podía olvidar lo sucedido con su primer amor.
Su fe en su amor y sus promesas por poco y la destruyen.
Ser aliada y amante de Lionel era pasar la línea de lo prohibido. Un delito que podría contarle su carrera. Su credibilidad y su vida misma.
Lionel la abrazó.
—Eres la persona más maravillosa que conozco. No habría logrado todo esto sin ti.
Él la besó, con un beso cargado de promesas.
Promesas en las que Emilia no ponía todavía su corazón.
Al hacer el amor con Lionel, para ella era una mezcla de celebración y alivio. Y a la vez, un hola a un futuro incierto.
Lionel la amaba con una ferocidad tierna, cada caricia era una promesa de un mañana sin miedos.
Emilia se entregaba a él por completo, encontrando en sus brazos no sólo un refugio, sino la libertad que no había sentido en mucho tiempo.
Pero cuando la fe en el amor y la confianza han sido fracturadas, siempre hay un destello de oscuridad en el arcoiris de la felicidad.