6: Primer Objetivo

1016 Words
No es la primera vez que acompaño a Leonardo a una de sus reuniones, pero sí es la primera en la que me presento como su esposa. Y, más importante aún, la primera en la que sé con certeza que estoy rodeada de sus negocios sucios. Él me exhibe como si fuera su trofeo más reciente, como si yo no fuera más que otra de sus adquisiciones. Sonrío y saludo fingiendo orgullo, como si de verdad me encantara estar a su lado. A la mayoría de estos hombres no los conozco personalmente, pero uno de mis objetivos está aquí esta noche. Y eso ya es una ventaja. Lo veo acercarse. Cabello rubio, ojos cafés, alto, con tatuajes que le trepan por el cuello —y seguramente por todo el cuerpo—. Fernando Souza. Sonríe con ese acento brasileño que intenta disimular su b********d con cortesía. —Señora San Román —dice—, Leonardo ha sido un hombre con mucha suerte. Bebo un sorbo de vino y juego con el borde de la copa. Leonardo se ha ido con uno de sus socios a revisar una “mercadería”. Buena oportunidad. —A mi esposo no le gustaría escucharlo hablarme así —le respondo con voz dulce, casi felina. Él sonríe, como si le encantara el riesgo. —No tiene por qué enterarse… a menos que usted se lo diga —responde con tono bajo. Me doy la vuelta y me apoyo en el barandal de concreto de esta terraza con vistas a la ciudad. La noche está húmeda, densa. Lo siento acercarse por detrás, y no necesito girarme para saber que ya está donde quería tenerlo. —Las mujeres siempre salimos perdiendo en los asuntos de hombres —comento con una inocencia que no siento. Sus manos se posan a cada lado de mi cuerpo, sobre el barandal. Su aliento roza mi cuello. —¿Qué hace una mujer como usted casada con un hombre como Leonardo? No me lo tome a mal, pero usted… usted es demasiado joven y hermosa. ¿Qué le lleva? ¿Veinte años? Me giro entre sus brazos, y nuestros rostros quedan a poca distancia. Él no es feo, al contrario. Tiene un aire salvaje que podría ser atractivo para alguien que no supiera quién es en realidad. Pero yo sí lo sé. Fernando Souza: uno de los narcos más peligrosos de Latinoamérica. Y ahora, mío. —Dicen que para el amor no hay edad, ¿no? —le respondo, sonriendo de lado. Él se muerde los labios. Su mirada recorre mi cuerpo sin pudor. —Eso es cierto… pero usted es demasiada mujer para él. Su mano sube hasta mi cabello, lo acaricia como si ya me perteneciera. Lo dejo hacer, aunque por dentro me repugna. —No tiene idea de las cosas que podríamos hacer usted y yo —susurra. Lo sostengo con la mirada, dejando que el silencio pese un segundo antes de hablar. —Está jugando con fuego, señor Souza. Mi esposo es un hombre muy poderoso. ¿Acaso no lo sabe? Pensé que eran socios. —Si usted me pide la luna, se la bajo. Si quiere estar conmigo… yo me encargo de dejarle el camino libre. Ahora lo tengo. Tal como me lo prometieron: sería el más fácil de manipular. Y no se equivocaron. Deslizo una mano hacia su nuca, enredo mis dedos en su cabello. —Suena tentadora su propuesta, pero… ¿cómo sé que no es una trampa? ¿Cómo sé que no me van a matar si acepto? Sus labios vuelven a buscar mi cuello. —Por usted y ese cuerpo que tiene, traiciono hasta a mi madre —dice, y sonrío con una satisfacción que oculto tras los labios mordidos. —No puedo comprar una mercadería sin probarla primero —susurro. Sus manos ya están en mi espalda baja, y su cuerpo me habla con la misma intensidad que sus palabras. —Pruébela, y luego me dice si quiere más —dice con descaro. —¿Cuándo? ¿Dónde? Me toca el trasero. Me cuesta no reaccionar. —Para que vea que hablo en serio, la invito a mi casa mañana. ¿Le parece? —¿No me va a matar? ¿No me va a traicionar? Se aleja un poco para mirarme a los ojos. Cree que me tiene rendida. Qué estúpido. —No la mato con una bala, si a eso se refiere… pero quizá la mate de placer. ¿Le parece eso? —Eso me gusta más —susurro. —Haré que pasen por usted a su oficina. ¿A las cuatro está bien? —Perfecto. Me mira con hambre. Y antes de que pueda esquivarlo, me toma por la nuca y me besa. Me dan náuseas. Pero lo beso de vuelta como si no quisiera hacer otra cosa en el mundo. Cuando se separa, tomo aire como si me costara soltarlo. —Debo irme, si no quiero que mi esposo se preocupe al buscarme —digo con una sonrisa fingida. —Hasta mañana, señora San Román. —Hasta mañana. Camino de regreso a la casa con paso elegante. Dejo la copa en la primera mesa que encuentro y me encierro en el baño. Apenas cierro la puerta, saco el celular de mi bolso y marco. —Zehra —responde Lautaro al primer tono—. ¿Todo en orden? —Mañana me veo con Souza. En su casa. Asegúrate de que todo esté listo. Es la única oportunidad que tenemos. —No te preocupes, te daremos todo lo que necesites. Solo va a tomar cinco minutos. —Perfecto. Debo seguir fingiendo —le digo mientras observo mi reflejo en el espejo. —Zehra… —¿Qué? —Cuídate, ¿sí? Sé que esto es importante… pero no quiero que te pase nada. Sonrío, aunque sé que él no puede verlo. —No te preocupes. Me enseñaste a cuidarme. Cuelgo. Miro mis ojos en el espejo. No tiemblan. No dudan. Y aunque me siento sucia por dentro, no puedo permitirme fallar. Mañana, Fernando Souza cae.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD