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El siguiente día de entrenamiento no podría ser más incómodo. Mi padre había estado demasiado centrado en entrenar a su nueva defensa patética. —¡Vamos!¡Mi abuela se mueve más deprisa y está muerta!— no era muy convincente ordenarles correr más rápido teniendo en cuenta que yo me estaba ahogando y sudando como en una sauna. Tan solo aguanté cinco minutos más, que durmiendo por la mañana parece poco, pero corriendo en círculos es una auténtica eternidad. —Cuanto glamour.— reconocí ese sarcasmo feroz al instante. —Eliza...— no había cambiado un ápice desde que se marchó a estudiar bellas artes. —Hermanita, ese ya no es mi nombre.— cuando Eliza descubrió que papá había elegido su nombre pensando en la mujer de Edgar Allan Poe, ella decidió cambiarlo por el título de una de sus obras. —Raven, no sabía que llegarías tan pronto.—murmuró papá al llegar hasta nosotras. —Yo ni siquiera sabía que iba a llegar.— fruncí el ceño, tenía que trabajar la comunicación con mi padre. —Esto ya parece una reunión familiar.— sobra decir que ellos no se llevaban muy bien. —Todavía no se ha terminado el entrenamiento.— dije al ver cómo todos nos observaban. —Tengo que hablar con tu hermana ¿te importa quedarte sola?— negué con la cabeza, de todas formas tenía que quedarme a entrenar a London. —Hasta luego, Accidente.— susurró mi hermana mientras se alejaban. Solía llamarme así porque nacimos con menos de un año de diferencia, y eso significa que mis padres no planearon que yo naciera. Supongo que nunca me perdonará lo de mamá.