𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰
Desde las sombras de una mansión demasiado lujosa para este pueblo, se escondía un secreto que nadie quería mencionar. No por falta de curiosidad, sino por miedo. Porque en esa época, hablar de ciertas cosas era meterse en un problema del que quizá no salías.
La mansión tenía dueño, uno del que todos hablaban sin saber realmente nada: Damon Darkveil.
Los rumores decían que el hombre no envejecía. Que siempre aparentaba veinticuatro años aunque, según los registros del pueblo, ya tenía cincuenta.
Y, claro, la gente no pierde tiempo inventando:
“El Oscurista”, “El Rey del Inframundo”.
Así lo llamaban.
No porque fuese gracioso, sino porque algo en él no era normal.
Damon medía casi dos metros. Su presencia incomodaba a cualquiera. Cabello n***o, piel pálida como si hubiera vivido bajo tierra, y esos ojos… negros la mayoría del tiempo, pero rojos cuando se enojaba o cuando alguien desobedecía.
Ese rojo no era común. Era un rojo que quemaba.
Y quienes lo miraban demasiado terminaban mal: muertos, en trance o quemados vivos.
Nadie escogía.
Vestía siempre n***o o vino tinto. Nunca salía de esa paleta, como si otros colores simplemente no existieran para él. Y, aun así, tenía algo que atraía. Un tipo de belleza que inquietaba y atrapaba al mismo tiempo. Varias mujeres se le acercaban, pero no solo por lo que veían: Damon era el hombre más rico del país, y la gente suele olvidar el miedo cuando huele riqueza.
Las pocas que estuvieron con él no tuvieron final feliz.
Aparecieron muertas.
Sus familias desaparecieron sin explicación, sin rastro, sin despedida.
Y aunque todos sabían que Damon era el único capaz de algo así, nadie decía nada. Él mantenía el pueblo de pie, invertía, ayudaba, daba trabajo. A cambio, todos guardaban silencio. Era lo que había.
Pero todo cambió cuando llegó ella.
Una mujer nueva, distinta a cualquier persona que hubiese pisado ese lugar.
Piel morena clara, ojos grises que imponían sin necesidad de palabras, y vestidos de colores que resaltaban en un pueblo que parecía diseñado en tonos apagados.
Medía 1.78 y cada paso suyo llamaba atención. No buscaba ser vista; simplemente lo era.
Soraya Greyborne.