VEINTISÉIS HORAS DESAPARECIDA.
Eduardo toca a la puerta y me despierta porque Edmundo llegó. Son las seis de la tarde. No viene solo, trae a otro hombre con él. Salgo de mi cuarto y paso por el de Abi, lo tenemos cerrado porque a ella no le gusta que toquen sus cosas, es demasiado ordenada y hasta puedo decir que obsesiva con su espacio. Me duele el pecho con solo ver la entrada. Veloz bajo las escaleras y me apresuro a llegar a la sala. Mi hermano es un hombre tan grande y corpulento que su acompañante parece ser de baja estatura. Tiene una pinta que no me agrada, pero no digo nada y los invito a sentarse. Parece uno de esos tipos que salen en las películas que hablan de narcotráfico, solo le falta sacar la pistola para completar el estereotipo. Estamos los tres sentados en la sala, pero enseguida se unen Luis y mis primas, a mis hijos no les permito escuchar porque no sé qué es lo que vamos a tratar.
—Rita, él es investigador —me dice Edmundo y lo señala.
—Díganme Rafa. Aquí mi brother ya me contó lo que les está pasando. —Le da una palmada a Edmundo—. Podemos ayudarles a encontrar a la niña.
La manera en la que habla y su expresión al hacerlo me hacen confirmar que no se trata de un investigador real.
—¿Usted es como un policía? —lo cuestiona Luis sin comprender nada porque no le avisé sobre la llamada a mi hermano.
Eleonor me dirige una mirada como suplicando que no mencione algo indebido.
—Digamos que algo así —responde el hombre y ríe irónico.
Imagino la sangre que seguro ha corrido por sus manos y me da terror el solo saber el tipo de visita que he recibido en mi casa.
—Edmundo, ¿podemos hablar en la cocina? —le pido de inmediato, con el sudor bajando por mi frente gracias a la tensión que cargo.
Mi hermano se levanta con mala cara, sabe que no me ha agradado su método, pero va detrás de mí. Él es mayor que yo por dos años, aunque siempre me ha respetado porque antes éramos muy unidos.
—Pero ¿qué te pasa? —le reclamo con un evidente miedo y también enojo—. ¿Quién es ese tipo que trajiste? ¿Es un matón? —Toco mi frente, incrédula.
Mi hermano no pestañea.
—Es alguien que conoce los mundos en los que puede estar Abigaíl.
—¡¿Qué diablos dices?! Sabes que yo quiero hacer las cosas por las vías legales…
Escucho que él carraspea.
—¡No funciona, Rita! ¡No funciona! —dice con una voz que me eriza la piel, ha salido de lo más profundo de su ser, como un alarido de lobo herido. Da un paso hacia adelante y sus ojos parecen estar consumidos en el odio—. La justicia aquí es un maldito asco, sé que vas a entenderlo, pero tal vez cuando eso pase ya sea muy tarde. Mi sobrina puede estar viva todavía.
—¡Está viva! Deja de insinuar cosas que no son —intento convencernos de eso—. Estoy desesperada, ¡sí!, pero no quiero meterme con gente como esa. —Apunto firme hacia el lado donde se ubica la sala.
—Bueno, al menos déjame contactarte con un investigador más de tu estilo.
—¿Uno real?
—Sí —confirma estoico—. Conozco unos buenos, ellos dieron con el nombre del asesino de mi hijo.
—Supongo que el que está sentado allá hizo otro tipo de trabajo —insinúo, pero en realidad no quiero saber cuál fue el final del hombre que disparó el arma.
—Créeme que te entiendo. Yo usaría esa vía —refiriéndose al sujeto que llevó—, pero te entiendo. Déjame hacer una llamada para que manden a alguien.
—Gracias. Suficiente tenemos con todo esto como para sumarle más peligro.
Respiro para calmarme y ambos regresamos a la sala.
Despedimos a su invitado con toda la cortesía, agradecemos su disposición y por si las dudas le damos propina.
Solo pasa media hora después de la llamada de mi hermano para que el timbre de la puerta suene. Pablo se apresura a abrir y un hombre da un paso dentro de la casa. Esta vez les informamos antes a todos los involucrados lo que íbamos a hacer.
Volvemos a reunirnos en la sala, está limpio porque Alma y Eleonor han hecho la limpieza por nosotros. Yo no tengo cabeza para eso. Incluso prepararon la comida sin que lo pidiéramos. Ellas dos están siendo nuestros soportes, han dejado a sus familias por estar aquí y las amo más por todo lo que hacen en estos momentos.
Tengo otros dos hermanos y cuatro hermanas, pero todos viven lejos, dos de ellas se casaron y se mudaron al país vecino. No sé si alguno vaya a venir o solos se mantendrán informados por teléfono…
Todos nos quedamos en silencio al ver a la persona que ha llegado.
Edmundo le hace una seña para que pase hasta donde estamos aguardando. Él comienza a hablar en cuanto nos tiene cerca. Se nota que sabe que las cortesías en momentos así son innecesarias.
—Muy buenas tardes, soy el detective Leonardo Medina, de la Agencia de Detectives Privados Miller y Asociados, especialistas en la localización de personas.
Este individuo luce muy diferente al otro investigador, su vestimenta es formal, incluso muestra su credencial para confirmar su identidad.
—Detective —me dirijo a él. Estoy segura de que mi rostro se encuentra terrible porque no me he puesto ni una gota de maquillaje, pero poco me importa cómo me vean los demás—, estamos desesperados.
—Lo entiendo perfecto. Si están de acuerdo podemos empezar de una vez, las primeras horas después de la desaparición son muy importantes.
—No me lo tome a mal, detective, pero ¿no es usted muy joven para esto? —le pregunta Luis, dubitativo.
Tiene razón. El hombre parece muy joven y eso nos hace cuestionarnos su capacidad.
—Tengo casi treinta años y llevo cinco de ellos en servicio, señor —suena seguro—. Antes trabajaba en conjunto con otro colega y tuvimos un total de ciento ochenta y dos casos resueltos.
—¿O sea que es la primera vez que trabaja solo? —vuelve a preguntarle mi esposo.
—No estoy solo, toda la agencia colabora con los casos, yo solo soy el receptor de la información y voy a estar al frente. Confíen en mí, sé lo que hago.
—No lo abrían mandado si no fuera bueno —rebate mi hermano y le ofrece sentarse.
—Bien, Leonardo, si gusta podemos empezar ya —le pido con urgencia.
El detective escoge una esquina del sillón más grande, justo frente a una mesa de vidrio que tenemos desocupada. Todos lo contemplamos como si fuéramos niños en pleno aprendizaje. Saca una libreta junto con una grabadora pequeña y comienza a hacer las preguntas.
Le entrego un volante que contiene las características físicas de mi hija; él las anota en una hoja. Mi niña, con sus ojos grandes y expresivos; su piel oliva que tanto cuida; su cabello n***o, largo y siempre bien cepillado; ese aroma de su perfume que esparce al caminar… Desde pequeña fue muy cuidadosa con su apariencia, recuerdo que no le gustaba mancharse las manos, mucho menos la cara. Llegaba a exasperarme porque yo estaba acostumbrada a limpiar rodillas llenas de mugre, rostros embarrados en chocolate y cabellos enmarañados por tanto jugar. Con ella la maternidad fue muy distinta, pero igual de maravillosa.
—¿Pueden narrarme cómo fue el día en que desapareció? Cada detalle que consideren poco importante, deben decírmelo.
Mis ojos se van directo al suelo, allí está la alfombra que queda en medio de los sillones y que es más vieja que todos los demás muebles. Nos la regaló una tía adinerada en nuestra boda; ella murió un año después y yo la quería como a una segunda madre. En esa alfombra verde que tanto cuido gatearon todos mis bebés. Por unos segundos me voy a ese tiempo donde los vi dar sus primeros pasos. Quiero quedarme allí. Pero es la voz de Eleonor llamándome la que me regresa al terrible presente.
Reacciono enseguida y comenzamos a contarle al detective todo lo que podemos.
—Fue este veintiuno de mayo —digo con el dolor subiendo por mi garganta—, justo a las cuatro de la tarde, esa fue la última vez que la vimos. Era domingo y tenía una cita con su novio. La despedí desde el comedor porque estaba apurada calificando exámenes de mis alumnos. Luis le dio dinero, aunque no se lo pidió. Escuché que le recordó que no volviera tan tarde. Nunca llega más allá de las ocho de la noche. A las cinco llamó Santiago, el novio, para preguntarnos si sabíamos por qué no asistió a la cita.
—¿La intentaron contactar?
—Ella no usaba teléfono celular. —Eso es algo que me reprocharé siempre.
—Ya veo. ¿El novio qué más dice? ¿Pueden darme su dirección? ¿Saben si tenían problemas? Es necesario hablar con él.
—No cree usted que él tenga algo que ver, ¿o sí? Es un muchacho de casa, muy tranquilo —le digo con una preocupación que nace de pronto. No reparé en Santiago antes porque lo considero una buena persona. Conozco a sus padres, es de una familia que jamás ha tenido escándalos, y su temperamento es muy dócil; al menos el que nos muestra a nosotros.
—Sé que lo que voy a decir va a sonar alarmante, pero en el cuarenta porciento de los casos de desaparición están inmiscuidas las parejas sentimentales.
—¡Es apenas un adolescente! —añade Luis porque confía en Santiago. Él mismo lo vio buscarla desesperado y tampoco lo cree capaz de hacerle daño a nuestra hija.
—¿Y en dónde está ahora? —cuestiona el detective al no verlo presente—. En situaciones como estas debemos interrogar al que sostenga una relación con la persona desaparecida, es por protocolo.
Le proporciono su dirección sin más interrogantes. Sé que los padres lo van a tomar a mal, pero, si el profesional considera que es necesario, estoy dispuesta a tolerar que nos tachen de lista de amistades.
Seguimos dándole información a Leonardo por más de una hora, como sus datos escolares, rutina diaria, historial médico, actividades regulares, comportamiento en los últimos días, si dejó alguna carta o escrito en su recámara u otro lugar de la casa… Él anota con sumo detalle y, antes de que se vaya, Pablo se le acerca sigiloso y le dice algo rápido. Fue tan baja su voz que no fui capaz de escucharlo, pero me carcome la duda de saber por qué ha actuado así.
—¿Va a ir a casa de Santiago? —lo cuestiono. Ya casi son las nueve de la noche y me sorprende que trabaje a esas horas.
—Sí —responde sin más.
El detective trae coche y le pido que me deje acompañarlo. Luis no quiere que vaya, pero siento la necesidad de conocer lo que el jovencito tiene que decir.
Edmundo se retira a su casa. Le agradezco con un abrazo. A él no le gusta el contacto físico, pero no me evita porque sabe que me hace mucha falta.
Una vez dentro del carro, el detective me observa con lástima.
Sé que conoce de sobra los distintos desenlaces de estos casos y también sé que muchos terminan en desgracia. ¡Yo solo quiero ver un rostro que me diga que todo saldrá bien!, que este mal sueño se va a acabar pronto, que cuando llegue la fecha estaremos partiéndole el pastel de su mayoría de edad; seguro ella lo prepararía porque desde los quince años es quien nos hace los pasteles de cumpleaños. Su padre se encargó de comprarle todo el material que encontró de repostería para que no pidiera prestado nada. ¡Cómo anhelo verla en la cocina, sacando sus creaciones del horno y luego haciéndome probarlas! ¡Cómo me arrepiento de no haberle dado un abrazo antes de que se fuera! ¡Persignarla! Apenas y me dio un beso apresurado en la mejilla porque yo estaba concentrada con los exámenes. Pensaba que mi vida iba a tener la misma rutina y, de forma tan abrupta, ha sido cambiada a esto tan espantoso. Necesito estar consciente porque no tenemos otra opción. Necesito dejar de ser tan cobarde. ¡Necesito luchar más para poder encontrarla! Es momento de portarme como una mujer valiente si quiero que todo vuelva a ser como antes.