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El beep del monitor cardiaco le hizo fruncir el ceño. Odiaba los hospitales, odiaba su olor y odiaba ser tan débil. Para un hombre lobo ir a un hospital era innecesarios si no fuese un gran riesgo, pero él había ido dos veces en dos semanas por algo tan estúpido como el engaño y el rechazo de su mate.
Bien, aquello no era estúpido, pero él sentía como si lo fuese. Se sentía vulnerable, agotado y lo único que deseaba hacer era llorar, pero al parecer ya no le quedaban lágrimas. Su corazón ya no le dolía, ya no sentía nada, pensar en Samuel ya no le acusaba dolor o angustia, ahora sólo era nada.
Era ilógico, Samuel era su destino y ahora debía estar lamentándose, llorando porque el hombre lo había engañado y ni siquiera le había interesado el hecho que aún compartía un vínculo o q
