La melodiosa y suave voz del cantante invade mi habitación llenándola de paz; me gusta la manera en la que mi corazón late al compás de la misma. Siento cómo ingresa en mi sistema eliminando toda la rabia que normalmente me asalta.
Es como si este extraño tuviese la fórmula secreta para tranquilizarme, para hacerme olvidar a través de una simple canción, el dolor que llevo en mi pecho desde que nací.
Muerdo mi labio inferior molesta de tan solo pensar que había logrado su cometido: la canción me había gustado y estaba consiguiendo que piense en él.
Pero sería cuestión de tan solo unos mensajes más para que metiese la pata y terminara por fastidiarla.
'¿Un par de mensajes más?' me detengo a reflexionar en la afirmación que tan fácilmente había hecho. Seguro por la mañana se habría aburrido de su tonto jueguito de seducción.
Además, y lo que era aún más importante, yo no quería volverle a hablar de nuevo. Como ya se lo había expresado con anterioridad, no estaba interesada en el amor y mucho menos si venía de un anónimo al que ni siquiera conocía.
Ja... No volvería a caer, no otra vez.
Apago la música y saco los libros que el señor Phidelman tan amablemente nos había encargado leer; aunque fuere por orgullo debía aprobar su materia a la primera.
No le daría el gusto de atrasarme con el resto de la correlativas solamente porque la suya apestaba y en grande. Le demostraría que este desastre venía con un as bajo la manga, uno que no se veía venir.
En mi mente las cosas sonaban mucho mejor que en la realidad; no siempre todo lo que imaginaba se daba tal cual yo quería. Ni siquiera cuando daba todo de mí para que sucediera.
Sin embargo en esta ocasión, estaba comprometida a estudiar hasta que se me cayesen los ojos.
No podía defraudar a mi mamá en esto también. No después de ver cómo sacrifica su vida para que yo tenga la oportunidad de graduarme de la universidad. Una oportunidad que la guerra y mi nacimiento le habían arrebatado cruelmente.
Cuando siento ronronear la vieja puerta de madera en la entrada, salgo disparada para ayudar a mi madre con las bolsas de las compras.
— Ya te dije que no cargues peso— le recuerdo. Tal y como había indicado el doctor, debía hacer reposo si quería recuperarse de esos intensos dolores en su espalda.
— ¡Bien! olvídense del viejo — gruñe mi abuelo al notar cómo mi madre acapara toda mi atención.
— Pero si eres el viejito más lindo del mundo— lo alcanzo para apretarle las mejillas— Aunque también el más malhumorado.
Consigo arrancarle una sonrisa a regañadientes. Yo era su pequeña debilidad por mucho que insistiera en negarlo.
Mientras nosotros fingimos que peleamos, mi madre abre la tapa de la olla con vehemencia esperando encontrar una vil traición de mi parte, pero se sorprende al descubrir que la sopa sigue intacta, igualita a como la dejó.
— ¿Estas enferma?— inquiere en mi dirección— De otra manera tengo que afirmar que ha ocurrido un milagro.
Tanta acusación porque al fin sigo sus reglas.... ¿Quién la entiende?
Tomo mi lugar junto al abuelo en la mesa y observo el canal de noticias que todas las noches nos acompaña.
Ese que conseguía que la comida me cayera como plomo dentro del estómago. No obstante decirle a mi Tata que pusiera otra cosa, era semejante a tirarlo por un barranco. El canal de noticias era su pasión y alimentarse de las desgracias del mundo también lo era.
— Aquí tienes Nani— el plato humeante hace que me desenfade por el apodo que a menudo utiliza mi madre. Cuando era pequeña lo toleraba por ignorancia, o por ingenuidad.
Ahora, cada vez que lo decía, lograba un retorcijón justo en el centro de mi orgullo haciéndome enojar.
Mi paladar está infinitamente agradecido porque un manjar así fuese creado sobre la tierra. El caldo con varias horas de cocción hace que la carne se deshaga en mi lengua, brindando de una forma exquisita su sabor.
Pero mi parte favorita era el calor que le brindaba a mi cuerpo esta comida; como si recibiera un abrazo desde adentro.
Calentándolo todo: hasta mi frío corazón.
La alarma suena y mis ganas de estrellar el celular contra el suelo emergen con fuerza.
'Un poquito más... por favor'
Tapo mi cabeza con la almohada mientras me quejo como de costumbre: mitad en el sueño, mitad en la realidad.
Me levanto a regañadientes maldiciendo a quién se le ocurrió ir tan temprano a practicar; sin embargo si quería ser la mejor, debía esforzarme mucho para conseguirlo. Las mujeres en este ámbito no suelen tener mucho reconocimiento y yo quería romper con los paradigmas; había nacido para ello.
Luego de lavarme los dientes, procedo a aplicarme protector sobre mi cara, mi cuello y los brazos. Aunque estuviésemos en otoño, debía proteger mi piel de los rayos del sol de igual manera.
Tomo el celular en las manos y reviso los mensajes del grupo para verificar que no hubiese un cambio en los horarios.
Les convenía que no, porque sino alguno terminaría saliendo herido.
'No te escribió' me molesta la vocecilla interna, recalcándome algo sumamente insignificante.
Sabía que pronto se iba a cansar de ese estúpido jueguito suyo.
No obstante toco desesperada la flecha para volver atrás, al descubrir que el extraño estaba escribiéndome.
: Buenos días a mi malhumorada favorita. ¿Cómo amaneciste hoy?
Hago gesto de total indiferencia alzando mis cejas y me dispongo a contestar.
: Estaba feliz y tranquila hasta que decidiste arruinarlo todo.
: Sabía que te gustaría mi canción— Responde ignorando mis ataques.
: ¿Qué te hace pensar que me gustó?
: Si no fuese así no me estarías respondiendo (mm)
El emoji hace que mi estómago ruja de rabia.
: Tú no sabes nada. Si quieres agradarme entonces esfúmate.
: Es por eso que usted me encanta, sin embargo debo advertirle que no sigo órdenes de nadie. Y menos cuando sé que no es eso lo que realmente desea.
: Entonces según tú ¿Qué es lo que realmente deseo?
Imagino su tonta risita mientras se contenta porque aún le sigo el juego.
: Quieres que te enamore como nunca antes lo han hecho
Ja.
: Sigue soñando Zen— envío sin poder borrar de mi rostro esta irritante sonrisita.
No caeré. Eso puedo jurarlo.