—Buenos dÃas, jefe. Regreso rápido —comentó Esther al verme entrar en la oficina. Levanté la vista de los documentos que tenÃa sobre el escritorio y sonreÃ. —SÃ, fueron unas vacaciones fugaces —respondà con tono relajado—. Necesito que consigas unos joyeros. Quiero ver anillos de compromiso. El cambio en su expresión fue inmediato. La sorpresa en su rostro era tan evidente que podrÃa haberla visto incluso a kilómetros de distancia. —¿Anillos de compromiso? —repitió, como si necesitara confirmarlo. Asentà con firmeza. —SÃ, y quiero los mejores joyeros de la ciudad. —Entendido, señor. Me encargaré de ello de inmediato. En cuanto salió de la oficina, me recosté en la silla, dejando escapar un suspiro. Será mi esposa. Sus hijos serán mÃos. Nadie podrá hacerle daño, a menos que me maten

