Capitulo 2

2263 Words
Alexandra respiró aliviada cuando por fin llegó a la octava planta, que se suponía era el laboratorio donde Joey y Bruce trabajaban hasta hace poco. Pero su alivio fue aún mayor cuando descubrió que estaba sola, no había nadie alrededor, todo estaba desierto. Alex no podía creer su buena suerte. Abrió lentamente la puerta del laboratorio y entró sin hacer el menor ruido, el cristal no era oscuro, al contrario, era casi invisible. Había grandes y largas mesas con una serie de artefactos de cristal y metal que Alexandra no conocía. Lo único que reconoció fueron los modernos microscopios que había sobre las mesas. Había un pasillo junto a las mesas que conducía a una puerta, ésta tenía un cristal oscuro y no podía ver el interior, pero sospechó que era donde se archivaban los nuevos descubrimientos y por tanto la información que Lewis pretendía robar debía estar allí. Le resultaba muy extraño que aún no se hubieran percatado de su presencia allí, le gustaba pensar que no la descubrirían, pero era increíble que con tanta seguridad hubiera llegado al laboratorio y al ordenador y nadie se hubiera dado cuenta. En cualquier caso, Alex sabía que tenía que darse prisa, no podía confiar en que no la descubrieran y, además, no sabía cuándo volverían los trabajadores de comer. Pronto, el alivio dio paso al pánico. Era cierto que había sido muy buena en sus clases de informática, pero nunca pensó que sería tan difícil entrar en la información almacenada y destruirla. Porque ese era el plan inicial. Cuando Alex encontrara la información la destruiría, para que nadie pudiera robarla. Sin Joey en la ciudad no habría razón para vincularlo a él. Rufus ya no podría chantajear a nadie más, y con su aspecto de modelo, nadie la reconocería aunque la tuvieran delante. Sí, todo estaba resuelto. Lo único que la apenaba un poco era que iba a perjudicar a la empresa, porque no podía negar que la empresa y el señor Richardson perderían la información y mucho dinero. Sin embargo, siempre podía volver a hacer la investigación y si ya habían sacado la información una vez, la volvería a hacer. Así todo se resolvería con el menor daño posible. Llevaba diez minutos intentando entrar en la base de datos del ordenador y simplemente no podía. La contraseña era demasiado difícil, no podía encontrarla. Alexandra se estaba desesperando y eso era una mala señal, porque cuando Alex se desesperaba dejaba de pensar y hacía muchas tonterías. De repente, desde el otro lado de la puerta llegó un ruido, se asomó por una esquina del cristal transparente y allí los vio. Había cinco guardias, buscando laboratorio por laboratorio, puerta por puerta, y probablemente lo que buscaban era a ella. Pronto encontrarían el laboratorio en el que estaba y la descubrirían. Tenía que actuar rápido, si la descubrían nadie creería su historia. Y aunque lo hicieran, si descubrían que pretendía destruir la información almacenada, la meterían en la cárcel sin dudarlo. El tiempo se agota y no sabe qué hacer, se le acaban las ideas y la presión del momento no la deja pensar. De repente una idea se le cruzó por la cabeza, era absurda pero podría funcionar. Corrió y se encerró en la sala donde estaban los ordenadores. Empezó a desconectarlo, y con un pequeño dispositivo metálico, que no sabía qué era, pero que había cogido de una de las mesas del laboratorio y sabía que le sería útil, empezó a desatornillar la CPU del ordenador. Cuando por fin pudo abrirlo, desconectó cuidadosamente el disco duro de la unidad, lo envolvió en la tira de tela blanca que llevaba en el pelo y lo guardó en su bolso. Cuando iba a salir corriendo de allí se dio cuenta de que los guardias estaban a punto de entrar en el laboratorio, estaba perdida. Ahora pensarían que era una ladrona, con el disco duro en el bolso, nunca pensarían que sólo quería proteger a su familia. Sintió que le faltaba el aire, prácticamente ya la habían encontrado, no había nada más que hacer, cerró los ojos y esperó lo peor. Como si hubiera muerto, toda su vida pasaba ante sus ojos y pensó que si salía de esta hablaría con Luke y le pediría perdón por ser tan egoísta y rencorosa. Pero no podía rendirse tan fácilmente, no, tenía que pensar en algo y tenía que ser rápida para escapar, el arrepentimiento no la sacaría de su problema. Abrió la puerta despacio, muy despacio y muy poco. Cuando estuvo lo suficientemente abierta para que ella pudiera pasar sin ser vista, se deslizó por el suelo hasta llegar a una de las mesas, se escondió detrás de ella y con ese brusco movimiento sintió cómo se rasgaba la tela del hermoso vestido de Suzy. Aunque eso no era lo importante, ella lo pagaría después. Intentó hacer el menor ruido posible y escuchó lo que decían los guardias. —Tiene que estar por aquí —oyó decir a uno de los uniformados—, es el único lugar que queda para comprobarlo. —El señor Richardson nos despedirá si no la encontramos —dijo otro. —La culpa es nuestra—dijo un tercero—, si no hubieramos estado jugando, diciendo que la muñeca no podía hacernos nada y la hubiéramos detenido al salir del ascensor, nada de esto estaría pasando. —Ahora, buscarla que así no arreglamos nada. —Oye —dijo otro de los guardias que se había acercado a la sala de ordenadores donde había estado Alex—, esta puerta está abierta, debe estar aquí, no hagas ruido, la sorprenderemos. Sin saber que Alexandra había escuchado toda su conversación, se acercaron lentamente a la puerta de cristal n***o y la empujaron para abrirla. Los cuatro guardias entraron rápidamente en el lugar, pero lo único que vieron fue el ordenador desmontado. Alex aprovechó ese instante para salir de su escondite. Lo hizo tan rápido como pudo, sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho. Justo cuando creía que estaba salvada y había llegado a las escaleras, se dio cuenta de que un quinto guardia la había visto. Le gritó que la detuviera, pero ella corrió aún más rápido. Comenzó a bajar los escalones de tres en tres, probablemente el grito del quinto guardia había alertado a los demás y pronto la alcanzarían. Sintió una desesperación inaudita, pensó que no podría escapar y cuanto más corría, más larga se hacía la escalera, pensó que nunca la terminaría. —¡Pare, señorita, pare! Pero Alexandra no estaba dispuesta a dejarse atrapar. Tropezó con un escalón que no llegó a saltar y casi pierde el equilibrio, por ello, se arrancó una uña del pie que empezaba a sangrar. Sabía que si se detenía a revisar su pie los guardias la alcanzarían, así que corrió más rápido. Saltó los escalones sin dar importancia al dolor que sentía ni a la sangre que derramaba sobre el cemento. Cada vez corría más rápido y no podía detenerse, no podía dejar que la alcanzaran. Le dolían los pies y le flaqueaban las piernas pero no podía parar, no iba a parar. A lo lejos oyó la voz del guardia que le gritaba de nuevo que se detuviera, seguramente los demás habían bajado por el ascensor y ya la estaban esperando en la recepción. No podía rendirse, tenía que salir de este embrollo, ya había llegado hasta aquí no podía rendirse, no, se negaba a aceptarlo. Estaba a punto de llegar a la puerta que conducía al vestíbulo cuando miró al guardia que estaba a pocos pasos detrás de ella, sintió que sus pies descalzos sangraban, pero no debía detenerse. La puerta que conducía al vestíbulo ya era visible, estaba a pocos pasos de alcanzarla, pero aún no podía salvarse, tenía que deshacerse de los otros guardias y de la recepcionista. Cuando miró la luz del vestíbulo al abrir la puerta sintió un gran alivio, pero sólo duró un segundo, el ascensor estaba a punto de abrirse y los guardias saldrían por él. Notó que la recepcionista la miraba con ojos sorprendidos y el quinto guardia salía de las escaleras detrás de ella, todo había terminado, la habían atrapado. Pero no todo estaba perdido. Recordó la puerta por la que salió el guardia que la había recibido a la hora de comer. Era una puerta que estaba al lado del mostrador de la recepcionista, tal vez la llevaría a la sala de los guardias, pero en definitiva, ya la habían atrapado de todos modos. Ante la mirada atónita de la recepcionista y los guardias que acababan de bajar del ascensor, Alex empezó a correr de nuevo. —Señorita, deténgase, por favor, deténgase —gritó el guardia con desesperación, pero estaba loco al creer que Alexandra realmente se detendría. En cuestión de segundos Alex se encontró en una gran sala, estaba oscura pero su vista pronto empezó a acostumbrarse a la escasa luz y pudo distinguir las siluetas que había. Eran coches, sí, tenía que ser el aparcamiento, Alexandra se había salvado. —Gracias, Dios —dijo Alex en un susurro, apenas podía respirar y sentía que sus pulmones iban a explotar—, no puedo creer que haya encontrado el aparcamiento. Gracias, Dios. Sin embargo, si ya estaba segura de que no la encontrarían, se equivocaba, aún no había salido del edificio. Así que había una posibilidad de que la atraparan, la puerta del aparcamiento que daba a la calle se estaba abriendo. Diablos, ¿cuántos guardias había en esa empresa? Un nuevo guardia entraba por la puerta que acababa de abrirse, instintivamente se agachó junto al coche que estaba aparcado. Era un deportivo n***o, no sabía de qué marca, porque no podía ver casi nada en la oscuridad. Pero era el único coche aparcado allí. Una de las ventanillas del coche estaba bajada, y para que no la descubrieran con el disco duro del ordenador en el bolso, sin pensarlo, lo tiró dentro del coche. Respiraba con mucha dificultad, se sentía muy agotada y no sentía sangrar los pies ni las piernas, debido al esfuerzo físico. Justo en ese momento, los guardias, que ya la habían visto agazapada en el lateral del coche, corrieron hacia ella. Alex emprendió de nuevo la huida, apenas con fuerzas para continuar, pero sabiendo que su seguridad dependía de ello. Pasó entre los coches, entre los gritos de los guardias, y salió triunfante por la puerta que segundos antes había abierto el nuevo guardia. Por fin estaba en la calle, había escapado y no podía creerlo, aunque no debía considerarse salvada todavía. Seguramente los guardias seguían tras ella. Corría por la acera que rodeaba la empresa sin volverse, cuando un coche amarillo, que debía ser un taxi, bloqueó la entrada al aparcamiento, impidiendo que los guardias la persiguieran. Sus pies sangraban y escocían, pero había escapado, no podía creer su buena suerte. Había visto demasiadas películas de acción, en las que los ladrones, que sólo tenían causas y eran honestos, siempre salían triunfantes. Había pensado que eso pasaría con ella. Había pensado que por alguna extraña conspiración celestial, todo le saldría bien. Pero no fue así. Ahora entendía por qué esas estrellas de cine trazaban sus planes con mucha antelación y se acompañaban de especialistas que les ayudaran, porque empezar un plan sin pies ni cabeza y pensar que nada malo podía pasar, probablemente la llevaría a la cárcel más rápido que el propio Rufus. Además, ella no podía hacer las cosas sobre la marcha, tenían que estar especificadas de antemano. Sólo por pura suerte se había librado de ella. No por su habilidad o su increíble ingenio, había sido simplemente suerte. Tardó en darse cuenta de que tenía un nuevo problema que resolver. Ahora tenía que recuperar la bolsa con el disco duro y las sandalias que le había prestado Suzy, ya que se las había dejado dentro del laboratorio cuando había huido. Estaba lo suficientemente lejos de la empresa, probablemente no la alcanzarían, pero tenía que ir a casa para cambiarse de ropa y curarse los pies. No quería pensar en tener que volver a la empresa para rescatar las cosas que había dejado atrás. Eso sería una nueva dificultad, pero ya se ocuparía de ello más adelante. Por ahora, sólo quería sentarse y recuperar el aliento perdido. Respiraba con dificultad y estaba totalmente desaliñada, con el maquillaje embadurnado de sudor que le corría por la cara. Debía parecer una indigente, lo único salvable era el hermoso vestido de Suzy, aunque a pesar de que estaba rasgado cerca de la rodilla derecha. Era una lástima tener que deshacerse de él, ya que si la descubrían vestida así, rápidamente la reconocerían. Después de dos minutos en que había dejado de correr, para poder reponerse, echó a andar. Tenía que llegar al pequeño cuarto que le alquilaba a una anciana, y eso quedaba al otro lado de la ciudad. Dios, se le hacía eterno el camino a casa. Nick Richardson era un hombre paciente, increíblemente paciente. Pero ese día, de verdad, que se le estaba acabando esa paciencia de la cual se enorgullecía. Primero se le había arruinado el viaje que haría a New York. Segundo, Lois, su asistente le había avisado en el último minuto que la boda se había adelantado y que en dos semanas se casaría así que necesitaba un permiso para irse de luna de miel mucho antes de lo planeado. Justo cuando más la necesitaba. Esperaba poder encontrar el reemplazo de Lois antes de que ésta se fuera.
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