“No todos los demonios rugen. Algunos susurran tu nombre mientras te hacen arder por dentro.”
Hay pactos que no se firman con sangre…
Se sellan con miradas.
Con la rendición de un alma.
Con un “sí” que ni siquiera se pronuncia, pero retumba en los abismos.
Elaine tenía el cabello blanco como la muerte y una mirada demasiado pura para este mundo.
Su error no fue amar.
Fue atreverse a negociar con el infierno.
Y su mayor pecado…
fue interesarle a Azael.
Él, el primer condenado.
El demonio de ojos rojo sangre.
El que había devorado reinos, reinas, ángeles y profetas.
El que no pedía almas…
sino corazones.
Y esta vez, pidió el de ella.
Todo comenzó la noche en que Elaine bajó al círculo prohibido con una sola súplica:
—Quiero salvar a mi hermano.
Azael sonrió.
Y con voz de tormenta disfrazada de caricia, le respondió:
—Entonces dame lo único que los dioses no pueden robarte:
Dame tu corazón.
Ella no sabía que esa promesa no solo rompería las leyes del mundo…
Rompería su cuerpo, su alma, su fe.
Porque cuando haces un pacto con el infierno…
no solo cambias tu destino.
Cambias al demonio.
Y eso… tiene un precio.