Capítulo 2.

3196 Words
Bridget y las monjas parpadeaban repetidas veces sin dejar de mirar el piso, el cual estaba lleno de muchas arañas de distintos tamaños. Ninguna de ellas entendía la espantosa situación en la que se encontraban. Otra de las monjas, Tracie, tuvo que posar su espalda sobre el respaldo de la silla de un solo respingo; ya que unas tres arañas se subieron sobre ella, provocando que chillara ocasionando que se levantase del asiento. Se sacudió la ropa con sus manos para tratar de quitárselas de encima. La joven Bridget estaba asustada ante la aparición de aquel demonio que ahora la perseguía, temblaba cada vez que se encontraba con sus ojos blancos y penetrantes, sobre todo; por su mirada maniática y malévola. Su rostro y porte daba escalofríos, y para una chica tan joven como ella, no era una imagen tan fácil de olvidar. En cuanto todo volvió a su estado normal, las luces ya no tintineaban y las arañas ya habían sido pisadas por las monjas, quedando ellas aplastadas contra el suelo. El silencio en el despacho fue tenso y extraño, con las respiraciones aceleradas de cada una de las mujeres religiosas, al principio no dijeron nada, ya que estaban buscando la forma de tranquilizarse. Sin embargo, lo que aconteció la joven había desaparecido, quedando en ella muchas dudas. Mirando algún punto en el suelo sin emitir sonido alguno, como si estuviera concentrada en las arañas muertas y aplastadas, pero, su mente se había quedado en blanco. ―¿Bridget? – la voz de su padre seguía en línea telefónica – ¡Bridget! ―Ven a buscarme, por favor – pronuncio la joven con voz ronca y temblorosa, terminando de colgar la llamada. ―Pero, ¿Qué es lo que acaba de suceder? – se preguntó Selma en voz baja. Las monjas miraban a Bridget de forma sospechosa, achinando sus ojos en el rostro de la joven, como si intentasen adivinar si ella tuvo algo que ver con lo sucedido hace pocos segundos. Aun asi no podían acusarla de algo como aquello, sabían que era extraño y que la joven no se movió en ningún momento, sin embargo; tenían sus dudas. En el internado no ocurrían cosas como esas. ―Tal vez la lluvia provoco un problema con la electricidad – pensó tracie, en un encogimiento de hombros. ― ¿Y cómo explicas lo de las arañas? – repuso Charlotte hundiendo sus cejas –. Mantenemos este lugar con la mejor limpieza posible y casi nunca tenemos animalitos como esos. ―Las arañas no son animalitos Charlotte, son insectos – le corrigió la hermana Tracie. ―Da igual, no me gustan para nada – Charlotte se estremeció. ―Deberíamos considerar llamar a un control de plagas, no podemos permitir que el internado este lleno de arañas o de cualquier otro insecto– sugirió Tracie. ―En cuanto pueda me comunicare con ellos – respondió Selma – por ahora, debemos buscar al enfermero para que pueda revisar a Bridget y que todo esté en orden. Las monjas asintieron con la cabeza. Mientras que la madre superiora, Selma, poco a poco se fue acercando a la cruz que se había caído anteriormente de la pared; mirando aquel sagrado símbolo representando la victoria de cristo, que muy a su entendimiento cuando un crucifijo se caía no significaba nada bueno. La mujer no era de creer en fantasmas, por lo tanto, en su mente solo podía imaginarse que la cruz fue caída por un simple error. Asi que prosiguió a agacharse hasta dejarla en la posición en la que se encontraba antes, que, con suerte; no se rompió ante la caída. ―Llamare al enfermero – comunico ella, tomando el teléfono fijo de su escritorio. Cuando termina de pulsar los números, Selma espero pacientemente que el enfermero Jeremy contestara la llamada. ―¿Si, buenas noches? – respondió el enfermero mediante dejaba salir un largo bostezo. ―Disculpe llamarlo a estas horas de la noche Jeremy, pero, necesito que venga a revisar a una joven en su consultorio. ―¿Ocurrió algo grave? – inquirió el enfermero con detenimiento. ―¡Si! Bueno, no, es decir – Selma titubeo –. En realidad, no lo sabemos, pero necesitamos que venga ¿puede? ―Está bien – Jeremy acepto segundos después –. Estaré ahí en unos minutos, espero y la situación no sea tan grave, recuerde que no soy una ambulancia. El hombre colgó la llamada. Si algo odiaba Jeremy, era que lo despertaran a horas tan tardes de la noche, era un hombre serio y con pocas ganas de vivir; pero, a pesar de ello cumplía con su trabajo cuando de su profesión se trataba. ―Ya viene en camino – informo la madre superiora – ahora acompáñenme hasta su consultorio mientras lo esperamos. Todas comenzaron a caminar directamente hasta puerta, asi que, Bridget siguió a las monjas mientras la guiaban hasta el consultorio de Jeremy. La joven se posiciono al lado de Selma al mismo tiempo en que se abrazaba asi misma para protegerse del frio, Charlotte y Tracie continuaban caminando atrás de ellas en silencio, encontrándose con uno de los grandes pasillos del internado. La poca luz de los candelabros iluminaba el lugar, con la compañía de los ventanales mientras las gotas de lluvia golpeaban el cristal, varios relámpagos provocaban que Bridget se estremeciera y evitara hacer contacto; escuchando como el cielo oscuro seguía rugiendo con más intensidad, la pobre se sentía agotada y con pocas fuerzas. La pijama empapada y sus pantuflas formaban parte de la suciedad en su vestimenta, sentía los mechones pegados en las mejillas, la piel erizada y sus piernas flaqueando levemente; observando con detenimiento cada parte del internado, por lo tanto de noche lucia muy solitario y aterrador. Aprovechando ese pequeño momento, Charlotte jalo levemente del brazo izquierdo de la hermana tracie, creando una pequeña conversación confidencial; donde miraba de soslayo a la joven. ―No confió en ella – admitió Charlotte en voz baja, tratando de que ninguna de las dos pudiese escucharla. ―¿Por qué? – susurro tracie como respuesta, frunciendo el ceño. ―¿No te parece un poco extraña? – cuestiono ella, mirándola por un momento –. Llego aquí como si nada, y no quiere decirnos porque tiene las manos cubiertas de sangre. ―Selma dijo que no es de nuestra incumbencia, si la joven no lo quiere contarnos como fueron las cosas tendrá sus razones para no hacerlo – repuso Tracie – además, mírala, aun se ve asustada. ―No lo sé – dudo Charlotte –. Todavía pienso diferente, espero estar equivocada.                                                                   † Tras unos minutos de espera fuera del consultorio de Jeremy, el hombre por fin había aparecido usando su respectivo implemento de enfermero: teniendo puesto su delantal blanco y sujetando una sombrilla cuyo objeto estaba empapado de agua. Jeremy soltó aire mientras se sacudía el cabello desordenado, ajustándose sus gafas observo a la joven con mucho detalle, hundiendo ligeramente sus cejas ya que no recordaba haberla visto anteriormente en el internado. ―Buenas noches, Jeremy – le saludo Selma. ―Buenas noches, madre superiora – respondió el, aun sin dejar de ver a Bridget – ¿Qué le paso a la señorita? ―No lo sabemos – contesto Selma, haciendo que Jeremy parpadeara confundido. ―¿Cómo que no lo saben? – repitió –. Me han llamado porque necesitaban de mi presencia en el instituto, supongo que, si la situación era con urgencia a estas horas de la noche; deberían de explicarme mejor porque me solicitaban ¿no cree? – cuestiono Jeremy un tanto molesto. ―Esta niña no pertenece al internado – aclaro la monja dando un paso al frente –. Las hermanas y yo estuvimos cerca de la puerta principal y observamos como ella entraba sin permiso, cuando nos dimos cuenta de que se encontraba llena de sangre acudimos en llamar a sus padres y luego en llamarlo a usted – conto. ―¿Y ella les dijo porque tenía sangre o en donde anduvo? – pregunto con detenimiento. ―Doctor, la joven no habla – respondió ella. ―¿Es muda? – inquirió dudoso, mirándola de reojo. ―No precisamente, ella habla, pero muy poco – respondió. Jeremy asintió. ―Bien, no quiero perder más tiempo, necesito que ella me acompañe para examinarla – dijo, dándose vuelta para abrir la puerta de su consultorio –. Pasa, por favor – le pidió el enfermero a la joven. Bridget dio un paso hacia atrás con desconfianza, observando a la monja con preocupación, tenía miedo de que Jeremy pudiera hacerle daño. ―No tienes nada de qué preocuparte – Selma intento calmarla –. Jeremy es nuestro enfermero de confianza, debes dejar que te examine querida. El tono de la monja fue suave y tranquilizador, pronto la inquietud de la joven fue disminuyendo y su rostro se mantuvo inclinado por unos segundos, tratando de tomar una decisión; debía aceptar quedarse dentro del consultorio con Jeremy. Pero, dudaba. ―Estaré aquí afuera por si necesitas algo – agregó Selma, terminando por convencer a Bridget de que debía ser examinada. La joven asintió levemente e inspiro profundo acercándose hacia el interior del consultorio y, una vez dentro, el enfermero cerró la puerta tras de sí y procedió a dejar su sombrilla sobre un paragüero cilíndrico que; generalmente, se usa para guardar los paraguas y/o bastones. ―Súbete a la camilla, por favor – pidió Jeremy, colocando un maletín sobre una mesa auxiliar de acero, que contiene kits con una gran variedad de elementos médicos. Con esfuerzo, Bridget puso los pies de puntillas tomando impulso hacia adelante y se deslizo por la camilla hasta sentarse en el borde de esta. El enfermero se dio vuelta, ajustándose sus gafas. ―¿Cómo te llamas? – le pregunta, mientras toma una pequeña libreta y un lápiz con punta muy fina. ―Me llamo Bridget – respondió la joven con voz ronca. ―¿Y qué edad tienes? – el enfermo comenzó a escribir sus datos en la libreta. Espero por la respuesta de la joven, pero, al ella tratar de responderle le dolía mucho la garganta; solo pudo pronunciar «dieci… » al momento de decir su edad. Jeremy levanta una ceja analizando a la adolescente – ¿Qué pasa? ¿te duele la garganta? La joven asintió con la cabeza mientras se tocaba parte de su cuello, quejándose de dolor. El hombre puso la libreta encima de su escritorio y busco una linterna médica para examinar el cuerpo de su paciente en las partes más oscuras, como podría ser dentro de la boca. ―Haber, permíteme revisarte – dijo, pulsando un botón de la linterna para encenderla –. Abre la boca – pidió. Bridget abrió lentamente sus labios hasta mostrar parte de su lengua, dientes, y garganta. El enfermero ilumino el interior de su boca, buscando algún síntoma que, supuso el que podría tratarse de una amigdalitis o anginas; lo cual era algo común en los niños y a mediados de la adolescencia. En la observación de Jeremy no pudo encontrar algún síntoma que presentara manchas blancas o amarillas en las amígdalas, tampoco alguna inflamación, por lo tanto; le fue un poco extraño. ―Dime Bridget, ¿sientes dolor de cabeza? – intento preguntarle. La joven negó – ¿tienes dolor en los oídos? – Bridget niega nuevamente – ¿sientes tos o alguna congestión nasal? – insistió el enfermero, tratando de encontrarle alguno de los síntomas. La joven tampoco sentía nada de eso. «Que extraño» pensó Jeremy para asi mismo. ―¿Y escalofríos? – pregunta después – ¿sientes escalofríos en algún momento? La pregunta tomo un tanto desprevenida a la joven, la sangre se había acumulado en su rostro provocando que palidezca, sus ojos se abrieron de par en par como si le hubieran contado una terrible noticia; Bridget si había sentido escalofríos, pero no precisamente el tipo de escalofríos de los que hablaba el enfermero. Sino todo lo contrario. Estos escalofríos eran sensaciones de tortura para ella, donde las contracciones y relajaciones musculares rápidas, se convertían en un miedo inexplicable; avisándole que el peligro se acercaba. Ella negó y baja lentamente la mirada, mordiéndose el labio en un acto nervioso. ―Déjame ver tus heridas – dijo Jeremy. Pero la joven no mostro sus manos, más bien las escondió tras su espalda, negándose –. Muéstrame tus manos, Bridget – insistió el enfermero. Poco a poco ella fue mostrando las palmas de sus manos, donde Jeremy pudo visualizar moretones e hinchazón, pero, lo que más llamo su atención fue la marca que tenía en medio de ellas: Un rasguño con una «B» marcaba perfectamente su piel, acompañado con el color rojo carmesí, el dolor y las punzadas que sentía la joven afortunadamente no eran exageradas; sin embargo, la marca parecía que fuera hecha con un alfiler. Con detenimiento Jeremy se atrevió a preguntar:  ―¿Tú te hiciste esto? A Bridget le comenzaron a temblar las manos, un dolor se instaló en sus muñecas, sintiendo varias punzadas en medio de ella. Torturándola. No sabía que responderle, o quizás no quería contarle. ―Bridget, responde por favor – pidió el enfermero, cruzándose de brazos. ―No – respondió susurrando, sin mirarle a los ojos. ―¿Alguien te lo hizo? – insistió Jeremy, un tanto preocupado por la salud de la joven. Aunque apenas la empezaba a conocer, era un hombre que le gustaba su trabajo de ayudar a quienes lo necesitan, en este caso; Jeremy presentía que Bridget no andaba en buenos caminos. Cuando ella quiso responderle, gimió de dolor, cerrando fuertemente sus ojos. Una corriente se instaló desde la punta de sus dedos hasta su hombro izquierdo, fue tan rápido que hasta apretaba sus dientes en un intento de controlar la sensación dolorosa de su mano. El enfermero actuó al instante. ―Te ayudare, muéstrame tu mano – Ella la extendió hacia el – intenta cerrarla y abrirla con suavidad. Y lo hizo, trato de hacerlo varias veces, pero nada podía calmarla. Seguía quejándose de dolor. ―¡Me duele! ¡Me duele! – decía. Jeremy se sacudió el cabello con frustración, y luego, inspiro profundamente para no perder el control. Pensaba que quizás podría tratarse de un calambre. ―¿Sientes un calambre? Bridget no estaba del todo segura, pero los espasmos y dolor en sus músculos le hacían dudar, era extraña la sensación de su cuerpo. Experimentado cosas que nunca había sentido en su vida. ―¡Si! – exclamo la joven. ―Vamos, acompáñame a la cafetería – dijo Jeremy de pronto, haciendo que Bridget parpadeara sin comprender. El hombre abrió la puerta del consultorio con rapidez, encontrándose afuera con la madre superiora, quien todavía seguía al pendiente de que todo estuviera bien con Bridget. La mujer frunció el ceño ante el repentino apuro de Jeremy, ocasionando que le mirase confundida. ―¿Qué pasa enfermero? – pregunto la monja enseguida. ―Bridget está teniendo un calambre en las manos y necesito buscar hielo en la cafetería – informo el hombre, dándose vuelta para buscar a su paciente –. Vente Bridget, el hielo puede ayudarte – le dijo, haciendo un ademan para que se apresurara un poco. La joven sin pensarlo, se puso de pie. Comenzando a seguirle los pasos al enfermero, guiándola hasta la cafetería y, la madre superiora fue detrás de ellos.                                                                     † Una vez llegaron a la cafetería, lo cual era bastante grande, buscaron una de las puertas que daba lugar a la cocina. Pero lo que más les extraño, principalmente a la madre superiora, fue que las luces de la cocina estaban encendidas. ―¡Esperen! – dijo ella, deteniendo el paso de Jeremy y la joven Bridget – hay alguien aquí. La mujer se fue acercando, muy poco a poco hasta la puerta, y la abrió de golpe sin miedo. Selma sabía muy bien de quien se trataba, porque, ya le era una costumbre a esa persona entrar a la cocina sin permiso. ―¡Mathews! – exclamo Selma enojada – ¿Otra vez usted aquí? Se trataba de Evan Mathews, un joven ingles bastante problemático del internado, con una edad de diecisiete años recién cumplidos hace una semana. El varón se encontraba sentado en una de las encimeras de la cocina, comiéndose un sándwich de jamón y queso, soñoliento y con pocas ganas de moverse.   ―Se dice buenas noches, madre superiora – respondió el muchacho –. Se supone que estamos aquí para ser educados, ¿Cómo quieren que lo logremos si quienes enseñan no son capaces de acatar sus propias reglas? – cuestiono Evan, dándose un bocado de su sándwich. ―¡Como se atreve! – Selma exclamo enojada, dando zancadas rápidas –. Le he dicho que no puede entrar sin permiso, sabe que esta prohíbo entrar aquí. ―Con todo respeto, madre superiora – empezó a decir el varón con vacilación –. Pero cuando el hambre llama no podemos hacerle esperar, es una falta de respeto. Selma lo fulmino con la mirada, estando a punto de reclamarle una vez más, pero la voz de Bridget la interrumpió. ―¡Duele! – se quejó la joven, tocándose las muñecas. ―Buscare el hielo – aviso Jeremy abriendo la nevera de la cocina, procediendo a tomar unos cuantos cubos, se acercó hasta la muchacha y comenzó a masajear los músculos acalambrados con hielo –. Esto puede aliviarte el dolor – le dijo. El varón observo a Bridget con detenimiento y se bajó de la encimera, señalando por un instante a la joven. ―¿Qué le sucedió? – se interesó el muchacho. ―Tiene unos calambres en las manos – respondió Jeremy. La joven no paraba de quejarse y se estremecía con cada movimiento que hacia el enfermero usando los hielos.  ―No es asi – le dijo Mathews, los tres giraron sus cabezas hacia el muchacho. ―¿Qué? – murmuro Jeremy ceñudo. ―No es asi – repitió el varón, quitándole los hielos al enfermero –. Eres muy brusco, debes masajearle los músculos con mayor suavidad – le indico Mathews, comenzando a mostrarle como era. Jeremy quedo un tanto impacto por ello, ya que, se suponía que él es enfermero y debía saber cómo atender ese tipo de cosas. El muchacho comenzó a masajearle con suavidad los brazos y músculos a la joven, hasta llegar a sus manos que, seguían heridas. Allí Mathews se detuvo y sus ojos se encontraron con los grises de ella, se miraron por varios segundos, donde sus respiraciones cambiaron a un nivel diferente. El rostro pálido de la joven le resulto atractiva, y la mirada penetrante del varón fue como si estuviese explorando misterios excitantes, sin embargo, ambos bajaron la mirada. ―Tenga, Jeremy – el joven le ofreció los cubos de hielo – intente hacerlo de esa manera. Les deseo buenas noches. Dicho eso, un poco antes de irse. El joven se asomó por una última vez a la cocina, donde los ojos de ambos muchachos se encontraron una vez más, sin saber el porqué. 
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