Capítulo 3

1567 Words
Bridget Pasaron varios minutos de silencio después de que ese chico Mathews salió de la cocina, me preguntaba, porque había sentido un cosquilleo cuando muestras miradas se encontraron; fue extraño, y un tanto incomodo. Pero no le quería darle tanta importancia. El enfermero Jeremy, se había sentido un tanto avergonzado porque, un simple adolescente supo cómo atender de una manera más profesional a una paciente, siendo el un adulto con mucha más experiencia en medicina no fue capaz de pensar de la misma forma que el muchacho. Se preguntaba de donde había aprendido tales técnicas de medicina, porque los masajes en los músculos acalambrados los hacia con mucha más delicadeza, en cambio Jeremy, era aún más brusco. ―Es increíble que ese muchacho no sepa lo que significa la palabra ¡no! – se quejó la madre superiora en una murmuración, haciendo énfasis al final. ―¿Ya no lo habías castigado antes? – pregunto Jeremy, mirándola de reojo. Selma asintió con la cabeza, guardando unos ingredientes que el varón había dejado en la encimera. ―¡Si! Efectivamente lo castigue, y no solo eso, tambien le he prohibido que entrara a la biblioteca – respondió, terminando de guardar unas salsas en la alacena –. Y si deseaba usar una las computadoras, solo lo haría con el permiso de un maestro por si necesita investigar. ―Pero de todas formas hace lo que quiere – completo Jeremy con afirmación. ―Exacto, es un chico sin remedio – dice Selma en un suspiro casino.                                                               † Unos minutos después, el dolor en mis manos había cesado y el enfermero curo parte de los moretones y heridas, comprimiendo la zona con una venda elástica sin ajustarla demasiado. Y el arañazo que me había dejado aquel demonio marcaba mi mejilla en una línea muy larga, sus largas uñas dejaron que mi sangre fuese parte del exterior de mi piel, ardiendo como el fuego. Su rostro diabólico regreso en mi memoria y tuve que cerrar los ojos en un parpadeo, tratando de no recordar la horrible escena que había presenciado, fue como si estuviera encerrada en la locura de la algo inexistente. Entonces, Jeremy tuvo que limpiar la zona quitando los residuos con pinzas esterilizadas, después aplico agua oxigenada para irritarme la piel. Cada toque pequeño provocaba que inclinara mi cabeza hacia atrás o que apartara mi rostro de sus manos, no soportaba el ardor.   Una vez que el enfermero termino de curarme, se dispuso a guardar sus utensilios de trabajo. ―Te recomiendo aplicarte una pomada árnica, ya que puede ayudar a removerte la acumulación de sangre en la piel – recetó el enfermero, con respecto a los moretones en mis manos –. Y en cuestión de tu rostro retoma todo con normalidad, no creo que puedan quedarte cicatrices. Asiento como respuesta. Jeremy carraspea y se dio vuelta para mirarme, una vez guardo sus utensilios de trabajo. ―¿Estas segura de que no quieres contar lo que te ocurrió? – indaga, cruzándose de brazos. Baje la mirada y me quede en absoluto silencio. ―Puede ser peligroso si no dices nada – añadió –. Al menos cuéntaselo a tus padres, aun sigo pensando que tus heridas tienen algo detrás. Primero, no podía contárselo a mis padres, mejor dicho; a nadie podía decírselo. Segundo, lo que pensaba este hombre era cierto, porque mis heridas si tenían algo oculto, pero si contaba realmente lo ocurrido nadie me creería y podían pensar lo peor de mí. Desde hace tiempo no hablo, desde hace tiempo no me levantaba de la cama sin tener una sola pesadilla, desde hace tiempo había perdido la voz; esa voz que podía pronunciar lo que sea sin temor. Y ahora hoy, vivo con el miedo de poder hablar. ―¡Jovencita, llegaron tus padres! – aviso la monja, abriendo la puerta del consultorio, no sin antes tocar – te esperan en la entrada con las hermanas. Me puse de pie hasta caminar a la puerta, el enfermero Jeremy y Selma me acompañaron hasta la entrada. Pude sentir como los latidos de mi corazón iban a mil por hora, sabía que me esperaría un buen castigo por parte de mis padres, sin embargo, deseaba que al menos se hubiesen preocupado por mí.                                                                        † Cuando estuve a unos pocos metros de la entrada, mis pies se detuvieron cuando observo los rostros fruncidos de mis padres, los cuales se notaban con un muy obvio enfado. Ambos se encontraban con pequeñas gotas de guapa salpicadas en su ropa, mi padre sostenía un paraguas n***o en su mano derecha y mi madre se encontraba de brazos cruzados, se mantuvieron fijos en mi sin cambiar sus expresiones. Inspire hondo y continue mi camino hasta que estuve delante de ellos, quise tratar de no verme decepcionada o triste por la forma en que me observaban, pero me fue imposible; ni siquiera se preocuparon al verme con las vendas elásticas o si quiera por la marca en mi rostro rasguñado. No me preguntaron en absoluto quien me había lastimado, tampoco que había ocurrido esa noche. ―Que sea la última vez que nos vuelves a hacer esto, Bridget – me dijo mi madre. ―Cuando lleguemos a casa, discutiremos esto – aviso mi padre con severidad. Baje lentamente mi rostro aguantando las lágrimas, decepcionada por las palabras de cada uno, y triste porque no me demostraron ni un ápice de una verdadera preocupación. Fue como si me hubiesen echado un balde de agua fría, cayendo en un dolor profundo que solo lo puede sentir una persona que se sienta sola en el mundo. Y a veces, me sentía asi, completamente sola. Sin nadie que pudiera comprenderme. ―Gracias por haberla cuidado, se los agradecemos de verdad – agregó mi madre hacia las monjas y al enfermero. Los cuales tenían una expresión de extrañeza, quizás pensando por qué mis padres no actuaron en una manera diferente. ―No hay de que señora, estamos para ayudar – respondió Selma con una sonrisa de boca cerrada. ―Bueno, con su permiso ya nos tenemos que ir, tenemos una plática pendiente con nuestra hija y nuevamente les agradecemos el habernos llamado – papa se puso detrás de mi dándome unas palmadas en el hombro y, luego, me empujo suavemente guiándome a la puerta de salida – Les deseo buenas noches a todos. ―Igualmente señor – respondió Jeremy, un tanto ceñudo. ―Que Dios los bendiga y que pasen buenas noches – se despidieron las monjas. ―Amen – contestaron mis padres al unisonó. Una vez estuvimos afuera, mi padre abrió el paraguas para protegernos de la lluvia, bajamos los escalones de la entrada hasta encontrarnos con nuestro auto, el cual estaba estacionado justo al frente del internado. Nos subimos al automóvil hasta cerrar las puertas y procedimos a colocarnos nuestros cinturones de seguridad, mi papa encendió el motor insertando la llave permitiendo que esta gire un par de veces, luego arranco moviendo ligeramente el volante.                                                                Durante el trayecto ninguno dijo ni una sola palabra, y eso me decepciono. Sin embargo, era algo de esperarse, mis padres no me siempre fueron de esos que mostraban afecto de cariño hacia alguien, la frialdad de cada uno tambien había sido parte de mi personalidad; y como dije, lo había sido. Porque ahora era una persona completamente diferente, desde aquel día en que mi vida cambió drásticamente, no soy la misma Bridget que todos conocían; porque formaba parte de un destino al que nadie quiere pertenecer. Desde ese día el miedo me perseguía, el misterio era más intenso, dándome giros inesperados afectando parte de mi estado emocional. Al principio creí que era mentira lo que sucedía, sim embargo siempre estaba aterrada y temblaba de miedo. Me encerraba en mi habitación y comenzaba a leer la biblia para sentirme protegida, pero, al mirar las sombras entre las cuatro paredes que formaban parte de mi cuarto; podía sentir que me estaban observando. Solo la luz tenue que entraba por mi ventana alumbraba mi habitación, me levantaba de la silla de mi escritorio y empezaba a caminar mientras me mordía las uñas, los sonidos en el techo provocaban que me estremeciera y saltara de un solo respingo. Era ese tipo de terror cuando un niño siente que algo malo pase o quizás al imaginarse que pudiera haber un monstruo bajo su cama.   Esa era yo, una niña asustadiza. Una adolescente a la que sus padres creían que perdió la cordura. Pensando que se había vuelto loca, que no tenía remedio para volver hacer la de antes. Pero yo sabía y podía sentir que ese demonio estaba observándome entre las sombras, nunca ellos pudieron verlo, pero yo si podía hacerlo sin problema. A pesar de no tener idea de lo que de verdad sucedía, me preguntaba porque yo era la única que podía comunicarse con ese ser inexistente. Me volvía loca con esas preguntas todos los días. Sin embargo, más de una vez intente decirles lo que me ocurría, nunca me creyeron. Allí mi cordura se había ido a la mierda y dejaron de pensar que estaba cuerda. Me creían loca, decían que yo era la que provocaba aquellos males de mi mente. ¿Y si realmente era asi? – me preguntaba a mí misma – ¿Y si en realidad la mala soy yo? Porque debo admitir que, la maldad, muchas veces me tentaba. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD