CAPÍTULO 19

2310 Words
Airam no abrió los ojos, a pesar de que sentía que tenía demasiado tiempo dormida; y conocía bien la razón de no querer despertar porque, luego de casi una semana solo llorando, al fin había logrado quedarse dormida, así que tenía que aprovechar. Pero, aunque su corazón y mente seguían cansados, su cuerpo no soportaba otro rato más de cama, así que, al final, se levantó, pues despierta tenía bastante rato, aunque se hiciera la dormida. Al abrir los ojos se encontró completamente sola, y se puso en pie, también, caminando hasta su sala donde encontró a una mujer que no debería estar ahí. —¿Tía? —preguntó Airam en un murmullo casi silente y, la mujer a la que nombró, que estaba sentada en ese sofá pequeño que detrás tenía una ventana tan luminosa como jamás la había visto, extendió una mano al frente como pidiéndole que se acercara a ella. Airam abrió la boca, como queriendo decir mil cosas, pero nada salió de su garganta, porque en su cabeza había tanto que no sabía ni qué decir. —Solo amala —murmuró el viento, tal vez. Aunque, en el fondo de sí misma, Airam estaba casi convencida que de que conocía esa voz, y estaba casi segura de que le pertenecía a la mujer cuyo rostro no podía ver, pero que no necesitaba ver, porque lo conocía tan bien que a ojos cerrados lo veía. —No puedo —respondió Airam, sin atreverse a acercarse a quien creía era su tía visitándola desde el más allá, temerosa de que ella desapareciera si lo hacía—. No puedo amarla... no puedo... —Si puedes —respondió un eco suave y reconfortante—, y tienes que hacerlo. Te necesita y la necesitas. —Ella no es mi hija —informó Airam lo que más le dolía, lo que la estaba matando. —Solo amala —repitió la voz, empujándola a hacer algo que temía, pero que, tal como ella decía, lo necesitaba. Entonces, una ráfaga de viento le obligó a cerrar los ojos y, cuando los abrió de nuevo, nadie estaba en ese sofá, y la luz también era mucho más tenue, estaba casi oscuro. Airam sintió de nuevo que su frente se volvía pesada, al grado que le dolía, y sus ojos, inundados en lágrimas, comenzaron a desbordarse, de nuevo; por eso cerró los ojos convirtiendo todo en una profunda y dolorosa soledad. —Airam, ¿estás bien? —preguntó Fernando, moviendo a quien mencionaba pues, entre sueños, el hombre la había escuchado quejarse, así que le preocupó demasiado, al grado de atreverse a despertarla y lográndolo en su primer intento. Airam negó con la cabeza en respuesta a la pregunta del hombre. Ella tenía tanto tiempo sintiéndose siempre mal, que ya ni siquiera se atrevía a imaginar cómo era estar bien, porque, además, estaba segura de que jamás lo estaría de nuevo. » Lamento no poder ser de ayuda —dijo de pronto el hombre, abrazándola con fuerza, sintiéndose en serio alentado cuando, a pesar de que la mujer que amaba no dejaba de llorar, su llanto continuaba siendo silencioso y tranquilo, no como el de antes que sonaba tan desesperado y desesperanzado que le dolía—. Pero te prometo que estoy aquí para ti, y que siempre que lo quieras yo lo estaré. Airam asintió y cerró los ojos de nuevo, convencida de que no se dormiría, pero durmiéndose. Estaba agotada, tanto que ni siquiera era capaz de sentir toda el hambre que tenía. ** —Buenos días —saludó Julissa, entrando a la habitación donde su amiga miraba a la nada. Airam había despertado justo como en su sueño de la noche anterior: cansada de estar en la cama, pero aún sin energías, además de sola. La joven, convencida de que no encontraría a su tía en su sofá en la sala, pues estaba plenamente consciente de que aquello solo había sido un sueño, solo se quedó sentada en esa cama que no soportaría por mucho tiempo más, mirando a la nada. » ¿Te sientes mejor? —preguntó la joven enfermera, deseando que la respuesta de su mejor amiga fuera un sí, aunque fuera una mentira. Pues Julissa necesitaba que algo en la actitud o las palabras de la castaña le ayudara a aliviar toda la culpa que le estaba matando por haberle mentido en algo tan importante. Airam suspiró y, cuando ya no sintió de nuevo ganas de llorar, supo que no estaba bien, pero al menos ya no estaba tan mal. » Amiga —habló Julissa, andando hasta la chica en la cama para tomar su mano—, sé que todo parece estar mal justo ahora, pero las cosas mejorarán eventualmente. Ya lo superaste antes, lo superarás después, seguro lo harás pronto si le echas ganas. Airam sonrió, incómoda y burlona, tal vez hasta sarcástica. Antes no había superado nada, solo había fingido que nada pasaba para poder seguir adelante, y lo hizo tan bien que incluso se convenció de que no le dolía eso que, de ser consciente de ello, seguro la habría matado. Y se lo iba a decir, le iba a contar todo lo que al fin se había dignado a ver, pero la puerta de esa habitación se abrió de nuevo y una niñita llorando desconsolada corrió a sus brazos que, sin que ella se diera cuenta, ya la esperaban abiertos. —Mamita..., mamá..., mami..., —hipeaba la pequeña María Fernanda aferrada al torso de su madre, quien la abrazaba con ternura y le acariciaba con todo el amor que por ella sentía. En cuanto la vio abrir la puerta, Airam sintió que algo en ella se desató, y pudo respirar de nuevo, entonces sonrió recordando las palabras de su tía, o de su inconsciente, diciéndole que solo la amara porque ambas se necesitaban. —Lo lamento, Mafe —dijo Airam tras besar con todo su corazón la cabecita de esa pequeña—, lamento no ser tan fuerte y haberte herido.... Lo siento, de verdad. —¿No me... no me quieres? —preguntó la pequeña castaña, con sus enormes ojos llorosos mirando con anhelo a esa mujer que se golpeó internamente por haber sido tan idiota y tan egoísta al pensar solo en sí misma y su propio bienestar. —Te quiero con todo mi corazón —aseguró Airam y María Fernanda pegó de nuevo su carita al pecho de la mujer que le abrazaba, ahí, la niña dijo repetidamente que le quería mucho también, con todo su corazón, también, y se durmió al paso de un rato. Julissa, que también lloraba ante el reencuentro, se odió inmensamente. Pero ella no aclararía nada justo en ese momento porque, además de que aún seguía creyendo que era lo mejor para todos, ya no parecía hacer falta el hacerlo. —Te traeré algo para comer —informó Julissa, adivinando que su amiga no tenía intenciones de moverse y alejarse de esa pequeñita que no podía dejar de acariciar. Airam asintió, agradecida, y luego miró al hombre que, desde cerca del umbral de la puerta, las miraba enternecido y agradecido, pero, sobre todos los sentimientos, él parecía extremadamente feliz. Fernando Ruiz estaba feliz, demasiado, pues acababa de presenciar algo que había comenzado a pensar que no ocurriría. Sin embargo, ahora que Airam confesaba amar a su hija con todo su corazón, definitivamente la renuencia de esa mujer a ser la madre de esa niña desaparecería. María Fernanda, por su parte, dormiría por un buen rato. Ella, como Airam, había pasado mucho tiempo solo llorando, y estaba agotada anímicamente, así que, ahora que respiraba el aroma de su madre, tranquilamente recuperaría sus energías. Julissa llevó un desayuno a la cama donde encontró incluso a Fernando, que, sentado en el borde, con una mano sostenía una mano de Airam, y con la otra acariciaba también a esa niña que se aferraba con fuerza al torso de la maestra. Airam sintió pena por el trabajo de su amiga, porque estaba segura de que nada de todo lo que ella preparó sería bien aprovechado. Es decir, tenía tiempo así: odiando todo lo que llegaba a su boca. Pero, sorprendentemente, en lugar de sentir las náuseas habituales, su apetito se abrió tras la primera mordida a ese emparedado de queso, aguacate y montón de verduras frescas. Airam se comió ese enorme sándwich, la fruta y hasta la gelatina que, a decir verdad, jamás le había gustado, y no por el sabor, sino por la horrible sensación que le daba algo gelatinoso en su boca. —Parece que te morías de hambre —señaló Fernando a tono de broma. —Creo que me moría de hambre —concedió Airam, sonriendo. —Definitivamente te morías de hambre —aseguró Julissa al borde de las lágrimas, de nuevo—, ni siquiera puedo recordar qué fue lo último que comiste, o cuándo lo hiciste. Amiga, te juro que me estabas matando. —Lo lamento, Juli —se disculpó Airam—, no me di cuenta de que les hacía daño, a nadie, pero es que estaba concentrada en mi propia muerte, porque te juro que así es como me sentía, como muriendo... La declaración de la castaña fue un golpe tremendo a su culposa alma, quizá por eso la enfermera derramó otro puño de lágrimas. » Ni siquiera podía respirar bien —explicó la maestra de ojos oscuros—. Era como si algo me estuviera apretando fuertemente los pulmones, el corazón, la garganta, el estómago y hasta los intestinos. —Pues me alegra que te hayan desatado —aseguró la enfermera tras aclarar la garganta un par de veces—, porque un poco más y seguro sí dejabas de respirar de verdad. —Que la boca se te haga chicharrón —soltó Fernando, sorprendiendo a las dos que lo escuchaban y terminando por sonreír con ellas luego de su aclaración—: así dice Fernanda. —Necesito darme un baño —señaló Airam luego de reír tanto como hacía mucho no lo hacía. Y claro que lo necesitaba. Airam estaba completamente segura de que un poco de agua fresca le alentaría un poco, porque tanto día sin comer y sin dormir le estaban pasando factura, y no quería volverse a dormir en su actual estado. Quería sacudirse un poco la nostalgia y deshacerse de su tristeza, por eso le pidió a Fernando que le quitara de encima a la niña y se puso en pie para hacer lo que decía, no sin antes besar de nuevo la cabeza de esa chiquilla que tanto quería. Mientras Airam se bañaba creyó escuchar a Fernanda llorando, pero al poner atención a afuera no logró escuchar nada más, así que lo descartó y se dedicó a desperdiciar agua a lo desgraciado; pero, cuando al fin dejó el vaporoso y casi asfixiante cuarto de baño, María Fernanda volvió a tirarse sobre de ella, abrazándose a sus piernas. Airam se agachó a ella, alzándola en brazos, y se apresuró a apoyarse en la pared junto a la puerta del baño, pues tanto el agacharse como el esforzarse en levantar a una niña no tan ligera, le marearon, y no podía caerse con esa niña en brazos. Antes no lo había tenido presente, pero ahora en su mente solo estaba la idea de que las madres tenían como misión el proteger a sus hijos, y eso era lo que haría desde ese momento en lo delante. Airam ya había decidido ser la madre de esa pequeña, que deseaba tanto que ella fuera su mamá, que se lo pidió cuando ambas, con ayuda de Fernando, llegaron a la cama. Segundos atrás, cuando Fernando vio a Airam dar un paso atrás para recargarse a la pared, se apresuró a quitarle a Fernanda de los brazos y a ayudarla a llegar hasta la cama, lugar al cual la niña corrió apresuradamente y subió para volver a abrazarse al cuerpo de esa mujer que tanto había extrañado. —María Fernanda —habló el hombre queriendo que la chiquilla le diera un espacio a la joven maestra—, Airam aún no se siente del todo bien. Tenemos que cuidarla, no darle más trabajo, así que no intentes que te cargue por ahora. —¿Por qué? ¿Si me carga se va a morir? —cuestionó la chiquilla, realmente preocupada. —No —aseguró Airam en un suave tono de voz luego de reír por semejante ocurrencia—, pero como estoy débil, probablemente nos vayamos juntas al suelo y ambas nos rompamos la cabezota. Entonces, ¿quién nos las va a pegar? —Pues mi papi —respondió la chiquilla, sonriente y divertida—, con el resistol que está en ese cajón, el que tiene brillitos de colores. Yo quiero del rosa. Airam sonrió mientras Fernando fruncía en entrecejo y respiraba de verdad profundo. Ver a su hija animada y, sobre todo, ver a Airam sin parecer a punto de morir, le hacía demasiado bien a su corazón. » Airam —habló la chiquilla, sorprendiendo a los dos adultos que la escuchaban, pues Julissa se había ido a descansar en cuanto sintió a Airam segura—, tú.... ¿tú quieres ser mi mamá? La cuestionada abrió los ojos aún más grandes y, tras controlar el temblor de sus labios, abrazó de nuevo el menudo cuerpo de esa chiquilla que amaría para el resto de su vida, porque era lo que ambas necesitaban. Entonces, la falsa maestra volvió a llorar, pero ya no con tristeza ni soledad, ahora de pura y verdadera felicidad. —Sí, sí quiero ser tu mamá —dijo Airam y hasta Fernando quiso llorar, pero no lo hizo, él tan solo sonrió enorme, de nuevo, como sentía que lo haría desde ese momento y para siempre.
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