CAPÍTULO 12

1930 Words
—He escuchado mucho de ti —señaló Margarita tras escuchar complacida todas las indicaciones que daba la joven a esa niña que ella también quería proteger y cuidar. —Desearía que fueran puras cosas buenas —señaló Airam sonriendo un poco, logrando que la mujer, que hablaba con ella, hiciera lo mismo. —A Josefina no le caes nada bien —informó la mayor algo que la joven ya presentía—, pero estoy segura de que son solo celos. Ella fungía como la mamá de Fernanda, y llegaste a quedarte con ese lugar de la noche a la mañana, literalmente. Airam abrió los ojos enormes, eso último que la mamá de Fernando mencionaba bien podría ser una insinuación a la forma en que conoció a la niña y, de ser así, debía sentirse muy avergonzada. » De todas formas —continuó hablando Margarita luego de suspirar—, a mí me alegra que llegaras a la vida de mi nieta más que a la de mi hijo, pero no puedo negar que ambos han crecido mucho a tu lado, y eso es algo que agradezco. Espero poder seguir contando contigo para que ese par sigan siendo felices. Las palabras de esa mujer se agolparon en el pecho de la joven, haciendo que de nuevo se sintiera sofocada, aunque esta vez era por la culpa. Airam, en todo el tiempo que trató con ellos, jamás tuvo como finalidad hacer feliz a ese par, pero, al ver la actitud de esa mujer, supuso que había sido demasiado permisiva. Sin embargo, no podía evitarse, porque ella también había recibido mucho de ellos y había sentido que la única manera de pagar todo loque habían hecho por ella era siendo amable; y al parecer se había malinterpretado todo. De todas formas, no lo negó, y tampoco dijo nada más, solo sonrió incómodamente y miró de nuevo el ataúd que le traía tan dolorosos recuerdos sin ser capaz de alejar su mano de las de esa mujer que la sostenían. Y es que no podía sacar a relucir sus frivolidades en semejante lugar, no era conveniente, y ella ya había sido muy imprudente al llorar frente a un difunto que ni siquiera conocía. Sentadas en el lugar donde Fernando las había dejado, Margarita y Airam no se dieron tiempo de hablar mucho más, pues, entre los rezos que comenzaban personas al azar de la nada, y las personas que se acercaban a esa mujer para expresar sus condolencias, no había habido oportunidad. Fernando volvió con el desayuno para su madre, su hermana, su cuñado y su sobrino, María Fernanda volvió a abrazarse de Airam y juntas, en silencio, dejaron que la melancolía de ese lugar les llenara el alma. Airam acariciaba la espalda de la pequeña que, a horcajadas sobre sus piernas, se recargaba a su pecho, mientras que la niña veía a todos lados, como si no tuviera nada mejor qué hacer. Entonces, cuando los hombres de la funeraria llegaron hasta ellos para informar que se llevarían a cremar el cuerpo, la familia se reunió de nuevo en torno a esa caja que resguardaba el cuerpo de la mujer que despedían esa mañana. Fernando ayudó a su madre, quien a duras penas se sostenía en pie, y Airam se acercó al lugar para acompañar a esa pequeñita que debía darle el último adiós a una mujer que no vería de nuevo. Al principio la maestra se sintió incómoda por estar en un lugar donde evidentemente no debería estar, pero cuando la tristeza la invadió y el llanto de la pequeña Fernanda se hizo audible, no deseó estar en ningún otro lugar. Si podía, con su sola presencia, darle consuelo a esa chiquita que quería tanto, estaría ahí para ella. —¿Qué le digo, mami? —preguntó Fernanda, sintiendo la urgencia de participar en esa despedida donde todos decían montón de cosas tristes y dolorosas. Airam, con un nudo en la garganta, se obligó a respirar profundo para poder hablar. —¿Qué le quieres decir? —cuestionó la mujer y la pequeña negó con la cabeza diciendo que no sabía qué quería decir—. Entonces dile que la vas a extrañar mucho, y que siempre pensarás en ella. » Dile que puede irse tranquila porque vas a portarte bien, porque vas a seguir aprendiendo muchas cosas en la escuela y porque vas a crecer muy grande y muy hermosa. » Dile que le platicarás de vez en cuando todo lo que te pase en la vida y que un día, muchos años en el futuro, te vas a casar, vas a ser mamá, después abuela y, cuando seas bisabuela, como ella, vas a alcanzarla en el cielo, entonces le vas a dar todos los abrazos que guardarás para ella en esta vida. Fernanda, que veía a Airam lagrimear mientras decía todo eso, limpió con sus manitas el rostro de la joven y le sonrió amplio, entonces giró su rostro al ataúd de su abuela y, a sabiendas de lo que quería decir, comenzó a hablar. —Abuelita Tita —dijo la niña, que tenía la atención de todos los que rodeaban el ataúd de la mencionada—, todo va a estar bien. Te vamos a extrañar para siempre, pero vamos a estar bien, yo voy a cuidar a mi papi y a mi abuela, y a mí me va a cuidar mi mami para siempre, hasta que sea tan viejita como tú y me tenga que ir al cielo contigo. Airam se quedó sin aire con las palabras de la niña y miró aterrada al padre de la pequeña quien sonreía, al parecer, complacido por la despedida que su pequeña había dado, y que le había gustado mucho más que la que Airam le había sugerido, aunque esa también había sido hermosa. Los hombres de la funeraria se acercaron de nuevo y se abrieron camino entre los familiares de la señora para llevarse el cuerpo un par de horas y poder devolverles las cenizas luego. Horas después, el rito funerario fue igual que triste como había sido el velorio, pero usualmente era así, cuando las cosas se relacionan con la muerte suelen ser simplemente tristes; aun así, sin duda alguna, lo más doloroso de todo había sido tener que dejar las cenizas en el cementerio. Es decir, mientras estuvieron acompañando al cuerpo aún estaba la ilusión de estar a su lado, pero dejarla atrás señalaba claramente la despedida, que sabían llegaría, pero para la que nadie está listo jamás. Airam les dio entonces la privacidad en la que nunca quiso irrumpir, pero a la que fue arrastrada por Fernanda, Fernando y hasta Margarita y, dado que el cementerio donde quedarían las cenizas de la abuela de Fernando era el mismo que el que resguardaba el cuerpo de su tía, la joven maestra se alejó de ellos y fue a visitar una tumba que siempre le dolía. Mientras más se alejaba de ellos más paz podía sentir, pero no era una paz cualquiera, no era una paz que le transmitiera tranquilidad, era una paz que apabullaba y sacudía su alma, por eso, a cada paso que daba, sentía muchas más ganas de llorar. —Hola —dijo la castaña, rápido y ahogado, para luego sentir sus lágrimas aparecer en sus ojos y dificultar su visión—. Ha pasado un tiempo..., y sigo extrañándote. Airam no dijo más, no podía. Lo que le había dicho a Margarita horas atrás era la verdad, ella estaba completamente segura de que la ausencia de su tía era algo que siempre le dolería, aunque de verdad esperaba que, con el tiempo, tuviera más resistencia al punto que pareciera que le doliera menos enfrentarse a ese dolor. Ahí lloró un rato, hasta que su alma volvió a caer en la anhedonia que el cansancio le dejaba, y se puso en pie cuando escuchó a Fernanda llamándola a gritos. » Mafe no grites —pidió Airam saliendo al pasillo principal del cementerio, encontrando a Fernando caminando tras una niña que lloraba mientras la buscaba, y que corrió a abrazar sus piernas en cuanto la vio—. Este es un lugar santo, hay que portarse muy bien. —¿Por qué te fuiste? —cuestionó la niña, hipeando. —Porque mi tía está enterrada de este lado, así que vine a verla y platicarle algunas cosas —respondió Airam, caminando con la pequeña, que había alzado en brazos segundos atrás, hacia la tumba que recién había dejado—. Mira, ella está aquí. María Fernanda no dijo más, ni tampoco hizo más que girar la cabeza para ver de reojo lo que esa mujer le mostraba, la pequeña se quedó recargada en el hombro de la mujer que la sostenía y que, como ya se había desahogado un poco, no lloraba más. » ¿Estás bien? —preguntó Airam a Fernando, quien se veía evidentemente cansado y triste. El hombre negó con la cabeza sin abrir la boca. Él había perdido a alguien muy importante, y eso no había sido lo más doloroso de todo. Lo que verdaderamente había roto su corazón había sido ver a su madre sufrir tanto por la pérdida de esa mujer que le había dado el ser, la había criado, amado y educado para convertirse en la gran mujer que era Margarita ahora. —¿Puedes quedarte con nosotros por hoy? —preguntó Fernando, que de verdad necesitaba compañía, y era la de ella la que quería. —Solo por hoy —respondió Airam, que instintivamente respondía con amabilidad a todas las peticiones de ese par. ** —Sabes —habló el hombre en la espalda de la chica que abrazaba, y que de frente tenía a la pequeña Fernanda, quien no había querido dormir lejos de Airam ahora que la tenía en su casa—. No imaginaba que esto sería tan difícil. Con mi abuelo no fue así, y creo que sé por qué es. —¿Por qué es? —preguntó Airam que, más que incómoda, se sentía sofocada por tener a Fernando y Fernanda abrazándose a ella, uno por detrás y la otra por delante de su cuerpo que se encontraba de costado a mitad de la cama. —Porque mi abuela era fuerte —dijo el hombre—, y eso nos dio fortaleza a todos; además, cuando él murió, yo era más joven y no tenía esta necesidad de proteger a mi madre; tampoco tenía a Fernanda, así que ella no lloró por él como por mi abuela; y tampoco estabas tú. Me hiciste mucho mal hoy. Fernando comenzó a llorar como Airam no lo había visto hacerlo antes, ni tampoco escuchado, y solo guardó silencio acompañándolo en su pena, dejando de abrazar a Fernanda para tomar con su mano la del hombre detrás de ella y hacerle sentir que estaba ahí para él. » Hoy no quería ser fuerte —confesó Fernando luego de que se tranquilizara un poco—, solo quería correr a abrazarte y que me consolaras, como lo hacías con Fernanda. Quería llorar y que me prometieras que iba a estar todo bien... » No sé cómo lo logras —continuó él—, pero a una parte de mí lo vuelves un idiota inservible que asegura que todo estará bien porque estás ahí para mí... Airam, ¿estás aquí para mí? Airam suspiró. No podía dejarse llevar de nuevo, así que solo tomó con fuerza la mano de ese hombre y en un susurro respondió: —Solo por hoy.
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