Marbiel acomodaba una de las habitaciones del mejor y lujoso hotel que existe en Dubái. La chica se encontraba en compañía de su mejor amiga Lavanda. Ambas eran americanas, se conocieron cuando empezaron a trabajar el mismo día en el hotel. De eso hace 4 años aproximadamente… desde entonces las chicas se volvieron muy buenas amigas, tenían los mismos horarios incluyendo salidas y entradas, incluso les tocaba juntas cuando debían acomodar las habitaciones del hotel.
—He escuchado que esta tarde llegara un importante empresario de otro país, y se hospedara en este hotel. Lavanda chilla como adolescente.
—Siempre hay muchos de esos en este hotel Lavanda, no entiendo cuál es tu agitación. Contesta su amiga acolchonando las almohadas para que quedaran esponjosas sobre la cama.
—Pues que siempre me emociono, no puedo evitarlo. Sonríe la morena ante ella.
—Pero si todos terminan decepcionándote, ¿o es que no recuerdas que paso con el último? Era un viejo horrible, te volviste loca acomodando su habitación solo para causar una buena impresión para nada. Saliste corriendo como una niña.
—Si bueno, lo sé. Pero no es mi culpa emocionarme ante la llegada de esos empresarios. Quizás alguno de ellos sea muy guapo y termine fijándose en mí. Contesta abrazando a la almohada con cara de enamorada.
Marbiel niega sonriendo. Su amiga estaba más loca que una cabra, mira que venir a pensar que un millonario de esos podría fijarse en una chica como ellas. De solo imaginarlo sabia era una locura. Mas bien el estatus social de las chicas lograría conseguir que ellos salieran huyendo, o posiblemente una esposa muy cabreada terminara por tomarla del cabello hasta sacarla del hotel arrastras. Por lo general todos esos sujetos estaban casados.
—Deberías olvidarlo ya, deja de pensar en tonterías y ayúdame a terminar con esta habitación. Estamos muy retrasadas.
—Arruinas mi momento de felicidad amiga.
—Pues piensa en esto, hay cuentas que pagar. Sino trabajas no te pagan, así que deja de soñar ñoñadas y ayúdame. La chica le tira una almohada en la cara.
—¡Oh! Eso lo pagaras caro.
Lavanda enfurruñada coge otra almohada con la que golpea a su amiga, esta no se queda atrás y hace lo mismo. Las chicas comenzaron hacer una guerra de almohadas en plena habitación… hasta que de pronto el sonido de un gesto de garganta llama la atención de ambas lo que las detiene en el acto.
—¿Lo están pasando bien? Pregunta una mujer alta con gafas modernas, vestida con un traje azul y finos tacones de aguja.
—Señorita Ambil. Contesta Marbiel.
—Veo que están haciendo buen uso de las almohadas. ¿Qué creen que están haciendo? ¿Acaso no saben que hay mucho trabajo que hacer para que estén jugando en medio de esta habitación? La cual será ocupada en una hora. Les dice mirando su reloj.
—Discúlpenos señorita. Las chicas se dispusieron acomodar el desastre que habían hecho.
Ambil era su jefa, la administradora del hotel. La que se encargaba de que todo estuviera en orden. Y a pesar de que el hotel fuese enorme ella estaba en todos lados. Nada se le escapaba, muy pocas veces alguien pasaba desapercibido de su ojo clínico. Era muy severa y no le temblaba el pulso para despedir a quien sea.
Marbiel y Lavanda habían durado tanto en aquel trabajo gracias a que siempre fueron empleadas de calidad. Nunca llegaban tarde, siempre hacían su trabajo a la perfección y ningún huésped dejaba quejas sobre ellas. Eran las mucamas perfectas e ideales, pero como siguieran con ese infantilismo no tardarían en echarlas de ese lugar.
—Su comportamiento es intachable, espero que continúe así porque odiaría tener que despedirlas a ambas por portarse como niñas de colegio.
—No volverá a pasar señorita. Contesta Marbiel.
A ella le interesaba mucho conservar aquel empleo. La paga era extraordinariamente buena. Le daba para vivir bien en Dubái ya que era un país sumamente costoso. La vida en Estados Unidos no era buena, viviendo en un espantoso barrio en el cual terminaba la mayor parte del tiempo siendo despojada de su sueldo a causa de los ladrones.
Siempre que podía su amiga Lavanda le preguntaba porque había elegido Dubái para emigrar siendo un país sumamente costoso. La verdad es que Marbiel nunca tenía una respuesta para esa pregunta, ya que ni ella misma conocía las razones del porque la impulsaron a escoger Dubái. Lo único que podía alegar a todo eso era que el país poseía una increíble belleza, era tan elegante y extraordinario que se enamoró de él de inmediato.
Así que vendió todas sus pertenencias juntando lo necesario para coger el primer avión que la llevara hasta su nueva vida. Así que allí consiguió ese empleo de mucama en ese lujoso hotel y por suerte aún conservaba su trabajo. No se podía quejar, vivía mucho mejor que en Estados Unidos. Al menos nadie le robaba el sueldo al llegar a casa. Se sentía orgullosa de sí misma ya que con sus 25 años podía decir que se habían cuidado por si sola.
—Espero que no vuelva a suceder. La voz de Ambil la saco de sus cavilaciones. —Así que en vista de que se toman su trabajo para juegos les impondré un pequeño castigo. Las dos limpiaran la habitación del nuevo empresario que está por llegar, también asearan la recamara perteneciente a su madre. No quiero errores, ni mucho menos juegos. ¿Estamos claras?
—Si señorita. Respondieron al unísono.
—Aquí están las carpetas con los números de habitaciones. La mujer la deja un sobre en la mesa para darse la vuelta. —Terminen rápido aquí para que vayan a las habitaciones asignadas. La mujer da algunos pasos para luego detenerse. —¡Ah! otra cosa, la habitación de la señorita Amira Dhabi necesita ser aseada me parece que esa les corresponden también. Más vale que se den prisa o trabajaran horas extras las cuales no pienso pagar.
En cuanto la administradora se marchó las chicas volvieron a retomar la respiración. Ambil era muy ruda para con los empleados, lo que pasaba es que ella era muy perfeccionista y no era para menos que pillara a sus empleadas jugando a las almohadas.
—¡Joder! En que líos nos íbamos a meter.
—Estamos en este problema por tu culpa, si tan solo no me hubieras devuelto el golpe no hubiésemos empezado esta absurda pelea. Reprocha Marbiel terminando su trabajo.
—¡Disculpa! A ti nadie te mando a matar mis fantasías.
—Sera mejor que nos demos prisa, tenemos mucho trabajo pendiente. Yo que quería salir temprano y ahora estamos castigadas.
—Pero mira qué clase de castigo nos han puesto, limpiar la habitación del nuevo empresario. No tuve que hacer artimañas para conseguirlo. Solo hacer travesuras en el trabajo. Expresa pícaramente.
—Sera mejor que te calles Lavanda. Su amiga niega un poco molesta por la actitud de la morena.
[…]
El avión privado de la familia real aterrizaba en el aeropuerto de Dubái por la tarde. Ramís descendía por las escaleras del mismo con una expresión poco amigable. Ajusto su traje mientras caminaba hasta la limusina que lo esperaba a varios metros del avión. Su madre iba detrás de él acompañada de su caravana.
En cuanto subieron al coche su madre lo observo detenidamente.
—Al menos cambia tu expresión hijo.
—No me pidas imposibles madre.
—Ramís, sabe bien que esto es por tu bien.
—No quiero hablar de ello. Solo quiero salir de todo esto lo antes posible.
—Estoy segura que en cuanto veas a tu prometida estarás más que satisfecho con ella.
—Eso dices tú. Contesta de mala gana sentado erguido en el coche.
— ¡Ramís! No me hables en ese tono. Tu padre y yo hemos hecho por tu bien y por el bien del pueblo. Tu tío jamás puede tomar posesión de la corona.
El príncipe lleva la mirada hacia otro lado. Siempre era el mismo cuento, cásate por tu pueblo y por la preservación del linaje. ¡Absurdo! él era más del tipo de persona que pensaba que era mejor casarse por amor que por deber. El amor era una parte fundamental en una relación, ¿acaso sus ancestros no lo pensaban así? ¿Todos se habían casado por compromiso?
Al parecer ninguno de ellos creía en el amor, sino más bien el poder que podían obtener al encontrar a una princesa que les pudiera proporcionar más dominio y estatus… tantos años huyéndole a ese tipo de responsabilidades y para nada, porque al final tendría que ser uno más del montón resignado a casarse con una mujer que jamás había visto en su vida y desde luego por la que no sentía absolutamente nada.