El príncipe Ramís en compañía de su madre la reina Badra, entraban en una enorme sala destinada para reuniones con los grandes inversionistas provenientes de otros países u agentes del gobierno de Omán. En cuanto ingresaron madre e hijo, el abogado de la familia se puso en pie haciendo una reverencia ante la presencia de la familia real.
—Mi reina, príncipe Al-mansur. Lamento profundamente su perdida. El abogado junto con otras personas se mantenía inclinados mientras ofrecían sus condolencias.
—Muchas gracias, Salem. Contesta la reina.
Ramís se sienta en la enorme silla en forma de trono, la que ocupaba su difundo padre. Al lado su madre hacía lo propio esperando por la lectura del testamento de su esposo.
—Puede dar comienzo Salem. Ordena el príncipe.
—Si su majestad. Un poco nervioso el hombre saca una pila de documentos de una carpeta disponiéndose a leer las últimas palabras dejadas por el rey. —Bueno, como ya ustedes conocen el difunto Rey Falafal ha dejado un solo heredero al trono quien por supuesto es usted mi magnificencia.
—¡Esta bien! Ramís asiente.
—Por derecho a usted le corresponde heredar el trono de su padre convirtiéndose en el nuevo jeque de la nación.
—Eso ya lo sabemos Salem. Contesta el joven irritado porque lo estaban haciendo perder el tiempo con tantas formalidades.
—Solo que existe un pequeño inconveniente para que su coronación sea válida.
—¡¿Qué dice?! Ramís frunce el ceño al oírlo hablar.
El abogado se remueve un poco en su asiento sintiéndose un poco incómodo con la severidad con que su príncipe se refería a él.
—¿Qué está queriendo decir?
—Vera mi príncipe, su padre ha dejado estipulado una clausula muy imprescindible para que usted tome la corona y las riendas de Omán.
—¿Cláusula? ¿Qué tipo de clausula es esa?
El joven mira de reojo a su madre quien permanecía imperturbable a su lado. Porque sospecha que ella sabía más de lo que el abogado estaba hablando.
—Vera su majestad. Su padre ha dejado claro que para que usted se convierte en el jeque debe estar casado.
—¡¿Qué ha dicho?! Ramís se pone en pie frunciendo el ceño aún más. —¿Qué clase de clausula es esa? El trono me pertenece por nacimiento, es imposible que algo así pueda ser legal.
—¡Hijo por favor! Siéntate. El príncipe obedece a su madre intentando serenarse. —Prosigue Salem.
—Sí, si… como usted rechazo el matrimonio arreglado que estaba pautado hace 5 años atrás su padre se vio obligado a exigir esta cláusula.
—¡Me niego!
—Mi señor, las leyes de Omán son justas. Para que pueda reinar debe estar casado, es imprescindible que sus futuras generaciones llegan a este mundo dentro de un matrimonio. El abogado le dice bajando la cabeza. —El rey fue muy explícito con esta situación, el exigió que usted debe estar casado para cuando se convierta en el nuevo jeque.
—¿Y qué pasa si me niego a casarme?
—¡Ramís! El tono de su madre era severo.
—Conteste Salem. Ordena el príncipe mortalmente serio.
—Pues… este levanta la mirada para verlo, una gota de sudor frió corrió por su frente ante la mirada afilada de su príncipe. —No podrá heredar mi señor, la corona pasaría al siguiente sucesor del linaje de su familia. En este caso sería el hermano de su padre, el príncipe Rahez.
—¿El? Pregunta un ofuscado Ramís.
El príncipe se queda pensando en la información suministrada por el abogado, para él era inadmisible que su tío tomara el trono de su padre. Rahez era un hombre frívolo y controlador, aparte de que como gobernante no sería el mejor de los gobernantes. Si como príncipe no era muy querido.
Ramís no podía permitir que su tío se convirtiera en el nuevo jeque de Omán. Pero tampoco estaba de acuerdo con un matrimonio arreglado, si hace 5 años se libró de uno por esa misma razón. Las imponencias de su padre eran una molestia, incluso estando muerto.
—El príncipe Rahez cumple con todas las leyes de Omán, está casado y su primer hijo varón es lo suficientemente adulto como para hacerse cargo de la corona en caso de que a su padre le sucediera algo. Como sabemos el príncipe ya no es tan joven, y ha sufrido algunos percances de salud.
—¡Mi tío no está calificado para ser rey de Omán!
—Ramís por favor, no hables así de tu tío. Su madre reprocha.
—Todos sabemos que Rahez no sería un buen líder. Sentencia poniéndose en pie.
—Su majestad, pero usted declina a casarse automáticamente la corona pasara al príncipe. Omán no puede quedarse sin rey por mucho tiempo. El pueblo espera que un nuevo líder los guié.
La mirada severa de Ramís le indico al abogado que debía guardar silencio. El hombre esperaba una respuesta por parte del príncipe. Y este lo sabía, mira a su madre de reojo quien a su vez lo observaba con ojos severos. Conocía esa mirada, instruida que ella tampoco estaba de acuerdo con que Rahez tomara posesión del trono.
—Muy bien, accederé a casarme. Proclama.
—¡Excelente su majestad! Responde el abogado evidentemente emocionado.
—Elegiré a una esposa y se los haré saber tan pronto haya decidido.
—Tú esposa ya ha sido elegida Ramís. Dictamina su madre poniéndose en pie.
—¿Qué dices madre? La mira confundido.
—Tu futura esposa espera a por ti hijo mío. Tu matrimonio ha sido arreglado hace desde que el rey enfermo. La mujer indicada para ti ha sido elegida por Falafal, será una reina digna con la que compartir el resto de tu vida. La mujer lo mira de forma severa. —Deberás cumplir las leyes Ramís.
—¿Acaso han arreglado todo esto sin mi consentimiento? ¿Esperas que me case con una mujer que ni siquiera conozco?
—Sí, lo espero. Como todos tus antepasados, han tenido matrimonios arreglados. Tú no serás la excepción.
—¡Madre! Reprocha el joven.
—Salem, prepare todo para la coronación y el matrimonio de mi hijo. La mujer ignora la expresión de molestia de Ramís.
—¡Madre! El príncipe insiste en llamar su atención.
—Preparen todo, partimos mañana para Dubái.
La reina prosigue ignorando a su hijo mientras avanza hasta la salida de la sala de reuniones. Todos a su paso se inclinan mientras desaparece del lugar, dejando a Ramís carcomiéndose de la ira.