La tarde se encontraba bastante nublado ese día en Omán, el cielo parecía estar de luto por la muerte del rey… la reina Badra Al-mansur y su único hijo Ramís se encontraba observando como el cuerpo del jeque era sepultado bajo muchos metros de tierra. Madre e hijo se hallaban protegidos bajo el mismo paraguas ya que algunas gotas de agua comenzaron a caer sobre ellos y demás familiares.
Algunas lágrimas derramas por la reina se veían a flor de piel, mientras que su hijo permanecía impasible a su lado. Pero no por ello no dejaba de notársele una expresión abatida en su rostro.
En cuanto el último grano de arena fue lanzado sobre el hueco donde estaba sepultado el jeque la reina junto con su hijo se marcharon del cementerio privado de la familia real. Ambos regresaron al palacio en completo silencio.
—Madre, ¿deseas descansar?
—Si. Creo que me retirare a mi habitación hijo.
—Muy bien, quieres que envié a la caravana contigo o…
—Acompáñame tu hijo.
Así lo hizo el príncipe, acompaño a su madre hasta sus aposentos dejándola en su recamara. Pero antes de que pudiera salir ella lo llamo.
—Ramís, hay algo muy importante que debes saber.
—Si es lo de mi coronación ya lo sé, mi padre antes de morir me dijo que es mi obligación. No creo que sea necesario que me lo tengas que repetir madre. La verdad es que estoy muy agotado, y tengo mucho trabajo pendiente.
—Quizás debamos hablar en otra ocasión.
—Sí, me parece bien.
Ramís abandona la habitación de su madre encaminándose a la suya propia, pero a mitad de camino se topa con su mano derecha pero más que nada su amigo y confidente Bedual.
—¿Cómo está la reina?
—¡Descansando!
—Ramís, sé que no estas de ánimo pero tienes mucho trabajo pendiente. Cientos de papeles que firmar. Es algo que no puede esperar.
—Necesito dormir al menos un par de horas, búscame cuantas estas hayan pasado.
El príncipe pasa a un lado de su amigo quien hace una reverencia. Podrían ser buenos amigos pero Bedual lo respetaba como lo que era un príncipe, o bueno su futuro rey…
Al llegar a su recamara encuentra a una guarnición de sirvientas acomodando su alcoba. Todas vestían las prendas tradicionales de su país. Mientras que el prefería usar un traje muy americano. Desde que había viajado por Nueva York quedo fascinado con los modelos de trajes, desde allí los prefería usar en vez de su túnica. Ademas, no le gustaba realizar sus juntas mientras el utilizaba otro tipo de atuendos.
—Mi señor. Una de las joven se inclina rápidamente no más al verlo. —Hemos preparado su recamara como le gusta, ¿desea darse un baño? Puedo llamar a las jóvenes para que lo bañen mi señor.
—No. si ya han terminado pueden marcharse. Responde a secas. ¿Bañarlo? Esas pendejadas eran las que no les agradaba de su país, por ser quien era no podía hacer las cosas por sí mismo.
—En seguida mi señor.
La joven saco apresuradamente a todas las chicas de su habitación, dejándolo solo al fin. Ramís no tardo nada en tumbarse en la cama así mismo como se encontraba. Estaba demasiado agotado como para quitarse la ropa. Cerro los ojos por un momento, ahora lo que le esperaba era mucho más trabajo del que tenía antes. Ocuparse del pueblo, y también de sus negocios. Porque por más que su padre le exigía que lo abandonara todo él no estaba de acuerdo a tirarlo todo por la borda.
Si iba hacer el nuevo rey algunas cosas cambiarían. Se harían tal como el decretaría, lo lamentaba por la memoria de su padre pero él era diferente. Sus pensamientos eran distintos a los de Falafal, era más abierto a nuevas experiencias… se picó el puente de la nariz, solo contaba con que el pueblo le diera su apoyo. Para el jeque el apoyo de los residentes era muy importante. El sueño comenzó hacer mella en él, ya no podía retrasarlo por mucho más tiempo rindiéndose a él.
Un día después…
Ramís se encontraba en el despacho de su padre fallecido firmando una pila de documentos que Bedual le había dejado, no sabía cuántas horas llevaba metido en ellos que había perdido la noción del tiempo. En eso la puerta de su despacho fue abierta dándole paso a la reina Badra, vistiendo con su túnica negra en honor al luto por su esposo.
—¡Madre! Su hijo la saluda con cordialidad.
—Hijo mío es imprescindible que conversemos.
—¿Sobre qué? este suelta el lapicero para prestarle atención a su madre.
—En unos minutos llegara el abogado de tu padre para leer el testamento.
—¿Tan pronto?
Ramís sabía que después de la lectura de ese documento su vida cambiaría totalmente, tendría que ser el nuevo jeque de Omán. Ya que de momento su madre seguía siendo la reina mientras que él era el príncipe.
—Omán no puede estar sin un rey hijo mío. El pueblo te necesita en estos momentos. La partida de tu padre los ha dejado devastados, necesitan quien los levante.
—Comprendo.
Podía entenderlo a la perfección, el rey pudo haber sido muy duro con su hijo pero con el pueblo era otro cuento. Fue el mejor rey que pudieron tener, era tan querido y amado por todos que su partida dejo un gran hueco en los corazones de todos. Incluso en el de el mismo, a pesar de las diferencias que pudieron tener. Era su padre después de todo, y lo quería.
—Entonces preparemos todo para recibir a nuestros invitados. Contesta resignado a su destino.
—Sé que no es lo que deseas Ramís, pero es tu deber y no puedes dejarlo a un lado solo porque piensas diferente. Tú naciste y creciste en Omán, y es tu derecho ser el nuevo jeque.
Si esa era su vida tendría que aceptarla. No había marcha atrás, era el único heredero de su padre. Por desgracia su madre no pudo volver a quedarse embarazada así que todo el peso recaía sobre él. Tendría que ser el nuevo jeque de su pueblo.