Irene fingió una sonrisa para Esther, la saludó y caminaron juntos hacía un restaurante cercano. Llevaba quince minutos de cena y parecía que llevase quince horas, Rubén y su compañera no paraban de hablar de trabajo, contarse anécdotas y reír. Intentó meterse en la conversación un par de veces, pero parecía que no la escuchan, sus palabras se quedaban cortadas en el aire. Se sintió insegura, tan grande y pequeña a la vez, como una niña en una mesa de adultos a la que no dejan hablar, se removió en el sitio siendo más consciente que nunca de sus curvas, añadiéndose complejos. Quince minutos más y se rindió, la gota colmó el vaso, se puso de pie furiosa, sintiéndose humillada e inferior, no solo por el hecho de que Esther parecía mucho mejor que ella en todo, sino por el de que su novio