El hombre de hierro

1570 Words
La mansión de Liam Carter estaba situada en la cima de una colina, con vistas a la ciudad que él había dominado durante más de una década. Las grandes ventanas de su sala de estar reflejaban los últimos rayos del sol mientras el lujo y la opulencia llenaban cada rincón de la propiedad. El sonido de los relojes de pared en cada habitación, precisos y firmes, era la única compañía que tenía en su vasto imperio de silencio. Carter era un hombre que no necesitaba de nada ni de nadie. Su éxito en el mundo de los negocios había sido forjado en una serie de decisiones calculadas y despiadadas. Era el dueño de múltiples empresas, pero su verdadera joya era el banco Carter & Associates, el corazón palpitante de su imperio financiero. Era allí donde todos los hilos de su poder se entrelazaban, donde su voluntad era ley y las voces que pedían auxilio nunca eran escuchadas. Esa tarde, como cada día, Liam caminaba por su oficina privada, rodeado de paneles de madera oscura, con su traje n***o perfectamente ajustado y una mirada fría como el acero. En sus manos tenía el contrato que acababa de firmar que representaba una victoria más para él: una fusión que garantizaría más control sobre el mercado inmobiliario. No había espacio para la piedad en su mundo. La competencia caía, los deudores se sometían, y él avanzaba como una máquina. En ese mismo banco, una figura algo diferente entró por la puerta: Edward Ainsley, un hombre de mediana edad con una expresión preocupada, su rostro algo demacrado por los años y la enfermedad. Había trabajado toda su vida, sacrificado muchas cosas por el bien de muchos, Edward Ainsley era un gran hombre. Pero precisamente por confiar en lav bondad humana, alguien en quien confiaba lo traicionó. Por encima de aquel desfalco, Edward puso todo su capital a responder para salvar su empresa y no tener que despedir a ninguno de sus empleados, pero eso fue suficiente. Ante eso acudió al banco del señor Cárter para solicitar un préstamo hipotecario, creyendo que todo mejoraría. Él nunca imaginó que sus finanzas se desplomarían tan rápido. La economía no perdonaba a los débiles, y Ainsley, un hombre de honor, ahora se encontraba al borde del abismo. Al entrar a aquella oficina tan elegante y fría, Cárter estaba de espaldas atento a los documentos en su mano. Edward se acercó al escritorio de Cárter, su andar vacilante delataba su temor. Sabía que enfrentaba a una pared de hielo, pero no podía rendirse, sus empleados necesitaban de su apoyo y su hija Victoria necesitaba de él. Ella era todo lo que le quedaba, y no podía permitir que el banco lo despojara de su legado familiar, la empresa que él y su esposa habían forjado con tanto esfuerzo y sacrificio. Señor Carter… dijo Edward con voz temblorosa pero decidida… Necesito un poco más de tiempo. Mi salud me ha jugado una mala pasada, y mis negocios han caído en picada. Puedo pagarle, se lo aseguro, pero necesito que me dé un poco más de tiempo, una prórroga… Carter levantó la mirada para observar al hombre frente a su escritorio, su expresión dura e inmutable. Los años en el mundo de los negocios le habían enseñado a no mostrar debilidad ni a escuchar ruegos de ningún deudor . Los negocios eran negocios, y en su mundo, la compasión no tenía cabida. Tiene dos horas…respondió con frialdad, sin siquiera hacer un gesto para escuchar atentamente sus explicaciones. Volviendo su mirada a los documentos en su mano dijo: Si no tiene el dinero para pagar, su deuda será tomada por el banco y será encarcelado por fraude. No hay margen para más. El tiempo es dinero, y su tiempo ya ha expirado. Ainsley, temblando de angustia, intentó hacer una última súplica, pero Carter ya lo había despachado con un movimiento de la mano. Un asistente de Cárter le abrió la puerta y luego la cerró tras él con un golpe seco. Liam volvió a su contrato, sin pensar ni un segundo sobre lo que acababa de suceder. En su mundo, los problemas ajenos no le concernían. Su día continuó entre documentos que firmar y llamadas qué hacer, lo que le había dicho al señor Ainsley ya había desaparecido de su cabeza. Liam no iba a perder el tiempo con un sujeto que para pedirle más tiempo usaba el ardid de una enfermedad, no era la primera vez que él escuchaba esa excusa para evadir una deuda en su banco. Mientras él se ocupaba de amasar su fortuna, Edward Ainsley llegaba a su casa con el corazón destrozado, había ido a hablar con el señor Cárter con la esperanza de hallar piedad y un poco más de tiempo. Pero lo único que encontró fue frialdad. Sentándose en su sillón detrás se su escritorio, Edward puso sus manos sobre su rostro y empezó a llorar, su angustia y desesperación lo hicieron sentirse acabado. No tenía salida, estaba en la ruina. Mirando la fotografía sobre su escritorio donde estaba su esposa y su hija, sus dos amores, la tomó en sus manos y dijo: Te fallé amor, te prometí cuidar de nuestra hija y la acabo de dejar en la miseria… Del dolor que sentía en su pecho por el desaliento que cargaba Edward olvidó tomar su medicamento antes de ir a hablar con el señor Cárter, y al llegarc a su casa lo olvidó tomar también. En la cabeza de Edward no había lugar para la esperanza ni para pensar en su salud, enn su panorama solo existían las lágrimas y la desesperación de todos sus empleados al darles la noticia de que estaba en bancarrota y que no podría pagarle a ninguno. Encerrado en su oficina en la casa, la sombra de la muerte lo visitó sin darle tiempo a reaccionar. Un dolor agudo en su pecho lo tomó por sorpresa rogándole sus fuerzas y su aliento de vida. Dos horas después de llegar a su casa, Ainsley sucumbió a un ataque al corazón en su oficina, su ama de llaves lo halló cuándo preocupada por él le llevaba una taza de té. Edward no pudo llegar a la cita con el señor Cárter, no podía pagar la deuda, así qué cuando suv asistente llamó la noticia de su muerte llegó a los oídos de Cárter por medio de su secretaria, pero eso no llegó a conmover a Carter. El estaba muy ocupado y había otros negocios que atender. Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, la hija de Ainsley, Victoria, recibiría la noticia de la muerte de su padre por medio de la dulce ama de llaves que no dejaba de llorar mientras le daba la terrible noticia a la señorita Ainsley. Victoria sabía que ese día su padre iba a hablar con el señor Cárter para pedirle una prórroga, ella estaba esperanzada de que le concedería el plazo y que los negocios de su padre saldrían a flote. Pero se lo había negado, causándole una desesperada tristeza a su padre que le causó la muerte. Entre las lágrimas, la impotencia y la rabia que sentía por la muerte de su padre por culpa de la frialdad de Carter, en la cabeza de Victoria resonaba una palabra: Venganza. La frialdad del señor Cárter había sellado el destino de su padre, pero ahora sería ella quien tomaría las riendas de una lucha que no descansaría hasta que él pagara por lo que había hecho a su padre. El dolor que sentía le hacía imaginar miles de formas de acabar con el hombre que le había quitado lo único que le quedaba en este mundo. Su padre lo era todo para ella, después de la muerte de su madre, su padre lo era todo para Victoria. Cuando llegó su tiempo de irse a la universidad ella se negaba a dejarlo solo, no quería irse lejos de casa. Pero su padre la convenció de seguir sus sueños de estudiar medicina, aunque sin que su padre lo supiera ella había cambiado de carrera para estudiar finanzas internacionales. Victoria era muy capaz y sus profesores no dejaban de halagar su desempeño, ella pensaba contarle a su padre que llevaba dos carreras, una de enfermería, de la que ya estaba por graduarse, la que había tomado para cuidar de él y su amada carrera de finanzas, la que era su verdadera pasión. Con el fideicomiso que le había dejado su madre, Victoria pagaba sus estudios y se mantenía de manera independiente en la ciudad, y todo el dinero que su padre le enviaba cada quince días ella lo guardaba en una cuenta aparte. Ella era una chica alegre y dulce, pero al enterarse de la muerte de su amado padre, su vida cambió de golpe, un nuevo objetivo se dibujó en su cabeza y en su corazón, ensombreciendo su ánimo. Secando sus lágrimas mientras se vestía de n***o para salir en su auto rumbon a su casa, Victoria se detuvo un segundo para hacer un Juramento: ¡Haré que te arrepientas de haberme conocido Liam Cárter, eso te lo juro…! ¡Te haré pagar cada lágrima que mi padre derramó por tu culpa, maldito desgraciado, prometo que haré que te pese hasta el aire que respiras! La promesa de Victoria Ainsley se sellaba en su corazón con el hierro candente del dolor, el odio y la venganza.
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