—¡Que vivan los novios! —grité y aplaudí —¡Felicidades Jonathan!
Jonathan se miraba feliz al lado de su esposa, sonreía de lado a lado y compartía su alegría. Mis queridos amigos, desde aquel día que me defendieron de ese grupo cruel de niños, fuimos los mejores amigos, salimos del colegio e incluso de la misma universidad, solo que con diferentes carreras.
—Ten calma —me susurraron al oído —pareciera que la que se está casando eres tú y no Jonathan.
—Déjame en paz, Sebastián —le di un codazo —. Sabes bien que me siento feliz por Jonathan, mira que se casa con una buena mujer y bien sabes que antes de ella fue la loca, esa que lo celaba hasta con su sombra. Incluso conmigo, ¡Conmigo!
Sebastián se encontraba a mi lado. Su sonrisa burlona me hacía sentir cosquillas en el estómago. No puedo creer que cayera en el cliché más antiguo que existe en la historia, enamorarme de mi mejor amigo y mi salvador. Para muchos esto sería un sueño; sin embargo, para mí era el infierno mismo, ¿Cuál era el motivo? Él era un mujeriego empedernido, se metía con cualquier cosa que tuviera falda, pero obviamente con medidas de 90-60-90 y yo, en definitiva, no era esa talla. Lo mío era más bien 50-120-150, en conclusión no entraba en sus parámetros.
— Ven, hay que ir afuera — tomé de la mano a Sebastián — tenemos que lanzar el arroz, es la tradición y antes de que digas que no has traído, no te preocupes que aquí tengo.
Abrí mi bolso y ahí se miró el empaque de arroz que llevaba, Sebastián me siguió, a pesar de que lo podía escuchar, resoplar enfadado. Al llegar a la salida esperamos a los novios, y Adrián nos alcanzó.
— Dame un poco de arroz — Adrián junto sus manos — te pienso apoyar con mucho gusto, algo que no creo que Sebastián quiera hacer.
— No me gustan las bodas, si estoy aquí es gracias a “¿Por qué me has ayudado?” No entiendo cuál es la obsesión de las personas amarrarse a otros.
— El día que llegue la indicada vas a morderte la lengua — hablé con tristeza que pasó desapercibida por Sebastián — y ahí voy a estar para restregarlo en toda tu cara, tenlo por seguro. Además, dices que estás aquí por mí, ajá si como no, me has sacado con un tacón en la mano y todo porque querías ver a las mujeres que venían a la iglesia, también por la fiesta.
Los novios salieron y empezamos a tirar arroz. No quería obligar a Sebastián a que lo hiciera, pero me sorprendió en el momento en que tomó un puñado y lo lanzó a los novios. Me acerqué a ellos para felicitarlos y cuando estaba por retirarme, varias invitadas empezaron a empujarme a un punto en el que caí, pero fui recibida por los brazos de mi mejor amigo.
— Ten cuidado Charlotte — él me colocó con delicadeza — estás mujeres se vuelven unas salvajes al estar en las bodas, mira que ni siquiera han lanzado el ramo de la novia.
Sabía muy bien cuál era el motivo por el que esas mujeres me empujaban, tenía nombre y apellido, Sebastián Rivera. Todas ellas se encontraban celosas debido a la cercanía que poseíamos el uno con el otro, no era la primera vez que me enfrentaba a algo como esto.
— Creo que mejor me voy adelantando — me solté del agarre de Sebastián —. Ellos van a demorar un tiempo aquí, así que iré al club.
Salí caminando de ahí a toda prisa, esto me mantenía a salvo de esas mujeres locas que se peleaban por pasar una noche en la cama de Sebastián para ser desechadas al día siguiente con toda la amabilidad del mundo. Me subí en mi camioneta y estaba por irme cuando miré que él me alcanzó.
— ¿Qué haces aquí? Pensé que te ibas a quedar fuera de la iglesia viendo a quién ibas a llevar en tu motocicleta de chico malo.
— No me interesa ninguna de esas mujeres, cualquiera que se atreva a lastimarte es descartada inmediatamente. Quiero a alguien que al menos te respete, estás equivocada si piensas que no me di cuenta de que esas locas te empujaron de esa forma porque me tomaste de la mano al salir de la iglesia, te querían ver muerta y no tienes idea cómo te veían mientras estabas entusiasmada por lanzar el arroz a los novios.
Justo por eso era que no podía arrancar de mi corazón a Sebastián. Puede ser un mujeriego empedernido, pero al menos se preocupaba de que sus novias me aceptaran o me respetaran. Hasta el momento solo había existido una que me había querido, sin embargo, al final decidió irse.
— No tenías que hacer eso, ahora me van a odiar aún más — encendí el carro — en fin, abróchate el cinturón.
—Sí, madre — él se rio y se abrochó el cinturón —. Podemos irnos, mamá, quiero ir a desvirgar la barra libre que Jonathan dispuso en la boda.
Volteé mis ojos y arranqué. Al llegar al club fuimos recibidos por los meseros y el organizador de la boda, Sebastián fue a la barra libre y lo seguí.
— Un whiskey en las rocas y para mi amiga una cerveza con sabor de manzana verde — Sebastián se sentó en ese sitio —. Qué seria que estás, parece que los humores se cambiaron de persona.
— Solo quiero que esto acabe — tomé mi cerveza y bebí —. Me alegro mucho por Jonathan e Isabel, pero presiento que saldré seriamente lastimada por las mujeres que se quieren acostar contigo. En fin, no hay mucho que hacer, eso me pasa por ser amiga de alguien tan atractivo.
Sebastián robaba las miradas a cualquier sitio que entrará, no era para menos; con su altura de 1.80, barba semipoblada, cabello castaño bien cuidado y un físico escultural dejaba a cualquiera con la boca abierta.
— Si te mantienes a mi lado ten por seguro que nada te va a pasar — él tomó mis manos — sabes bien que siempre te voy a proteger, pase lo que pase.
— Deja de hacer eso, Sebastián — me solté de su agarre y tomé mi cerveza —. No tienes idea de lo que causas con algo que ante tus ojos es simple. Sé muy bien que tú eres mi lugar seguro, pero creo que eso ya debería ir cambiando.
En el momento en que Sebastián iba a hablar, no pudo hacerlo, ya que los novios hacían su gran entrada. Ni siquiera me había percatado de que ya los invitados se encontraban ahí y las mujeres que pretendían a mi mejor amigo me miraban con más recelo que antes. Estuve unos minutos mientras veía a Jonathan bailar con Isabel, pero después me fui al campo. Por suerte, mi querido protector se encontraba ligando con otra chica y sus palabras nuevamente se mostraban como eso, palabras.
— Así que aquí te encuentras — la voz me hizo suspirar pesadamente — quiero que me digas cuál es tu relación con ese hombre tan guapo, ¿Acaso lo pretendes?
El séquito de Sebastián se encontraba a mis espaldas, estaba completamente tranquila y ellas se enfadaron más. Fumé el último golpe de mi cigarrillo y lo apagué en la botella de cerveza que aún tenía un poco de líquido.
— No entiendo por qué se empeñan en andarme buscando cuando evidentemente no me encuentro con Sebastián — lancé el humo del cigarrillo y las miré con indiferencia — él es mi mejor amigo y nada más. Vayan a buscarlo para que les confirme lo que les digo y a mí déjenme en paz.
— Pero a leguas se nota que te encuentras enamorada de él — la chica empezó a reír — solo a ti se te ocurre que alguien como ese hombre tan apuesto va a terminar contigo.
— Entonces no le veo sentido a que vengas hasta aquí para reprocharme, si no represento una amenaza para ti, pues lo mejor es que me ignores. Deberías prestarle atención a ese séquito — señalé a las otras mujeres —, ellas sí que se quieren acostar con Sebastián, son esas tu competencia y no yo.
— Mi problema es que Sebastián te presta atención a ti y es especial solo contigo, a nosotras nos ignoró por ir corriendo detrás de ti.
— Pues para que te sientas tranquila te digo que no soy el tipo de mujer de Sebastián, a él le gustan las mujeres como tú — la señalé y me levanté del columpio — con un cuerpo de revista y más huecas que un hoyo, así que no te preocupes por mí y déjame en paz que no quiero hacer un escándalo en la boda de mi amigo y menos por algo que no existe.
Me fui del columpio y a lo lejos pude ver que Adrián venía caminando en mi dirección. Él se veía preocupado, pero se tranquilizó al verme.
— Estaba preocupado — él puso su brazo encima de mi hombro —. Cuando miré que esas mujeres iban en manada al campo, pude deducir que te encontrabas ahí.
— No te tienes que preocupar, soy una mujer capaz de defenderse en el caso de que esas locas se atrevan a tocarme y lo sabes bien, después de todo, no es la primera vez que lo hago.
— ¿Quién te dijo que me encontraba preocupado por ti? Era por esas muñecas plásticas, ¿Acaso olvidas en el gran problema que te metiste cuando golpeaste a la exnovia tóxica de Sebastián?
— Eres un tonto — lo empujé levemente y reí — pero tienes razón, tuve que darle una buena compensación económica y todo para que mi récord de policía permaneciera intacto.
Cuando llegamos a la recepción, pude ver que Sebastián ya había ligado a una nueva mujer, gracias a esto fue posible que las otras locas enfocaron su odio a alguien más que no era yo. Me senté en la barra y empecé a ver a todas las parejas bailar con felicidad, en mi corazón hubo algo de congoja y las lágrimas se asomaron al saber que me encontraba más sola que la soledad…