Capítulo 2

1311 Words
Fernando Voy a perder la jodida cabeza. Lo juro, enloqueceré o haré algo completamente descabellado. —¿Quieres dejar de pasearte de un lado a otro? -gruñe Sebastián—. Me estás mareando. —Entonces deja de vigilarme y ponte a hacer otra cosa. —Nop. No puedo hacer eso. Debo estar aquí y velar porque tu bestia se calme. —Estoy calmado —bramo, desmintiéndome a mí mismo. —Sí claro —resopla—. Es por eso que casi golpeas a Jefferson por dejar caer un pedazo de pan en el suelo y gritaste a Lina por llegar sobre el tiempo. Oh, y no olvidemos la llamada de los proveedores de Suiza, casi los comes vivos. Hago una mueca ante sus palabras. Es cierto, mi humor es de mierda y eso está afectando mi trabajo. —No puedo no estar molesto Sebas. He intentado hablarle, verla, no me deja acercarme. —Bien merecido te lo tienes compadre. Te lo dije una y mil veces, tarde que temprano o ella abría los ojos u otro hombre la reclamaba. —No me jodas —gruño. Levanta sus manos en señal de rendición. —No me gruñas compañero. Sólo digo la verdad, y será mejor que calmes tu mierda. No permitiré que contamines el ambiente laboral, como amigo puedo perdonar tu pataleta, pero como socio... haz malditamente algo. Se levanta del sofá en mi oficina y sale hacia el taller. Suspiro y me dejo caer en mi silla, frotando mi rostro. Jamás en mi vida me había sentido tan frustrado y desesperado como ahora. No siquiera cuando sucedió... cuando pasó aquello con Mónica. Miro una vez más el teléfono. No hay llamadas de Manu ni de Lia... Cristo, me volveré loco. Necesito saber que está pasando con Fabi, si ella y el... el bebé está bien. Mierda el bebé. Todavía no puedo creer que ella esté esperando un bebé de otro hijo de puta que no sea yo, pero todos tienen razón, merezco la mierda que me es arrojada a mí ahora. Esto lo causé yo, es mi maldita culpa que ella haya caído en los brazos de otro pendejo. Pero si él cabrón cree que le dejaré fácil el camino, está muy equivocado. Definitivamente esto me ha sacudo lo suficiente para abrir mis malditos ojos. Fabiola es mía, sólo mía. Busco el número de mi hermana y marco. —Fernando —suspira apenas y responde. Lo sé, está cansada de mi intensidad—. Ella está bien, justo ahora la está valorando el médico. Te llamaré en cuanto pueda, si ella se entera que estoy informándote... no será bonito. —¿Y el bebé? —pregunto antes de que pueda colgarme. —Sí, hay bebé. La ecografía empezó hace menos de cinco minutos, déjame ver que nos dice el médico. —Gracias manita. Aprecio lo que haces. —En realidad, no sé porque lo hago. No la mereces Fer, la embarraste y no veo que puedas limpiar este desastre. —Lo intentaré, y si fallo, seguiré intentándolo. —Vuelve a suspirar y sé que lo duda—. ¿Sabes algo de él? —No, aún no habla sobre el padre. Y si lo supiera, no voy a decírtelo. —Pero... —Te conozco Fernando Quintero... irías tras ese hombre apenas y termine de decir la última letra de su apellido. Realmente me conoce. —Bien —murmuro. Voy a averiguar quién es el maldito y ya veremos que sucede después. El hecho de que Fabi esconda su nombre y que el pendejo no haya aparecido no me da buena espina. —Nos vemos, hermanito. Maldita espera.   Cinco semanas, casi dos meses calendario de gestación. Mierda. Realmente está embarazada. Miro atentamente la foto que me envío Manu, es la ecografía del bebé. Aunque no se ve nada, puedo leer en la siguiente imagen los resultados. Ella está bien, la presión arterial está un poco baja, pero de resto todo está perfecto. Han pasado más de dos semanas desde la boda de Manu y desde el momento en el que sentí como mi corazón se partió en mil pedazos por segunda vez. En esta ocasión, el dolor fue peor. Mi mundo prácticamente se vino abajo, la mujer de mi vida me confesó que estaba esperando un hijo, hijo de otro hombre. Alguien más la tocó, acarició y tomó de la manera en la que he querido hacer por años. Suspiro y tomo mis llaves, es hora de ir a acampar frente a su puerta. Así ella no quiera verme, yo necesito sentirla cerca y asegurarme que está bien. —Buenas noches doña Miryam. —Buenas noches joven. Le he traído un poco de café. —Recibo la taza de las temblorosas manos de la vecina de Fabi. No sé si es por compasión o porque la soledad la agobia, pero la anciana de al lado se ha sentado a mi lado los últimos días, trae siempre dos tazas de café para ambos y algún recuerdo o memoria para contarme. —Que amable, usted es un sol. —Le sonrío y bebo un poco. La observo abrigarse y tomar asiento a mi lado. Hoy ha llovido y la noche es fría. —¿No le ha abierto aún? —No. —Realmente debiste haberla hecho enojar. —Fue más que eso mi querida Miryam. La lastimé. —Entonces, eres un hombre bueno, pero estúpido —dice. Río entre dientes mientras ella me palmea la espalda—. Mi querido Moisés hizo muchas cosas buenas, pero cometió muchos errores. —¿Cómo logro su perdón? —Lo hice trabajar por él. Además, debió demostrarme que había madurado y aprendido de su error. Las palabras son fáciles, los hechos... esos son más complejos, pero mucho más acertados y contundentes. —Lo tendré en cuenta. En ese momento, la mujer de mi vida sale de su casa para sacar la basura. Me levanto inmediatamente para ayudarla, pero me gruñe apenas y me acerco. Su perfume dulce llega hasta mí y me aturde. Es mi olor preferido. Ella. —Fabi yo puedo hacerlo, deja te ayudo. Me ignora y sigue arrastrando la bolsa hacia los contenedores del final del pasillo. La fulmino con la mirada y le arrebato la basura, resopla y se cruza de brazos esperando a que la deje en su lugar. Lo hago y me vuelvo hacia Fabi. —Nena... —Buenas noches Miryam. —Descansa cariño —responde la anciana con una sonrisa. Dejo salir el aire de mis pulmones y camino nuevamente hasta la puerta que hace segundos fue cerrada por mi pelirroja—. Ponte a trabajar chico, esa mujer realmente te la pondrá dura. —No sé qué más hacer, he intentado hablar con ella, hacerla escucharme, pero me ignora. —Entonces no hables —apremia—. Actúa. —¿Y qué cree que he estado haciendo aquí cada jodido día de las últimas semanas? —pregunto—. Actuar es lo que estoy haciendo. La he buscado, llamado, acosado y no obtengo nada de ella, sólo desprecio. —No estás actuando niño, estás mendigando. —Bebe lo último de su café y se levanta de su lugar—. Ella no necesita escuchar una explicación de tu boca, ella necesita que le demuestres lo arrepentido que estás y cuánto deseas tenerla a tu lado —dice alejándose de mí, llega hasta su puerta y con una suave sonrisa continua—. Deja de llorar en su puerta, sé un hombre y empieza a enmendar lo que has hecho. Parpadeo hacia ella, me guiña un ojo y entra a su casa. Me quedo de pie contemplando el lugar que antes ocupó Miryam, procesando sus palabras. Cuando por fin las ideas se aclaran en mi cabeza, tomo mi abrigo y camino hacia mi auto... Es hora de actuar.
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