Capítulo 3

1453 Words
El eco de las palabras de Samira resonaba en la mente de Dylan mientras se dirigía a la habitación asignada a su hermano. La manada, aliviada y jubilosa, lo seguía a una distancia respetuosa. La atmósfera de tensión y desesperación se había transformado en una de esperanza y camaradería. Dylan, con una mezcla de gratitud y admiración, sintió un peso menos sobre sus hombros. La doctora había salvado a su hermano, había hecho lo imposible, y por un momento, se sintió menos solo en la inmensidad de su responsabilidad como alfa. Al llegar a la habitación, Dylan se detuvo en el umbral. El rostro pálido de Tyler, que contrastaba con su cabello oscuro, estaba en calma, y su respiración era tranquila. La herida en el pecho, visible a través de la delgada bata de hospital, estaba vendada con pulcritud. Dylan se acercó a la cama con cautela, su corazón latiendo con fuerza. Se sentía invadido por una mezcla de alivio y culpa. Había fallado en su deber de proteger a su hermano, pero esa hermosa omega había corregido su error. Tyler abrió los ojos lentamente, una sonrisa débil se dibujó en sus labios. —Hermano mayor —murmuró, su voz ronca—. Estás aquí. Dylan, incapaz de contener la emoción, se inclinó y le dio un ligero abrazo teniendo cuidado de no rozar la herida. —Claro que estoy aquí, hermano menor. Nunca te dejaría. Tyler se rio suavemente, el sonido fue un eco de felicidad. —Estaba preocupado. Por un momento pensé que me iba a morir. —No digas eso —dijo Dylan, su voz dura. —Te vas a recuperar. Tyler asintió, sus ojos fijos en el rostro de su hermano. —El olor a plata… es insoportable. Dylan asintió, su propio sentido del olfato percibiendo el olor débil de la plata, que todavía impregnaba el aire. —Ya la sacaron, hermano. Estás a salvo. Tyler suspiró, un sonido de alivio. —Esa doctora… su aroma… es tan dulce. Dylan se quedó en silencio, su corazón latiendo con fuerza. Había olido el aroma de Samira, pero no esperaba que su hermano también lo hiciera. —Es una mujer increíble —dijo Dylan, su voz suave. Tyler sonrió, sus ojos brillantes con una chispa de picardía. —Parece que a nuestro alfa le gusta alguien. Dylan se sonrojó. —No digas tonterías. Pero Tyler no se detuvo. —¿La vas a ver? Dylan se rió. —Tengo que agradecerle. Tyler asintió, sus ojos llenos de comprensión. —Dile gracias de mi parte también. Dylan asintió, y se levantó de la silla. Sabía que tenía que dejar a su hermano descansar. —Volveré en un rato —dijo, inclinándose y dándole un beso en la frente—. Descansa. Tyler asintió, y sus ojos se cerraron. Dylan se giró, y vio a dos de sus mejores hombres, Marcus y un lobo llamado Ethan, en la puerta. —Quédense aquí —ordenó Dylan, su voz grave—. No dejen que nadie se acerque a mi hermano. Los dos hombres asintieron, sus rostros serios. Dylan se alejó, su mente en Samira. Llegó a la recepción del hospital y la beta que estaba detrás del mostrador lo miró con una sonrisa amable. —Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó la joven, su voz dulce. —Busco a la doctora Samira —dijo Dylan—. La mujer de cabello ébano y ojos azules, que estaba en urgencias hace un momento. La beta asintió, su sonrisa se ensanchó. —Ah, sí, la doctora Samira. Es la mejor de nuestro equipo. Terminó su turno hace un rato y se fue al área de descanso del personal. —¿Podría indicarme dónde queda? —preguntó Dylan. La beta le dio las indicaciones, y Dylan, agradecido, se dirigió hacia el área de descanso. Se sintió abrumado por la amabilidad de la beta, un recordatorio de que no todos los humanos eran malos. Siguiendo las indicaciones, Dylan se encontró frente a una puerta de madera entreabierta. A través de la rendija, el aroma a vainilla y canela lo envolvió por completo. La habitación era pequeña pero acogedora, con dos sofás de terciopelo marrón, una pequeña mesa de centro y una máquina de chocolate caliente en una esquina. Samira estaba de pie frente a la máquina, con una taza en la mano, su espalda hacia él. Dylan se aclaró la garganta, sintiéndose un poco tonto por la anticipación. La omega no se movió. Se quedó de pie, quieta. Dylan se sintió confundido por la falta de reacción. El aire se llenó de un nuevo aroma, una mezcla de pino y lluvia, y al instante, Samira se tensó. Se giró, sus ojos azules, cansados pero brillantes, se encontraron con los de Dylan, y una chispa de sorpresa se encendió en sus pupilas. Dylan, que estaba acostumbrado a ver a las personas nerviosas en su presencia, se sorprendió al ver que Samira no mostraba ningún signo de miedo. En cambio, su rostro era una máscara de calma, sólo la había sorprendido. El alfa se sintió confundido por su silencio y su mirada. ¿Por qué no había respondido? —Doctora Samira —dijo Dylan, su voz más alta esta vez—. Quería verla. Samira, con una mueca de confusión en el rostro, levantó una mano para detener al alfa. Con una elegancia desconcertante, se llevó la mano al bolsillo de su bata, sacó dos pequeños auriculares y se los colocó. Dylan notó, por primera vez, que todo este tiempo la mujer se concentraba en sus labios. La revelación lo golpeó como un tren de carga; Samira era sorda. Su falta de reacción no era arrogancia o indiferencia, era simplemente que no podía oírlo. Sintió una punzada de culpa. Había juzgado su calma como falta de miedo, pero en realidad, era sólo su forma de procesar el mundo. —Lo siento —dijo Dylan, su voz llena de arrepentimiento—. No sabía. Samira, con una sonrisa, le hizo un gesto para que se sentara en el sofá. Dylan se sentó, y ella se sentó en el sofá de enfrente. —No hay problema. No todos saben sobre mi condición. Dylan se quedó en silencio por un momento, su mente procesando la nueva información. Samira, la omega valiente que había salvado a su hermano, que le había hecho frente cuando quiso entrar al quirófano con ellos, también era sorda. La vulnerabilidad que se había sentido en su presencia se intensificó, y su deseo de protegerla se hizo más fuerte. —No me he acercado a usted para hablar de mi hermano, aunque estoy muy agradecido con usted por salvarle la vida —dijo Dylan, su voz profunda y sincera—. Quería hablar de algo más. De nosotros. Samira, sorprendida, lo miró. En su rostro sólo había una profunda curiosidad. —¿De nosotros? No le entiendo. Dylan se inclinó hacia ella, su voz suave y llena de una emoción que no podía contener. —Cuando la vi por primera vez, sentí algo. Su aroma… es el más hermoso que he olido. El perfume de la luna, el olor a vainilla y canela que me transportó a un hogar que nunca tuve. Y mi lobo… mi lobo la reconoció. Te reconoció. Samira, con los ojos bien abiertos, se sonrojó. —Mi aroma… es mi naturaleza omega. Es normal que lo sienta. Dylan negó con la cabeza. —No es normal. Sé que seguramente conoces la leyenda. La Diosa nos otorga a cada lobo una pareja, la mitad de nuestra alma, y la mía… eres tú. Samira, sin poder creer lo que oía, miró a Dylan con una mezcla de incredulidad y asombro. Nunca había soñado con una pareja. Ser una omega sorda en un mundo de alfas, betas y otros omegas capaces era una lucha diaria, una batalla por la supervivencia. Y ahora, este alfa, el líder de la manada local, una de las más grandes y poderosas de todas ni más ni menos, le decía que era su pareja destinada. Samira, con una sonrisa triste, dijo: —Tu lobo se ha equivocado —Se permitió tutearlo. Dylan se rió. —Mi lobo nunca se equivoca. Te lo aseguro. Y mi corazón tampoco. El silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de comprensión y una conexión incipiente. Dylan se sintió más cerca de Samira en ese momento que de cualquier persona que hubiera conocido en su vida. Había salvado a su hermano, lo había desafiado sin miedo, y ahora, lo estaba curando con su simple presencia. Y Dylan sabía, con una certeza que lo hizo temblar, que no podía dejarla ir.
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