Vania

1088 Words
Ella observó la imagen que le devolvía el espejo y tragó con fuerza, para hacer bajar el enorme nudo que se le formaba en la garganta. Respiró hondo antes de deslizar el labial rojo por sus carnosos labios y se detuvo un instante en ellos, odiándolos por ser tan llamativos, como cada noche que debía hacer el mismo ritual. Los golpes en la puerta le aceleraron el corazón y verificó por última vez que el pequeño maletín deportivo no estuviese visible. —Sirena, tu turno. Dos minutos. —Estoy lista —dijo al tiempo en que abrió la puerta y se alisó el estrecho vestido azul rey que destacaba su figura. Odiaba que le llamaran de esa forma, ese no era su nombre, pero era como le conocían todos en ese mundo por su peculiar voz ronca y aterciopelada que no tenía nada que ver con su rostro delicado. Al salir al pasillo, la canción que escuchó de fondo le estrujó el estómago. Recordó que fue por culpa del baile sensual que hizo bajo su ritmo, que la mantenían cautiva allí desde hacía dos años. Pero esa noche, por fin, tenía una pequeña esperanza de poder escapar de toda esa inmundicia. Sander se lo había prometido y, aunque una parte de ella lamentaba fingir que sentía algo por él, la otra la excusaba, haciéndole ver que era su única salida. Caminó hasta llegar al lado de Darius y este la recibió con una sonrisa. Él asintió en señal de aprobación después que ella giró sobre sí misma para mostrarle su nuevo atuendo. —¿Dónde están las perlas que te envió el cliente? —preguntó frunciendo el ceño. Ella tomó un mechón de su largo cabello con nerviosismo y se esforzó por sonreír, antes de responder algo que no lo enfadara más. —Pensé que se vería recargado, jefe. —No estás aquí para pensar. —La sujetó del brazo con fuerza, pero Sander se acercó de inmediato con un trago en su mano y se lo entregó al hombre para llamar su atención. —Déjala, hombre. Herrera ya está aquí y quiere verla. Su cuerpo se tensó al escuchar el apellido del hombre al que tendría que atender. Era el mismo con el que había cometido un desliz dos meses atrás y eso la metió en un serio aprieto con Sander y sus celos. Todas las chicas babeaban por un pequeño grupo de clientes jóvenes, adinerados y exitosos, que no eran solo herederos que vivían a costa de sus padres. No, ellos lideraban enormes negocios propios y eran tan fáciles de reconocer, que solían etiquetarlos como a aquellos a los que les brindarían sus servicios gratis. Aunque no era así, por supuesto. A cambio de sus atenciones, solían recibir los más lujosos presentes imaginables. Por eso, ellas mismas tenían creado un oculto y bien resguardado sistema de recompensas. Ella se ganó unos pendientes de zafiros de seis quilates, valorados en varios miles de dólares por su osadía al llevarse a Herrera. Aunque debía admitir que no estaba para nada arrepentida, pese a la brevedad de su encuentro y las terribles consecuencias, si alguien aparte de ellas se enteraba. —Tienes tanta suerte —agregó el aludido, acariciando su rostro y sujetando su nuca para besarla. Advirtió la mandíbula apretada de Sander, así que cuando Darius haló su labio inferior con los dientes, mirando divertido a su hombre de confianza, ella evitó cruzar la mirada con la suya. —¿Vamos? —preguntó él, ya sin poder fingir su molestia. —No seas celoso. Sabes que no podemos apropiarnos del producto. —Cállate, Darius. No es asunto tuyo —dijo él sin pensar, apartándole el brazo que recién se apoyó en su fornido hombro, debido al constante ejercicio. Ella lo miró sorprendida, pero se encogió de dolor de inmediato cuando Darius la tomó de la nuca y la obligó a ponerse de rodillas entre ambos. —Sander, es la última vez que me elevas la voz. Por mucho que te aprecie, sigues siendo un empleado y ella… es basura. —Bastante rentable que te ha sido todo este tiempo —dijo ahora, modulando su voz y moviendo el cuello de un lado a otro. Mostrándole ufano desde arriba, los veinte centímetros de diferencia que le llevaba. —¿Y eso qué? —Lanzó una risotada que llamó la atención de los exclusivos clientes que recibían en su club privado—. Estas perras se consiguen a montones en los bares de las islas, rogando con su actitud que nos las llevemos. Muere una y traemos diez. —Llévala con nuestro cliente preferido. Le acarició la cabeza como a una mascota y le extendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. El desacierto de Sander la hizo temblar. Nadie debía confrontar a Darius Dropolus si quería seguir respirando. Sin embargo, esos dos se habían criado juntos en la calle desde niños y ese lazo, solo ella lo había logrado debilitar con sus atenciones. —Calma. Convence a este cliente para quedarse toda la noche y dale esto. —Sander le entregó un anillo con un enorme diamante cuando doblaron por una esquina hacia las habitaciones. Deslizó el pedrusco y dentro vio un líquido azul—. Te sacaré de aquí, muñeca. Aunque sea lo último que haga. El beso que recibió antes de entrar a la habitación, estuvo cargado de emociones de parte del castaño y ella intentó responderle con la misma intensidad. Se sentía agradecida porque expusiera su vida para salvarla, pero la culpa la atenazó al mirarlo, porque no podría cumplir con su parte, no iba a esperarlo. Cuando al fin la soltó, notó su mirada empañada y dudó un momento antes de que él la empujara para que avanzara hasta la puerta. —Te voy a extrañar todos estos días, pero no podemos levantar sospechas. —Le acarició el rostro con ternura, pero respiró profundo y se aclaró la voz antes de agregar—: Hasta media noche. Lena vendrá por ti y preguntará si necesitas un cambio de toallas. Si no te dice eso…, corre, Vania. Tu mochila y tus documentos falsos estarán en el puerto, donde te expliqué. —Vania… —repitió. —Vania Doskas, fue el más seguro. —Si esto te expone demasiado, no lo hagas —dijo con el corazón acelerado al escuchar aquello. —Esa ya no es una opción. Lo vio alejarse y señalarle la puerta de nuevo. Ella aguantó la respiración al alzar la mano para llamar.
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