ABBY KING
Vine a la empresa con un propósito, pero dichos planes fueron derrumbados por una preciosa nena de cabellera rubia.
Lía Harrison, es la niña más dulce que he visto, y a mi no me gustan mucho los niños. A excepción de mis sobrinos que los amo con el alma.
No tienen la culpa de ser hijos de Salvatore.
Volviendo a la princesa de ojos mieles, me sonríe mientras toma mi mano al salir de la empresa, se salió con la suya.
La recuerdo muy bien, estuvo en la boda de Cloe. Jugué con ella. Tenía 3 años en ese entonces. Y como olvidar su vestido que la hacía ver como una princesa de cuento de hadas.
Caminamos por la acera. Ha estado lloviendo estos últimos días. Los tacos que escogí fueron los indicados.
Avanzamos juntos y no dejo de sonreír. Vine para hablar con Stefano pero no intuí encontrarme con su preciosa hija.
–Mi papi es un hombre que trabaja– Lía salta un charco. Mira a su padre que la toma de la mano. Está muy serio logrando que sus facciones se marquen más.
–Cierto papi–su padre mira en mi dirección y asiente. Está muy callado.
–Claro cariño– su voz se vuelve más dulce cuando habla.
–Y además tiene mucho dinero– vuelve a jalar de la mano a su padre.
–Cierto papi– ¿Está vendiéndolo? por que si es así, dónde firmo.
Su padre vuelve asentir. Stefano con su hija se vuelve dócil. Me gusta.
–Creo que las cosas quedaron claras Abby, si vas hablar de lo que pasó hace un año no creo que este sea el momento– Stefano sienta a Lía en una silla alta que hay en la heladería.
La pequeña toma la cartilla y la lee como si entendiera lo que dice. Es preciosa.
Miro a Stefano.
–No hablaré de eso
–Por ahora– si vamos hablar de sexo no será frente a su hija. No estoy tan desesperada.
–Abby– sus ojos se entrecierran.
Lo ignoro mirando a Lía.
–¿Qué te parece un helado de tres bolas de fresa? O prefieres chocolate– Stefano niega una y otra vez.
–Una bola y de vainilla– Lía no parece muy convencida porque empieza a hacerle una pataleta a su padre que, no da su brazo a torcer.
Hace el pedido sin siquiera preguntarnos.
Tres helados de vainilla de una bola. El mesero viene al instante y creo que jamás odie a Stefano.
Me cruzo de brazos y Lía hace lo mismo.
–Iba a pagar por el mío– tomo la cuchara jugando con el helado.
–Yo te invito. Vainilla para mis mujeres– le limpia la comisura del labio a su hija.
El corazón me da un salto al escucharlo. Creo que lo nota pero no dice nada. Ser la mujer de Stefano Harrison sería el sueño de toda mujer.
Dios, Este hombre es atractivo, varonil y sexi a rabiar. Si ya sentí lo que es estar entre sus brazos no imagino lo que significaría vivir una vida a su lado.
Aquella noche me tomó como si fuera una bestia salvaje. No fue delicado y eso me gustó. ¡Carajo!, creo que estoy empapada de solo recordarlo.
Lo necesito otra vez. Solo él puede sacarme del agujero n***o en el que he estado.
Paso la cuchara por mis labios y me unto un poco.
Una gota cae en mi pecho y lo limpio con mi dedo para meterlo en mi boca.
Los labios los tengo algo melosos. Doy otra cucharada pero me detengo al escuchar el carraspeo del hombre que me mira de una forma que no podría descifrar.
Sus pápulas se han dilatado. Mira mis labios que se han enrojecido un poco por el contacto helado.
–¿Estoy sucia? – saco la lengua limpiando mi labio inferior.
Miro a Lía que está completamente sucia. Le extiendo una servilleta.
Estoy por hablar pero Stefano se levanta de golpe y nos mira a ambas.
–Voy al baño– sin más se va. ¿Hice algo malo?
Ayudo a Lía a limpiarse y cuando ya está limpia le regalo un poco de mi helado.
–Tu crees que si mi papi se casa ya no me va a querer– la pequeña juega con el helado. Aparto su cabello.
Entiendo que siendo tan pequeña tenga muchos miedos, que no quiere decirlo en voz alta. En algo me recuerda a mi yo del pasado.
–Cariño, tu papi te ama. Eres su sol– tomo su cara en mis manos.
–Ni una novia, ni una esposa va a quitarte tu lugar. Eres la niña de sus ojos– dejo un beso en su frente.
Limpio sus manos con una toallita húmeda.
Entiendo los miedos de esta niña, yo siempre los tuve. Incluso cuando Salvatore se iba a casar los sentí. A Pesar de no tener una relación de hermanos, aun así, me sentí olvidada. Salvatore es mi única familia. Me guste o no.
–Si tu te casas con mi papi me querrás– sus palabras me toman por sorpresa, siento como mi corazón se agita.
Lía no me conoce, no es como si tuviera un juicio sobre mí. Los niños pueden tener esa afinidad instantánea que los adultos ya no.
No queriendo usarla como una ficha para llegar a Stefano. Me enderezo y tomo su diminuta mano. Si ella dijera que me odia no podría competir con eso. Yo tengo límites y, si la hija de la persona que me gusta, no le gustara, podría llegar a desistir.
No quisiera ser la madrastra mala del cuento.
–La persona que se case con tu papá te amará porque eres una niña dulce y tierna– sin más vuelve a su helado y lo come felizmente. Stefano llega y lo noto algo agitado.
No come su helado. Deja unos billetes en la mesa y toma a la hija en sus brazos.
–Miranda vino por Lía, la llevará a casa. Ya los soldados las escoltaran– Lía se despide de mí.
Al salir una mujer de tal vez 40 o 50 años la recoge, y no paso desapercibida su mirada.
El auto arranca y yo me quedo con un hombre que no está para nada feliz. Es más, su voz es más profunda de lo habitual.
Cuando voy a decir algo soy detenida por Stefano que me sujeta del brazo y me acerca a su cuerpo duro.
–Ahora sí vamos a hablar Abby King– el fuego en sus ojos agita mi cuerpo, su aroma me embriaga.
Me mira esperando una respuesta y no se lo que espera que responda ,porque lo único que quiero es que este hombre me lleve a una habitación y me haga suya hasta dejarme sin sentidos. Manifiesto.