Uno

1111 Words
Le encantaba ver el atardecer en esa parte escondida y alejada de todos. Escondida entre los árboles, con el sonido del río en su esplendor. Vio como la cascada adquiría el color del atardecer y sonrió con ganas. La naturaleza era algo que la hacía vivir. Sintió la presencia de alguien, pero se tranquilizó, solo dos personas sabían de ese lugar, ella y él, el chico al cual amaba. El chico que hizo que su sonrisa incremente con solo estar cerca. —Sabía que estarías aquí Kagome—Hoyo apareció y se sentó a su lado para admirar la vista que Kagome admiraba anteriormente. —Amo este lugar—murmuró ella sin despegar la vista del paisaje que tenía frente a ella. Como el sol iba desapareciendo, era hermoso de ver. —Lo se, por eso vine a buscarte, sabía que estarías aquí—el viento sopló con más fuerza haciendo que aquel largo cabello azabache que poseía la chica, dance suavemente haciendo que Hoyo quede idiotizado. Desde los diez años ambos sabían que estaban enamorados, ese amor infantil que se comparte solo una vez. Sus madres eran amigas por lo que jugaban cada vez que podían, Kagome desde pequeña tuvo su flechazo por Hoyo, uno que la acompañaba hasta ahora, el final de su adolencencia. En cambio Hoyo solo esperaba que el padre de Kagome les diera la bendición para poder consumar su amor para siempre. —Tu padre te está buscando Kagome, ya no eres una niña, eres una mujer y sabes los peligros que eso significa—la joven mantuvo siempre su vista al frente ignorando las palabras de su enamorado. —Conozco mejor que cualquiera toda la zona y lo sabes, me se defender—suspiró cansada regalándole una última mirada al frente antes de ponerse de pie y mirar a su acompañante—igual gracias por preocuparte por mi—suavemente Kagome se acercó y beso su mejilla haciendo que las mejillas de ambos se tornen rojizas debido a la vergüenza. —Vamos—Hoyo aprovechaba siempre esos pequeños momentos a solas que tenían para caminar con Kagome de la mano, era tan agradable escucharla hablar, porque Kagome era una chica bastante habladora. Con una sonrisa en su rostro Hoyo miraba al frente escuchando esa voz suave y melodiosa que poseía su amada. Él ya deseaba el día en que pudiera desposarla como desde hace tiempo había querido, hacerla su esposa, hacerla su mujer. Cuando estaban llegando ambos soltaron la mano de otro y de manera natural caminaron por mucho tiempo hasta que Kagome estuvo en su humilde casa. A pesar de que su padre no poseía un empleo en que se ganara mucho dinero, la casa era acogedora. Kagome solo tenía una hermana, bueno, si se le puede llamar hermana a su melliza que la detestaba. Kikyo siempre hacia algo para culparla, para ridiculizarla y lo peor, era la favorita de su padre, esa era la razón por la cual Kagome no la soportaba. Su padre mimaba de vez en cuando a Kagome, pero no como a Kikyo, ella era la luz de sus ojos. Algo cansada Kagome se despidió de Hoyo y caminó al interior de la casa esperando ver a su hermana con los vestidos más preciosos y una sonrisa de suficiencia demostrándole que ella nunca tendría lo que ella si, cosa que a Kagome no le importó. Kikyo era fanática de que todo lo de Kagome termine en sus manos, lo único que no había podido lograr era ese chico Hoyo al cual catalogaba como un gran idiota que no sabía lo que hacía al rechazarla. Al estar dentro Kagome se llevó la sorpresa de que toda su familia estaba reunida. Su madre la miraba con una sonrisa que la puso tensa enseguida. Su padre solo la miraba con algo extraño en los ojos y su hermana victoriosa. —Que bueno que llegaste Kagome, esperábamos por ti—Kagome sintió que el aire se le iba del cuerpo, un presentimiento raro se apoderó de ella. Era consciente de que a ella no le iba gustar lo que iba a escuchar más adelante. —¿Si padre?—camino hasta sentarse en el único lugar vacío que había—¿pasa algo?—preguntó la azabache mirando a su padre que poseía la misma mirada de antes, como si un trofeo estuviese frente a él. —Sabes que la situación en la familia está delicada—ella asintió—es por eso que tu madre y yo te seleccionamos un esposo para que nos pueda ayudar—Kagome se levantó deprisa al escuchar las palabras de su padre, su rostro estaba desencajado mirándolo como si hubiesen enloquecido y a ella no le consultaron eso. —¿Qué?—preguntó la azabache con voz ronca gracias a la presión en su pecho y a las lágrimas que querían dejarla para ir lejos de sus ojos. —La persona con la que te casarás es un hombre rico, uno de los dueños de las fábricas más ricas de todo el lugar, se comenta que sus fabricas están en el extranjero también. Ese hombre nos dio por ti una cantidad que nos servirá por diez años y viviremos no como apestosos, como lo hacemos ahora, viviremos más refinados, ¿lo entiendes verdad? Además, escuché que es hermano de el Lord del Oeste—Kagome había visto esa mirada antes en las personas del pueblo que se dedicaban a apostar, era la mirada de la codicia la que veía en los ojos antes cálidos de su padre. —Sabes que amo a Hoyo, ¿cómo me puedes hacer esto?—preguntó sintiendo nuevamente una presión en el pecho, su padre solo la miraba. —Ese muchacho no te dará nada, es un muerto de hambre, es imposible que lo deje casarse con mi hija—Kagome negó lentamente. —¿Me hará infeliz solo por poder y riquezas?—suavemente limpio la traidora lágrima que se marchó para bajar por sus mejillas. —El amor viene después cariño, ya está decidido. Mañana vienen a buscarte, no hay nada más que hablar—sentenció el padre de la chica. —No me casaré con ese señor, no lo haré, amo a Hoyo y... —Y si no te casas se lo diré al señor ¿sabes para qué?—preguntó cerca del rostro de su hija—para que lo maten y así no tengas otra opción. Puedes retirarte hija—aborreciendo a su familia, Kagome se alejó de ese lugar, mirando a su hermana sonreírle de manera arrogante. Siempre yo, nunca ella, en esta familia me detestan.
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