Ya siendo sinceros

1107 Words
Yo nunca he tenido raíces. Literalmente, nunca he tenido una familia, una casa, dulces recuerdos o amigos para toda la vida. Tengo a Brenda, la cual representa todo eso, y según mi psicólogo, al cual llamo una vez a la semana, la he abrazado como si fuera todo mi universo, y por eso me cuesta aceptar que tenga otras personas en su vida. Simplemente, creo, estoy segura de que Clara es una mala persona. —¿Estás escuchándome? —No. —La gente suele mentir. —No me gusta mentir, eso trae más mentiras. Es como una bola de nieve. —De nieve, bola de nieve. —¿Por qué te gusta tanto corregirme? ¿Qué sientes o qué? —No sé, pero me infla la polla. —Reorganiza tu sangre, porque no voy a tener sexo contigo nunca en la vida. —Nunca digas nunca. —Ya lo he dicho y planeo no hacerlo contigo. En mi cabeza, eres una especie de pedófilo. —No soy un pedófilo, me acuesto solo con una de ellas, y es mayor de edad. Tiene 19 años. —Y tiene sueños. Sabes que quiere ir a la universidad, que su abuelo trabajó en la finca y que su mamá limpia la casa desde los diez años. Ella trabaja en la tienda local y quiere una beca en esa universidad a distancia. —No soy un pedófilo. Tengo treinta y dedos y deseos propios que no involucran casarse solo porque hemos tenido sexo. —Ya... parece que aquí la gente se casa solo por tomarse de la mano. —Mina... —Mira a Pepe y Juancho. —Estás muy informada de la vida de la gente para alguien que no ha trabajado en dos meses —Le doy dos golpes en el hombro y él se ríe, mientras hace un movimiento por salirse de la carretera. Grito asustada y tiro del volante hacia mi dirección. Él se ríe y toma el control del camino nuevamente antes de disculparse. —Para tu tranquilidad, no he enviado avances tampoco. —Pablo... —digo asustada. —Y todos creen que estoy follando contigo. —¿Cómo? —Sí, le he dicho esto a mi padre para molestarle, y él se lo ha dicho al tuyo. Por eso viene furioso, seguro no puede ni dormir. —P a b l o —le llamo despacio. —Perdón, Mina. —¿Perdón? —pregunto incrédula.—Creen que estamos de luna de miel. Por otro lado, más tarde mando a levantar el cascarón, y contrataré doble personal para adelantar lo que estoy retrasado. Aceptaré tus ventanas de mierda, pero solo para que sepas, estas son italianas y las que quiero son mexicanas. ¿Entiendes la diferencia? —Nacionalismo de mierda. Pues quiero ahora traer unas de las Islas Maldivas para que vean lo que es lindo. —Hay ventanas maldivas. —La verdad, no. En las casas de los ricos, las ventanas son como paredes, del techo al piso. ¿Entiendes lo que digo? —Es un diseño europeo, de fijo. Es que allí no se deciden. —¿Estás insultando ahora a mi país? —Sí, pero fui al colegio allí, así que me he ganado el derecho. Los dos nos reímos y él aparca el auto. Se baja y toma el maletín, luego abre mi puerta del auto. Yo tomo mi café y le doy las gracias. Pablo se ríe y camina hacia el establo. Yo me quedo a observar las nubes, porque la verdad es que la gente que no echa raíces siempre sube al cielo. Está bien, no voy a subir al cielo porque me ocupan en otro lugar, uno caliente. Pero al menos ahora puedo soñar. —Mina, ven a ayudar —me grita Pablo con unos guantes de plástico eternamente largos. No quiero preguntarle dónde planea meter la mano, pero le sigo con mi vaso de café en la mano. Él me indica que debo sostener a la yegua. La miro, parece adolorida, asustada, y trato de entender cómo debo ayudar. El veterinario me indica dónde agarrarla, pero para mí es demasiado inhumano sentarme en la cabeza de alguien que está pariendo. Trato de tranquilizarla, le acaricio el pelo, le doy besos, le acaricio el pelo, y ella parece entender que estamos ayudándole con mis palabras y mis gestos. Pablo me indica cuándo va a realizar la maniobra, y ella chilla de dolor. Pero un par de segundos después, sale su bebé. —Es guapísimo. —le digo a la yegua mientras continúo acariciándole el pelo.—¿Es una niña o un niño?—Pablo se ríe. —Es un caballo. —Oh por Dios, es un caballo hombre. —le informo a la yegua y los dos hombres ríen. El bebé se pone en pie y su madre adolorida intenta hacer lo mismo. Los observamos y me avisan que es normal y que debo retirarme y darles espacio, después de ser parte de su familia por cinco minutos. Pablo me deja observarlos y me invita a quedarme a cuidarlos. Yo acepto encantada, y él me mira divertido. A la mañana siguiente, me despierta con una repostería mexicana buenísima y me advierte que ni es nada de esa mierda europea que me gusta desayunar (alguien ha llamado mierda a los croissants, pero, las conchas no están mal). Pablo se sienta a mi lado y me pregunta si estoy lista para trabajar. —Honestamente, me merezco una ducha, y después podemos desayunar decentemente, con huevos y salsa verde y queso y un café recién hecho. Luego, podemos trabajar lo que no hemos trabajado en el último mes. Pero antes, explícame una sola cosa. —¿Cuál? —¿Por qué no te has esforzado por estar antes? —La verdad, no me importan los negocios de mi familia. Me gusta esto, como ellos no lo aprueban, yo me cago en algunas cosas. Yo me quedo en silencio y Pablo explica que no soy la única —Mi papá me dejó en un orfanato porque él echó un polvo con una mujer que no es su esposa. —Mi papá me culpa de la muerte de su hijo—responde pablo. —Pero, es cierto... así que qué se le puede hacer. —Bueno… suena a que mataste a alguien, y solo nací, así que yo gano. —Estás high en pan dulce. —Está muy bueno. —De ahí come toda una familia Mina. —¿En serio?—le miro preocupada y él ríe, mientras se pone en pie y me extiende la mano para partir hacia la finca.
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