- Llegamos –me bajé de la moto y ayudé a Rachele a bajar.
- ¿Un cementerio? –quedó sorprendida del lugar.
- Si, quiero que conozcas a alguien.
- ¡Joven Thomas! –alguien me habló por atrás y giré– Hoy no le tocaba venir –era la señora de las flores.
- Es una visita inesperada.
- Al señor Patherson le agradará mucho verlo.
- Espero que sí, bueno hasta luego doña Leti -jalé de la mano a Rachele y la llevé dentro del cementerio.
La entrada del cementerio estaba semiabierta, era una reja enorme de hierro viejo, en medio tenía una cruz de la cuál salían rallos ondeantes que se dirigían a las paredes de terracota que mantenían a los muertos en su campo santo sin poder salir de allí. En dentro el camino era de mármol travertino y en ambos costados había un mar infinito de grass natural que servía de techo para los muertos.
- ¿Quién es ese señor Patherson? –preguntó Rachele cuando ya estábamos caminando en dentro del cementerio.
- Es mi abuelo.
- ¿Trabaja aquí?
- El odiaba los cementerios.
- ¿Entonces que hace aquí?
Rachele estaba muy confundida, su inocencia no tenía límites. Pero Tenía razón ¿Qué hacia mi abuelo aquí, sino le gustaron nunca los cementerios? Debería estar en una habitación dentro del estadio de Los Diablos Rojos, o enterrado en la playa, con un árbol a su cabeza, pero no aquí.
- ¿Estás aquí Thomas?
- Si, lo siento, empecé a vagar en mis pensamientos –Rachele se adelantó a mí y se dio una vuelta observando todo el lugar.
- ¿Por qué es que todo en Omsdianna es más grande? Este cementerio es inmenso y sobre todo hermoso. El cementerio de Ahoskie es bello, muy bonito, está al pie de una montaña y el suelo es de tierra, pero no deja de ser precioso.
- Ojalá este cementerio tuviera detrás suyo a la montaña que observa a los muertos de Ahoskie.
- No siempre se puede tener todo Thomas, hay que disfrutar de lo que se tiene y ya.
- Ven, debemos entrar por aquí –dejamos de caminar por el camino de mármol y nos metimos en el césped, avanzamos unos cuantos pasos– llegamos –me detuve delante de la tumba de mi abuelo.
- Yo creí que tu abuelo estaba trabajando aquí –me dijo Rachele confundida– Manuel Octavio Patherson Agustí, ese nombre lo he escuchado en algún lugar.
- Quizá en los noticieros deportivos… Mi abuelo fue el mejor jugador de la historia de los Diablos Rojos, y luego de eso fue director deportivo de las divisiones menores del equipo, fue un hombre al que mucha gente admiraba y respetaba y el día de su entierro este lugar estuvo repleto de gente que yo no conocía.
- ¡Claro! Hace como tres años oí en los noticieros la noticia –se acercó y me agarró de la mano– lo lamento mucho Thomas de verdad.
- No te preocupes Rachele –me senté a lado de la tumba de mi abuelo– vamos mujer siéntate, sino quieres que te salgan cayos en los pies -ella se sentó al otro costado de la tumba.
- Sabes Thomas, mi papá y mi hermano son hinchas de Los Diablos Rojos.
- ¿De verdad?
- Si.
- Señor Patherson –toqué la lápida de mi abuelo- disculpe que vengamos a incomodarlo en esta tarde calurosa de mayo, pero es que usted no sabe con quien he venido el día de hoy.
- ¿Qué haces Thomas?
- Shhh… -me acerqué a Rachele y le hablé al oído– trato de presentarte con mi abuelo.
- Está bien –me dijo susurrando para que mi abuelo no nos escuchara.
- Si señor Patherson, es una mujer muy hermosa –otra vez me acerqué a Rachele – ¿Vez que no soy el único que piensa eso? –ella reía al escucharme– Su nombre es Rachele y es una mujer muy encantadora.
- Mucho gusto señor Patherson -Rachele acarició la tumba.
- Dice mi abuelo que el gusto es todo suyo, le gustaría que lo escucharas, pero solo se comunica conmigo –eso ultimo dejó algo confundida a Rachele- Sabe señor Patherson, nosotros el día de hoy hemos venido a darle a usted una sorpresa, ¿Verdad Rachele?
- Así es señor Patherson, el día de hoy Thomas bailará para usted. Así que un aplauso para Thomas el bailarín.
- ¡Oye! –me quejé.
- Vamos Thomas que el señor Patherson no espere.
- Está bien y como número sorpresa Rachele cantará.
- No tengo problemas en hacerlo –dijo Rachele decidida.
- Me puse en pie y empecé a bailar para mi abuelo y para Rachele, ella disfrutaba de cada movimiento mío y seguro que mi abuelo también. Después le tocó el turno a Rachele de cantar.
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La canción que comenzó a cantar Rachele fue una de Lorena Vilanova y era la misma que pusieron en el entierro de mi abuelo.
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Siempre que escuchaba la canción terminaba llorando, lo raro era que Rachele también estaba llorando, pero no dejaba de cantar.
- Rachele –me acerqué a ella y la abracé– ¿Por qué lloras?
- Es la canción que le canto a mi abuelo siempre que voy al cementerio, por eso me caen las lágrimas Thomas, pero estoy bien no te preocupes –me sonrió.
- Siento lo de tu abuelo Rachele, de haberlo sabido no te hubiera pedido que cantes.
- No había forma de que lo supieras de todos modos.
- Lo sé –por unos instantes estuvimos callados- Me gustaría conocer tu historia Rachele, saber de ti…
- Y a mi la tuya Thomas, de verdad que me gustaría oír que historia tienes para contar.
- Bueno, entonces empezaré yo.
- No, déjame que yo empiece.
- Está bien –poco a poco ella me convertía en alguien totalmente sumiso, y era algo que no me importaba ser, sólo por tenerla a mi lado.