El partido terminó minutos más tarde con una goleada de siete goles a cero, mi hermano estaba muy feliz por el gran partido que había hecho, donde anotó dos veces.
- Estoy seguro de qué serás la próxima estrella del futbol mundial –le dije ni bien entré al campo de futbol, el me abrazó muy contento.
- ¡Felicidades Leo! –esta vez fue Rachele quien lo felicitó- Ya tienes una admiradora a quien dedicarle goles.
- JAJAJA lo haré siempre que vengas a verme.
- Entonces no dejaré de venir.
- El otro sábado ya será la final, espero que puedas venir con mi hermano Rachele, porque seguro que ustedes si disfrutan de esto y no vienen por obligación –agachó la mirada al césped un poco triste, Rachele me miró y yo no sabía qué hacer.
- Quizá a tus padres no les gusté el deporte y menos el futbol, pero oye –le agarró la cara con delicadeza y le alzó la mirada– están aquí por ti, haciendo un esfuerzo por apoyarte y es algo que vale mucho -Leo sonrió y la abrazó.
- ¡Leoooo! –a lo lejos mi padre lo llamaba. Él se volteó y se fue corriendo sin no antes darnos otra vez las gracias por venir a verlo.
- Gracias… -le dije a Rachele ni bien se fue mi hermano.
- ¿De qué? –me preguntó confundida.
- Por lo que le dijiste a mi hermano, le hizo bien escuchar eso y yo no soy bueno para hablar en esos momentos –la abracé y le besé en la frente– vamos.
- Tú no te vas de aquí hasta que vayas a arreglar con tu padre el problema de anoche –me dijo muy decidida–, ve rápido que yo iré por una gaseosa y te estaré esperando en las gradas donde nos sentamos.
- Vale.
Mi padre estaba en un costado del arco norte con mi madre y Leo, desde lejos podía ver que se estaban divirtiendo mucho, conforme me acercaba más a ellos sus carcajadas se escuchaban con más claridad. Se les veía tan bien juntos que parecían la familia perfecta, claro, yo no estaba incluido en ella.
- Thomas… -me dijo mi madre ni bien me vio, se acercó a mí mientras mi padre la miraba con recelo–, no deberías estar aquí, –me susurró al odio– lo mejor será que te vayas –tenía toda la razón, yo no cabía ya en su familia, no podía llegar y acabar con su perfección, construida luego de mucho trabajo.
- ¡Tranquilos eh! –les mostré una sonrisa, para que no se den cuenta de lo roto que estaba por dentro–, no he venido a malograrles este buen rato, sólo he venido por Leo –volteé la mirada hacia mi padre-, y a pedirte perdón por lo de anoche –él se acercó a mí sin quitarme la mirada de los ojos.
- Para mí estas muerto –me espetó sin el menor remordimiento– no quiero volver a verte en mi vida.
- ¡Andrés! No puedes… -le reclamó mi madre.
- No puedes tratar así a mi hermano, parece que ni fueras su padre –le dijo Leo.
> lo quedé mirando en busca de una respuesta que pueda terminar con esa duda que me había atormentado gran parte de mi vida.
- Lastimosamente lo soy -espetó.
- Yo ya no sé si me da gusto saberlo –yo seguía sonriendo.
- Me da igual, por la tarde cuando no esté puedes pasar a recoger tus cosas y dejas tu llave en el masetero del jardín.
- No puedes echarlo, también es mi casa y es mi hijo.
- Si le echas, no te lo perdonaré nunca –lo amenazó mi hermano.
- Estaré bien, no se preocupen por mí, ustedes son muy felices así, sólo los tres, vamos, sonrían que no me eh muerto –les bromeé-, bueno para algunos si he muerto.
- Vamos –le dijo a mi madre y a Leo.
- Espera –le dije a mi padre, mientras mi madre y hermano ya estaban caminando.
- A las personas como tú no se les odia, al contrario, lo que se les tiene es pena, porque terminaran solos.
- El que esta sólo eres tú.
- Yo no estoy sólo –le dije sonriendo– tengo gente que, si me quiere, en cambio tú no, y nunca lo tendrás.
- ¿Te refieres a esa pueblerina? –me dijo burlándose- a ver cuánto te dura, porque esas mujeres sólo están cuando está la plata, y luego se ira con el primer idiota que encuentre.
- Si no fueras mi padre, ya te hubiera roto la cara –estaba lleno de rabia, era como un volcán que estaba a punto de estallar, pero si lo hacía en ese instante mi madre y hermano también podrían salir lastimados–, pero no vales la pena.
Entonces entendí que no solo nos rompen el corazón nuestras parejas cuando descubrimos alguna infidelidad, sino también, esos seres tan queridos a los que les llamamos padres.