CAPITULO 16

994 Words
El departamento de Martha, estaba en el centro de la ciudad, así que antes de ir a casa a ducharme y cambiarme debía pasar por el grifo. Pero estaba en un lugar al que no recuerdo haber ido antes y dar vueltas buscando algún grifo me dejó sin gasolina, así que no me quedaba más remedio que empujar mi pesada moto hasta el grifo más cercano, pero no conocía ninguno. - ¡Hey! –le dije a un niño que vendía dulces- ¿Conoces algún grifo? Me quedé sin gasolina. - Cómprame unos dulces y te digo. - ¿Cuánto cuestan? –pregunté al instante. - Seis por un sol, son de limón y menta, te quitaran el mal sabor de boca. - No tengo mal sabor de boca –me quejé– bueno, dame seis y dime donde está el grifo de una buena vez. Tendría apenas 8 u 9 años, era morenito y tan flaco que se le podían ver los huesos debajo de ese polo desgarrado que tenía puesto. Sacó seis dulces de la bolsa y me los dio. - Ahora dime donde está el grifo más cercano. - No tengo la menor idea –me espetó burlándose, instantáneamente empezó a correr tan rápido que lo perdí de vista. Ya no le quería preguntar a nadie más, así que sólo empujé mi moto hasta encontrar alguna avenida que me ubicara. Y así fue, llegué hasta la avenida De los Estados, y luego caminé unas cuantas cuadras hasta el grifo San Carlos. - Lléname el tanque mientras voy por un agua al bazar –le dije a la señorita que estaba atendiendo. - Está bien joven. El bazar no estaba tan lejos, sólo a unos cuantos pasos. Era una pequeña tienda que funcionaba las veinticuatro horas del día. El lugar perfecto para alguien que había caminado media ciudad, y aunque no era mi caso, me gustaba ser extremista de vez en cuando. Compré un agua mineral sin gas y luego fui a pagar la gasolina. Felizmente no habían llegado más clientes al grifo, sino los otros conductores me hubieran gritado mi vida, como en ocasiones anteriores. (…) Al llegar a casa me di con la sorpresa de que no había nadie. Y no era algo extraño en mi casa, Leo estudiaba en la tarde y mi padre se la pasaba metido en la oficina, mientras que mi mamá, seguro estaba con alguna de sus amigas. Ya eran casi las siete de la noche, así que me metí a ducharme sin no antes poner la música de Los Cafres. No tardé más de cuatro canciones en hacerlo. Me cambié y volví a bañar, pero esta vez con Trussardi Riflesso. Cuando ya estaba bajando las escaleras llegó mi madre con Leo. - ¿A dónde vas tan arreglado y bien olido? - Tengo una cena con una amiga, madre. - Ojalá yo tuviera cena con mis amigas –se quejó Leo– pero una señora no me deja salir ni a la esquina. - Y no saldrás hasta que cumplas mínimo 18 años, ahora ve a cambiarte el uniforme que recién es martes. - ¿Y tú de que te ríes Tom? –me dijo al verme reír– por lo menos yo llegaré a hacer lo que me gusta –se acercó más a mí– jugar futbol. - Leo ¡cállate! –le gritó mi madre. - Déjalo madre, y tú –volteé a verlo- ojalá que logres ser futbolista –y le revoloteé el cabello. Me despedí de mi madre y le dije que no me esperara despierta, porque llegaría tarde o a lo mejor ni regresaba. (…) Llegué al departamento de Martha y ella me recibió con un cálido beso en los labios, me agarró de la mano y me hizo pasar. Tenía puesto un vestido n***o escotado que me permitía ver sus regordetes senos. A diferencia de Rachele, Martha se había llenado la cara de maquillaje y si la ponía a lado de algún payaso no la hubiera reconocido. - He preparado Lasaña con champiñones. - ¿Desde cuándo sabes cocinar? –le pregunté bromeando. - ¡Ya cállate! y siéntate a comer que no me tienes muy contenta. Nos sentamos a disfrutar de la Lasaña, sin duda alguna era uno de mis platos favoritos y siempre que iba al L'angolo delle Delizie pedía uno o dos platos; por lo tanto, reconocería la sazón del restaurante italiano en cualquier lugar del mundo. - Creo que el chef del L'angolo delle Delizie te enseñó a cocinar. - En realidad, fui yo quien le dió clases a él –me dijo con esa sonrisa maliciosa que tenía. - ¿Y de qué fueron las clases que le diste? - De cocina Thomas, ahora termina todo que no me regalaron la comida. - Y yo creí que habías cocinado, ¡Cómo me has decepcionado! - No te preocupes, aún falta que te dé el postre. - ¿Y por qué no me lo das ya? Se puso en pie sin dejar de mirarme, apagó la luz y todo el comedor se llenó de oscuridad. Me abrazó por detrás, me dio un beso en el cuello y empezó a quitarme cada botón de la camisa, yo retrocedí un poco la silla y le dije que viniera mí, ella me hizo caso y cuando se sentó en mis piernas ya no tenía nada puesto. Yo me saqué la camisa y ella empezó a llenarme de besos el cuello, bajó lentamente hacia el tórax mientras sus hábiles manos me desbrocharon el pantalón para que así ella pudiera darme placer. Luego de unos minutos intensos en los que llegué a ver a San Pedro y al mismo Satanás, nos fuimos a su cuarto donde unimos nuestros cuerpos sin la necesidad de unir nuestros corazones. No era la primera vez que lo hacíamos, así que no fue tan difícil vernos la cara después terminar con nuestro encuentro.
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