Acabada la ceremonia en la iglesia, todos se dirigieron a la gran casa del señor Wright. El banquete en honor a los novio ya estaba listo y esperaba por los invitados para ser servido. Los sirvientes contratados para el banquete, también esperaban para recibir a más de veinte personas y atenderlos correctamente.
Evah viajó junto a su esposo en un coche diferente al que había ido a la iglesia, este era mucho más lujoso que el de su familia. Observó a su esposo, quien leía un par de cartas entregadas por su chófer antes de comenzar el recorrido, y luego observó el paisaje de la ciudad.
El cielo estaba nublado, como casi todos los días y el frío se comenzaba a sentir. Reino Unido, poco a poco, se reconstruía entre las ruinas que había dejado la Segunda Guerra Mundial hacia cinco años atrás. Aún así, parecía más triste de lo que solía parecer. O tal vez, solo le parecía así a Evah, quien creía que ahora su vida era miserable.
Cuando llegaron a la lujosa casa, aquella gran estructura que se alzaba majestuosa en tres plantas y que se encontraba a las afueras de la ciudad de Canterbury, en el condado de Kent era similar en fachada a “Barnharm Court” en Sussex.
Al observar la casona de mediados del siglo XVIII, ella suspiró sonoramente atrayendo la mirada de su esposo. Entonces supo, en ese mismo instante, como sonaba la voz de su marido. Era potente, grave y tenía un dejo ronco al acabar las palabras que solía ser catalogada, entre las damas, como una voz seductora y varonil.
- ¿Podrías, por lo menos, sonreír?. Para que todos crean que esto fue de mutuo acuerdo.
-Si hubieses querido algo de mutuo acuerdo, hubiese buscado una esposa que realmente quisiera casarse contigo. –dijo sin mirarlo y el silencio formado la aterró aún más. Entonces se dispuso a abrir la puerta y bajarse, la valentía que la embargó al decir aquello, se le escapó por la boca–
– Escucha una cosa muy atentamente. –dijo cuando la sujetó del cuello y la jaló hacia atrás, sin apretar, haciéndola caer de espaldas, contra su pecho.– Que sea tu marido y haya aceptado a tomarte como esposa, porque el inútil de tu hermano no tuvo nada mejor que entregarte en forma de pago, no te pone a mi nivel. –le susurró al oído y ella tembló de miedo ante lo amenazante que se escuchaba su voz.– Lo único que tienes permitido es sonreír y asentir. ¿Entendido? –ella asintió– No quiero una esposa que se crea que puede contradecirme. Me basta con que calientes bien la cama y seas la sumisión en persona.
Entonces, la soltó y bajó del coche cerrando tras él, para luego rodearlo por detrás. Cuando se detuvo frente a la puerta de ella, suspiró y se prendió los botones del saco, luego le abrió. Le extendió la mano y, esperó hasta que ella la tomara, no sin antes verla dudar unos instantes para luego cogerla, la ayudó a bajar.
Ambos caminaron juntos, cogidos de los brazos, hacia el interior de la amplia casa, donde la música y el jolgorio se oían estridentes. Cuando ingresaron al gran salón comedor, todos aplaudieron ruidosamente cómo recepción de los recién casados.
Ella suspiró profundo y sonrió tan ampliamente que parecía feliz en verdad. Oliver la observó por el rabillo del ojo y pudo apreciar la hermosa sonrisa de Evah. Pero apartó pronto la mirada y se dispuso guiarla hasta los asientos donde ambos se ubicaron.
Entonces, el gran banquete se sirvió. Los invitados de cada uno de los novios, se habían dividido notoriamente entre ellos. En una mesa, y a un lado de Evah, se encontraban sus conocidos y, en otra mesa, y en menor cantidad, los de él.
Oliver no tenía familia más que su hermano menor Neil; por ende, no tenía a mucha gente que compartiera su sangre y que él deseara que esté allí. Sus padres habían muerto producto de los bombardeos del Blitz en diciembre de 1940. Él había tenido que ir a la batalla, y luego, también su hermano. No mucho después de su regreso, había tenido que enfrentarse al fatal desenlace.
Por eso, su hermano y él, habían decidido dirigirse a Kent, alejarse de la caótica ciudad de Londres y manejar sus negocios desde allí, aunque solían viajar a menudo o cuando se era requerido.
A su boda, había invitado a los colegas más leales y cercanos que tenía, por eso mismo no había más de seis o siete personas de su lado. Estos, reían y gritaban ruidosamente, mientras bebían y comían a su antojo; como si no hubiera nadie más que ellos.
Del lado de Evah, los invitados eran personas de renombre y de educación esmerada. Si bien su padre había muerto hacia años, su familia seguía siendo bien acomodada y respetada.
Desde la mesa de los recién casados, la cual no compartían con nadie, se notaba que el amplio contraste era notorio. Eran como el día y la noche. El desorden y la pulcritud, la etiqueta y la vulgaridad.
El ruido de un repicar de cristal, distrajo la mirada de todos hacia el más joven de los Wright quien ahora se encontraba de pie junto a la mesa de los novios, aún masticaba un poco de carne mientras sonreía de lado. Entonces tragó el resto de la comida y carraspeó antes de comenzar a hablar.
- Señoras y señores –dijo volviendo a sonreír. Tenía las mejillas rojas gracias al alcohol ingerido– Queríamos agradecerles su grata presencia. Cómo padrino de la boda, tengo unas palabras para la feliz pareja. –los amigos de Neil y Oliver vitorearon y golpearon la mesa, pero el joven sacudió su mano en señal de silencio.– ¡Cálmense, bárbaros! ¿Qué dirán de nosotros los demás invitados? –todos rieron y se calmaron, entonces volvió a carraspear.– Cuando Oliver nos dijo que se casaría, todos no reímos y nos preguntamos: “¿Con quién?: Luego pensamos: “Ah, con Jennie: su fusil” –se giró hacia Evah y aclaró.– Tranquila bonita, ese es su viejo fusil de guerra el cual conserva desde que volvió del frente. –luego miró a los demás invitados.– Y luego nombró a la señorita Stewart y entonces, nos confundimos peor. –todos volvieron a reír.– Rogábamos que no fuera un adefesio del cual tener que apiadarse; pero, por suerte, te ganaste una bonita mujer. –Oliver carraspeó.– Bueno, a lo que iba, deseo que tu esposa sea lo suficientemente fuerte y audaz como para dominarte un poco para ahorrarnos los dolores de cabeza que nos das. Si no, no te preocupes, te enseñaré un par de nudos que te serán útiles desde esta noche. –se dirigió ahora a la novia. – ¡Salud!
Los invitados de parte de Evah se horrorizaron y se indignaron ante las palabras de Neil. Este volvió a su sitio y continuó festejando con sus amigos por su hermano.
Oliver lo miró serio, pero no dijo nada, ni siquiera le llamó la atención. A decir verdad, su hermano pequeño había sido siempre su debilidad y regañarlo era algo que muchas veces estaba fuera de su vocabulario. Tenía tan solo veinticinco años, pero a los dieciocho ya había conocido, de primera mano, los horrores que la guerra acarreaba.
Había sido duro para la familia Wright; primero, desprenderse de Oliver en 1940 cuando este fue a la guerra, días antes de su cumpleaños número veinticinco. Luego de combatir ferozmente en batalla, volvió a casa con dos impactos de bala y un sinfín de pesadillas, producto de interminables noches en vela dentro de las trincheras, por temor a ser emboscados.
Pero en su regreso, Oliver se encontró solo en una ciudad devastada producto de los bombardeos. Cuando dio por fin con Neil, descubrió que sus padres habían perecido y que este se había tenido que resguardar entre los túneles del metro para sobrevivir. Para cuando Neil cumplió los dieciocho años, fue requerido para dar la vida por la patria.
Y cuando el menor volvió a casa, finalizada la guerra, se encontró solo con su hermano mayor y la angustiante sensación de sofoco y miedo a la muerte acechante, sentimientos arrastrados desde el campo de batalla a sus vidas fuera del fuego cruzado.
Por eso, Oliver no podía molestarse con Neil, ni prohibirle beber. Ese había sido su refugio luego de que su hermano mayor le salvara de suicidarse en más de una ocasión. El pequeño Neil, el niño rubio de mejillas coloradas y siempre sonriente que corría tras su hermano mayor, había desaparecido producto de una guerra en la cual habían perdido más de lo que había ganado.
Acabada la cena, todos los invitados por parte de la novia, salieron casi corriendo de aquel lugar. Apreciaban a los Stewart, pero preferían mantenerse alejados de los hermanos Wright y su banda de maleantes porque su fama era amplia y nadie se atrevía a intimar mucho con ellos. Los invitados de Oliver, en cambio, se trasladaron a la sala de estar, apoderándose de ella y del wiski, del ron y de la mujerzuelas que no tardaron en llamar para su deleite.
Evah despidió a los suyos y cuando iba a escabullirse para desaparecer entre los pasillos de la segunda o tercer planta, fue sorprendida por Lilly Lombard, la actriz favorita del público, quien solía protagonizar las cintas para adultos más vendidas en aquellas épocas.
La mujer era realmente hermosa, de una tez blanca y de grandes ojos negros, tan negros como su cabello. Tenía un lunar sobre la comisura de sus labios el cual era pequeño y delicado. No media más de 1,60 y su complexión era pequeña; aún así, tenía marcadas las curvas que acentuaban su caderas y sus pechos, algo que a los hombres que consumían su trabajo, les fascinaba.
- Gracias por invitarnos a su boda, señora Wright.
- Yo no las invité. –ella había venido por petición de Neil y lo sabía bien, pero aún así sonrió–
A decir verdad, no estaba para nada a gusto en aquella situación. Si bien Lilly estaba casada hacía ya unos diez años, e incluso ya era madre de tres niños, se había dedicado a trabajar para Oliver por causa de la necesidad y el hambre.
Luego de un tiempo, había entablado una relación más íntima con su jefe y había pasado de contratada a amante. En ella había aflorado un sentimiento más fuerte y más puro, pero que era imposible de desvelar para ella. El temor de que la dejara, le asechaba constantemente.
- Supongo que deberé agradecerle a su esposo entonces. –soltó la pelinegra, con un tono cargado de sensualidad y Evah se sintió ofendida–
- Mejor sería que se larguen de mi casa. Ensucian el ambiente con su presencia.
Intentó alejarse, pero Lilly la sujetó del brazo. Evah rápidamente se zafó del agarre, regalándole una expresión asqueada por el contacto. Era la primera vez que se cruzaba con una mujer de esa categoría y tenía muy malas impresiones de su profesión.
- Que sea una señorita de la alta sociedad, no le da el permiso a insultarnos como si fuéramos la peste.
- Lo que sucede, es que usted y yo tenemos conceptos diferente sobre la moral. Y prefiero que no me mezclen con ESE tipo de gente. –dijo remarcando las palabras con desagrado observándola de arriba abajo, con superioridad–
- Que infeliz será tu vida entonces. Mira que casarte con un hombre que se codea “con ese tipo de gente” –la imitó– Terminarás mezclada aunque no quieras. –la tomó del mentón y observó su rostro detenidamente.– O tal vez se casó contigo para meterte en el negocio. Eres muy bonita, ideal para entregar al público. –se mofó. Pero de un golpe sobre su mano, Evah se liberó del agarre–
- No solo cultivo la belleza, sino la inteligencia y el decoro. –irguió su espalda todo lo posible, sintiéndose superior a Lilly.– No solo soy un envase vacío.
- De qué sirve tanta inteligencia, si tuvieron que venderte. –las palabras de Lilly la encolerizaron. Aunque no supo si fue molesto más por sus palabras o por su tono carente de malicia y cargado de verdad, lo que la enfureció a tal nivel–
-
Al menos conservo la decencia. –pero se ofuscó peor cuando la mujer la observó serena porque para nada se sentía ofendida. Lilly parecía imperturbable–
Entonces, la recién casada se giró sobre sus propios pasos y se escabulló, subiendo apresurada las escaleras. No pensaba pasar ni un momento más entre los molestos e indeseables invitados de su esposo. Prefería arrojarse desde el tercer piso que convivir un minuto más con ellos.
Ya en la segunda planta, observó dos largos pasillos a cada lado de las escaleras y suspiró profundo. Entonces, decidió, por instinto, tomar el camino hacia la izquierda. Revisó habitación por habitación hasta que, por suerte, en una de ellas, encontró su equipaje. entonces ingresó rápidamente y cerró con llave para su seguridad. Solo en ese momento se sintió más tranquila, ahora sí estaba a salvo de Oliver y todos aquellos mercenarios de baja monta.
Cuando pudo calmar sus nervios, buscó su pijamas en las maletas que su madre le había armado. Cuando lo encontró, se quitó el vestido blanco de novia y se apresuró a cambiarse; luego, se metió en la cama. Estaba agotada física y mentalmente y gracias a eso, no tardó en dormirse.
En la sala, como obvia contrariedad a la calma de la planta alta, la música y las risas inundaba el lugar. El alcohol y las drogas dispersos sobre las mesas de té, junto con los ceniceros atiborrado de colillas de cigarrillos decoraban la escena de una fiesta descontrolada, donde la ebriedad y el sexo eran permitidos.
En uno de los sillones, aún trayendo su traje de bodas, aunque un poco desalineado, Oliver bebía de un ron francés que había recibido como regalo de bodas. Parecía indiferente a todo lo que sucedía a su alrededor. Y para ser sinceros, poco le importaba el descontrol que había allí.
Lilly ingresó a la estancia contorneando sus cadera al andar y observó el lugar detenidamente. Cuando dio con él, caminó hasta su asiento y se acomodó en uno de los posa brazos del sillón. Entonces Oliver la observó, pero no dijo nada. Solo extrajo un cigarrillo de la cajetilla que posaba sobre su otra pierna y lo encendió.
- Vi a tu esposa, es muy bonita. –dijo observando a Neil abrazar a dos mujeres, quienes intentaban quitarle el saco.– Muy inteligente también.
- ¿A qué viene eso? –dijo girando la cabeza hacia ella, con el ceño fruncido–
- A nada. –sonrió ampliamente– Sólo repito lo que ella dijo. –se cruzó de brazos e hizo una mueca leve pero que él notó–
- ¿Es una especie de reclamo por celos?
- Para nada. –soltó con desinterés mal fingido–
Entonces, Oliver se puso de pie y, tomándola de la muñeca, salió de allí con su compañía. La llevó hacia el comedor donde se había dado el banquete. Los platos y el resto de la comida aún permanecían allí, como vestigios de una vida que ella jamás tendría. Como era la habitación contigua, estaban alejados de la vista de todos, aunque aún podían oír todo lo que sucedía al lado.
Lilly se apartó de él cuando la soltó y caminó hasta las mesas de los novios. De allí tomo una de las uvas que posaba como adorno dentro de un cuenco y se giró a mirarlo acercarse a ella. Allí, ante la mirada acechante de él, ella se llevó la pequeña esfera verde a la boca. El sabor dulce de la fruta se le impregnó en la garganta y quiso maldecir por el enojo de no ser ella la que ocupara el lugar junto Oliver, pero se contuvo.
- Bonita boda. No sabía que te ibas a casar, sino te traía un obsequio. –él sonrió ante aquellas palabras cargadas de reproche–
- ¿Me estás haciendo otra escena de celos?
- ¿Acaso no puedo? ¿Habernos vuelto parejas sexuales no me da el derecho?
- La verdad, no. –dijo acorralándola entre la mesa y su cuerpo.– El único al que puedes celar es a tu esposo, Lilianne.
- Creí que querías volverme tu mujer. –dijo rodeando el cuello de él con sus brazos–
- Si, pero preferiste a tu familia.
Ella se pegó a su cuerpo y besó sus mejillas lentamente, incitándolo a callarse y a unirse a ella en sus placeres. Entonces Oliver, entre besos que poco a poco se volvieron apasionados, rodeó su cintura con un brazo para pegarla a él.
Extendió su mano libre y acabó por empujar copas, platos y cubiertos hacia los bordes de la mesa, haciendo que las cosas se deslizaran por el mantel y fueran a dar de lleno sobre el suelo. Entonces, subió sobre la mesa a su amante sin dejar de besarla.
Lilly, entre besos, levantó la falda de su vestido y él bajó la cremallera de este para liberar, del ajustado traje, sus voluminosos senos. Ella gimoteó ruidosamente, tirando la cabeza hacia atrás, cuando él se apartó para arrancarle las bragas con lujuria poco contenida. Ella se abrió de piernas como invitación y Oliver se acuclilló a besar sus blancos muslos.
Entonces, la puerta de la cocina se abrió de par en par y un grito ahogado los obligó a distraerse de lo suyo para voltearse mirar. De pie en la puerta, inmóvil y horrorizada, una joven sirvienta se cubría el rostro tras la bandeja de plata que traía en las manos, la cual pensaba utilizar para llevarse los platos o tal vez las copas.
- ¿Piensas quedarte toda la noche allí o quieres que te invitemos a participar? – habló Lilly conteniendo la risa–
- Lo siento. – musitó la muchacha entre tartamudeos y salió de allí a todas prisas–
luego, la mujer sobre la mesa no pudo más que arquear la espalda y soltar un sonoro gemido cuando fue tomada por sorpresa por los expertos labios de Oliver, los cuales se apoderaron de su zona de placer.
Gimoteó y jadeó ante las atenciones de su amante sin importarle que la oyeran. Tampoco a él le importaba ser visto o juzgado. Siempre había sido bastante insolente y desvergonzado, así que el “que dirán” era algo que no le afectaba para nada.