El príncipe y la plebeya

Prólogo

La lujosa oficina de uno de los hoteles Hatton era el escenario en el que se desarrollaba un enfrentamiento silencioso entre la tradición familiar y mis aspiraciones personales. Mi padre, un hombre de negocios empedernido, se aferraba a la herencia de los Hatton, mientras yo, Emma Hatton, buscaba escapar de las sombras de la opulencia para forjar mi propio destino.

— No puedes esperar que venga a aceptar lo que me estás diciendo, puedo aceptar muchas cosas, cariño, menos eso — resonaba la preocupación en la voz de mi padre, cuyos ojos reflejaban la angustia de alguien atrapado entre el deber y el deseo.

— Papá, por favor compláceme en esto — pedí, tomando su mano con ternura —. Quiero arriesgarme a hacerlo. Tú, que eres un hombre de negocios, sabes que si no se arriesga, no se gana.

Su mirada reflejaba un conflicto interno, la batalla entre la fidelidad a las raíces familiares y el deseo de permitirme perseguir mis sueños.

— Pero cariño, lo que me estás diciendo es demasiado — suspiró, revelando la carga de la responsabilidad familiar —. No puedes esperar que simplemente acepte lo que me estás pidiendo.

— Papá, lo haré con o sin tu autorización — declaré con firmeza, sintiendo que mi determinación se mezclaba con una dulzura que intentaba suavizar la dureza de mis palabras —. Soy una mujer adulta capaz de tomar mis propias decisiones. Quería empezar con el pie derecho, pero parece que eso no será posible debido a tu terquedad.

El desafío estaba lanzado, y sabía que mi decisión resonaría más allá de las imponentes paredes de la oficina Hatton. Sin más demora, me alejé de esa atmósfera saturada de lujos y responsabilidades. Abandoné mi apellido ilustre y decidí buscar mi propio camino.

El contraste fue evidente cuando llegué al modesto restaurante donde decidí comenzar mi nueva vida. Las luces titilantes y el bullicio de los comensales constituían una realidad alejada de los eventos sociales y las cenas elegantes a las que estaba acostumbrada.

El tintineo de las campanillas sobre la puerta anunció mi entrada al modesto restaurante que se convertiría en mi refugio lejos de la fastuosidad Hatton. Rodeada por el aroma tentador de la comida y el murmullo de los comensales, me dirigí hacia el hombre que, según las referencias, era el dueño del lugar. Su figura, marcada por la experiencia y la dedicación, destacaba en medio del ir y venir de los empleados.

— ¿En qué puedo ayudarte, joven? —preguntó el hombre con una sonrisa amigable, limpiando sus manos en un trapo de cocina.

— Mi nombre es Emma. Estoy buscando trabajo — respondí, intentando ocultar cualquier indicio de mi pasado opulento.

El dueño, un hombre de aspecto afable, con cabello canoso y ojos astutos, asintió y me condujo a una mesa para conversar. Sin embargo, antes de que pudiera pronunciar palabra, su mirada se volvió más intensa, como si pudiera leer entre las líneas de mi historia.

— Sé quién eres, señorita Hatton —dijo con calma, desvelando mi secreto con una mirada aguda—. Pero no te preocupes, tu identidad está a salvo conmigo.

Sentí un nudo en el estómago, pero mantuve la compostura. Aquel hombre parecía diferente; su expresión sugería que entendía mi necesidad de escapar de la jaula dorada que representaba mi apellido.

— No quiero que se revele mi identidad aquí, en este lugar. Necesito empezar de nuevo, lejos de las expectativas y los prejuicios que conlleva mi apellido —le expliqué, sintiendo la vulnerabilidad en mis palabras.

El dueño asintió comprensivo, mostrando una complicidad que no esperaba encontrar.

— Entiendo, Emma. Este restaurante es un refugio para muchos, y aquí puedes ser quien quieras ser. Tu secreto está a salvo conmigo.

Su aceptación me tranquilizó, pero su siguiente comentario dejó en claro que había algo más que simple comprensión.

— Ojalá mi hijo tuviera la mitad de tu valentía. Se está perdiendo en un mundo de privilegios del que parece no querer salir — suspiró el dueño, sus ojos reflejando un anhelo por un cambio que quizás únicamente yo podía inspirar…