**ISOLDE** Encerrada otra vez. Pero, ¿a dónde podría ir? —me pregunté—. Con este cuerpo que aún reclama descanso, con esa cadera que me recuerda con cada paso, que el dolor todavía vive bajo mi piel, que nunca se ha ido. Me senté con cuidado, cuidando cada movimiento, y tomé una de las pastillas que habían llegado ese día. La observé un segundo, como si esa pequeña píldora pudiera contener una promesa frágil, un resquicio de alivio. La miré con cierta desconfianza, preguntándome quién autorizó ese envío, quién decidió que era seguro, que podía confiar en ello. Pero, en realidad, no me importaba. La simple acción de tomarla era un acto de resistencia, una afirmación de que todavía podía controlar algo en medio del caos. La pastilla hizo efecto lentamente, como una lluvia sua

