**MALCOLM**
Tomé el volante con manos temblorosas, sintiendo la tensión en cada fibra de mi ser. El asistente, preocupado, quiso decir algo, pero solo le di una orden clara y seca: —Al hospital. Rápido.
Ella no reaccionaba. La cabeza ladeada, los labios entreabiertos, la piel pálida, como si el cuerpo hubiera gritado en silencio, lo que la voz no pudo expresar.
El hospital, con sus luces brillantes y su urgencia clínica, parecía un mundo ajeno a la oscuridad que yo había provocado en ella.
Al llegar, los médicos tomaron el control, desplazándose con rapidez y precisión. Yo me quedé en el pasillo, con las manos todavía ardiendo, como si la rabia hubiera quedado impregnada en ellas. La copa, Alexia, el juego… todos ellos parecían lejanos, irrelevantes en comparación con lo que estaba
