**ISOLDE** Malcolm, de costumbre y como es habitual, se aproximó sin prisas, acortando la distancia que nos separaba. Con una familiaridad que me crispaba, deslizó sus dedos por mi espalda, un roce ligero pero cargado de significado. Su tacto, aunque sutil, se sentía como una imposición, una invasión a mi espacio personal. Actuaba con una seguridad pasmosa, como si aún le perteneciera una parte de mí, como si tuviera la potestad de tocarme a su antojo. Parecía creer que todavía ejercía algún tipo de control sobre mis emociones, sobre mi cuerpo. Lo detesto profundamente por esa arrogancia, por esa presunción de intimidad que ya no existe. Lo odio con cada fibra de mi ser por recordarme constantemente ese maldito contrato. Ya no es mi piel lo que roza, sino la frontera de mis propios

