Esa misma noche, Amelia y Fernando decidieron regresar cada quien a su casa. No se quedaron a dormir juntos. Solo compartieron la tarde y el inicio de la noche, lo suficiente para saciar el cuerpo y apaciguar la mente… por ahora. Amelia llegó a su hogar y todo estaba tal como lo había dejado: silencioso, intacto, frío a su modo. Cerró la puerta sin prisa, como quien sabe que ya no hay nada que esconder ni qué lamentar. Se desvistió lentamente, dejó la ropa caer donde fuera y se metió a la ducha. El agua le resbalaba por la piel como si también se llevara lo que quedaba de dudas. Después se puso algo cómodo, suave, ligero, y se dejó caer sobre su cama con esa saciedad que es mitad placer y mitad dominio. Se sentía satisfecha físicamente, pero sobre todo emocionalmente tranquila. Había conf

