El regreso del desayuno transcurrió en un silencio cargado. El aire en el auto parecía más espeso de lo normal, y Amelia lo sentía recorrerle la piel como electricidad. Esteban conducía relajado, con la ventanilla entreabierta y la mano de ella sujeta con cariño sobre su muslo, como si el viaje a Nueva York lo hubiese devuelto más amoroso. Ella, con la vista fija en el paisaje urbano, intentaba aparentar calma, aunque su pulso iba a destiempo. Fernando, en el asiento trasero, iba con el cuerpo relajado pero con la mirada encendida, fija en la nuca de Amelia. Se inclinaba apenas hacia adelante, lo suficiente para que ella percibiera su respiración cerca, lo suficiente para que cada palabra que murmuraba se quedara flotando en el aire como un reto. —Buen desayuno, ¿no? —comentó con voz car

