Mira, Ame… —decía el mensaje de Fernando, acompañado de una foto. Amelia lo abrió con el corazón en vilo. Ahí estaba ella: Paola. La siguiente pieza en la vida de Fernando. Una chica de piel blanca, suave como porcelana; mejillas rosadas que parecían pintadas a mano, y ese lunar coqueto en la mejilla, como un punto de atención que volvía imposible no mirarla. Sus ojos negros destellaban ingenuidad, y su cabello, largo y oscuro, caía enmarcando un rostro fresco, juvenil, demasiado puro en apariencia. Amelia la observó con detenimiento. Era más bella de lo que había imaginado. Mucho más joven. Mucho más peligrosa. Sintió un vacío en el estómago, un hueco que dolía. No obstante, sonrió frente a la pantalla y escribió con frialdad calculada: —PERFECTA. Eres muy rápido. La respuesta de F

